En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
jueves, 25 de marzo de 2010
Hace muchos, todavía contables, pero muchos años, soñábamos con recorrer a pie el mundo, pero no nos dejaron ir. Era otro tiempo. No es como ahora, que vamos y venimos, una y otra vez, llueve que te lloverás, como si la primavera hubiese llegado contaminada todavía con el ramalazo del invierno recién acabado, una especie, tal vez, de la gripe que empezó siendo de los cerdos y acabó en el alfabeto, con los almacenes de algún que otro señor ministro llenos de vacunas, por si tuviésemos poco con la crisis económica y el sueldo de los señores controladores, la corrupción de los señoritos y la indignación siempre de las masas, la rebelión –dijo Ortega- de las masas. A las masas no les cabe en la cabeza, no pueden remediar la ira que les produce eso de que quien disfrute de tanto, para rebabas, trinque, además, si ha lugar. Uno recuerda aquel dicho famoso de que: miuste, amo, a min no me dea mucho, a min póngame vuesarcé donde lo haiga. Viajo, voy, vengo, escucho más que hablo, pero aún así hablo demasiado. Mejor es el callar y estarse aprendiendo. ¡Hay que ver lo que sabe la gente! De una pieza, nos quedamos los paletos cuando nos corrigen el paso, el decir y el pensar. Siempre que vuelvo de ese caos de la capital, donde nunca se podrá llegar a nado, salvo que inventemos un sistema de funcionamiento de los casos y de las cosas consistente en que manden muchos y curren los robots, por lo menos hasta que, percatados de la injusticia del asunto, decidan apuntarse, ellos también, a la rebelión de las masas. Vuelvo convencido de la razón que tenía quien dijo del acierto de seguir la escondida senda. Por lo menos, con esto que pensamos los menos dotados, o más ingenuos, o incluso hasta pueriles, nos vamos arreglando en el estrecho ámbito por cuyas encrucijadas y vericuetos vamos persiguiendo el conocimiento de lo que es posible alcanzar meditando en calma sobre el recuerdo de las páginas recién leídas, tibias en la memoria, llenas de sugerencias y matices que en tráfago de la gran ciudad se llevan el ruido y la furia.
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