Hay versos que te marcan una muesca, algo así como un tatuaje indeleble, en la piel del alma, cuando los lees o los escuchas, según vas, vida adelante. Te los repites con frecuencia, como si tarareases una melodía pegadiza. Los que escribimos, y tantas veces versos, tenemos una envidia grande y gorda de quienes dan con el quid de escribir uno de esos versos, una estrofa de esas que después a la gente se le quedan enganchados y los va luciendo cada cual como los tunos las cintas que llevan prendidas a la capa con una escarapela arriba donde dice un nombre que podría ser también un hermoso recuerdo.
Día de jurado, montones de palabras, que en seguida se van quedando a medio desmoronar, como los de arena, en la playa, cuando la arena se va secando. Me temo que a alguno de los candidatos no lo conoce nadie, o no se le conoce porque está demasiado lejos, vive en un pequeño ámbito o todavía no ha llegado su voz, como pasa con esas estrellas que ya existen, pero su luz aún no nos llega y vemos, como a cambio, otras que ya están muertas o han desparecido en las tragaderas de uno de los amenazadores agujeros negros.
En la capital pequeña, calor, humedad y llovizna.
Acabo, en los ratos libres, la U de Sue Grafton, que ahora ha realizado un sutil cambio de modo, conservando sin embargo las características de los personajes básicos de la serie. Pienso, durante uno de esos súbitos ramalazos, como suspiros, de la vejez, que a lo mejor ya no me da tiempo, si no se apura, a completar una serie que he seguido fielmente a lo largo del abecedario. Todavía le faltan la uve, la uve doble, la equis, la y griega y la zeta. Cinco más. Uf. Al rebasar la octogésima etapa, cada año es un mundo.
En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
martes, 31 de mayo de 2011
domingo, 29 de mayo de 2011
Ganador el Barcelona, templando, mandando, como gusta ver que gana el equipo que prefieres, sin malos modos ni salidas de tono, navegando de bolina por el campo, engantusando al otro, comiéndole el terreno, escondiéndole la pelota con una sonrisa, como pidiendo disculpas por jugar divertido, hábil, armónico, repartiendo los goles entre los delanteros y al final pidiendo disculpas: ¿qué le vamos a hacer?, alguien tiene que ganar y mejor que seamos nosotros y que haya sido por nuestros propios méritos, después de un largo camino, como colofón brillante del año. Y los aficionados, derretidos, encandilados, mutados en aplauso unánime, regalado con entusiasmo. Hay días, noche en este caso, que da gusto haber vivido y poder recordar luego, días, digo noches, por un fugaz instante, radiantes. Y ustedes disculpen el arrebato, pero es que ya dice el Eclesiastés que hay un tiempo para cada cosa. Incluso para estas menudencias lúdicas, que te ponen la pizca de alegría, el sorbo de agua limpia de la banalidad futbolística, o de otros juegos imaginables, en estas ocasiones tan divertida y alegre.
sábado, 28 de mayo de 2011
Nadie sabe el camino,
preguntamos,
unos a otros; tú,
nos dicen,
camina y lo irás viendo. ¿Cuántos pasos
-cada paso una duda-
caben en un día, en una hora, cuántos?
Nadie sabe.
Caminad, nos repiten,
es necesario.
¿Necesario para qué? Nadie sabe,
pero
lo importante es que no te detengas. Si no sabes
qué hacer, gira una y otra vez en círculo,
repítete, pisa
sobre tus huellas. Ve
de recuerdo en recuerdo.
Recordar es urdir una oración: Señor,
buen padre Dios,
Tú sabes
que yo quiero ir, un paso el miedo, otro el amor, este la duda, aquél
¿qué es aquel paso dado en el entresueño
de la madrugada,
cuando hasta el día mismo es una indecisión,
lindero, esquina,
escondrijo
entre el pasado y la urgencia del futuro,
la inminencia
de qué?
preguntamos,
unos a otros; tú,
nos dicen,
camina y lo irás viendo. ¿Cuántos pasos
-cada paso una duda-
caben en un día, en una hora, cuántos?
Nadie sabe.
Caminad, nos repiten,
es necesario.
¿Necesario para qué? Nadie sabe,
pero
lo importante es que no te detengas. Si no sabes
qué hacer, gira una y otra vez en círculo,
repítete, pisa
sobre tus huellas. Ve
de recuerdo en recuerdo.
Recordar es urdir una oración: Señor,
buen padre Dios,
Tú sabes
que yo quiero ir, un paso el miedo, otro el amor, este la duda, aquél
¿qué es aquel paso dado en el entresueño
de la madrugada,
cuando hasta el día mismo es una indecisión,
lindero, esquina,
escondrijo
entre el pasado y la urgencia del futuro,
la inminencia
de qué?
Desgarbadas cigüeñas,
tú lo fuiste,
casi niña aún,
mujer reciente como un sueño
sin concretar todavía,
rumor de ojos, que pasan por entre las ramas del árbol,
moviendo las hojas,
diciendo,
aún,
que la vida podría ser como el pase habitual
por el viejo
jardín
donde hace tan poco había
el rincón de las hadas.
Cigüeñas
vigilantes desde le espadaña antigua, paralelo el pico
a la veleta,
con un oscuro revoloteo de cornejas
cuando suena la hora. Hora mala,
durante que se alarga
la sombra
por la calle que “no es tu calle,
sino una calle cualquiera”.
Mi pensamiento. ¿Qué quieres que te diga?
Creo
que es ese montón apelmazado de la esquina de la calle,
las flores secas
que cuelgan de la reja, las maderas
cansadas de curvarse,
hendirse,
de los soportales de la plaza mayor.
En la plaza, al lado
de lo que fue picota y es
¿arrepentimiento?
¿nostalgia?,
apoya un ángel las alas.
Pasas
con una sonrisa
desplegada,
ondeando a la brisa
del ensueño. Siento, al verte
una
inmensa
tristeza.
tú lo fuiste,
casi niña aún,
mujer reciente como un sueño
sin concretar todavía,
rumor de ojos, que pasan por entre las ramas del árbol,
moviendo las hojas,
diciendo,
aún,
que la vida podría ser como el pase habitual
por el viejo
jardín
donde hace tan poco había
el rincón de las hadas.
Cigüeñas
vigilantes desde le espadaña antigua, paralelo el pico
a la veleta,
con un oscuro revoloteo de cornejas
cuando suena la hora. Hora mala,
durante que se alarga
la sombra
por la calle que “no es tu calle,
sino una calle cualquiera”.
Mi pensamiento. ¿Qué quieres que te diga?
Creo
que es ese montón apelmazado de la esquina de la calle,
las flores secas
que cuelgan de la reja, las maderas
cansadas de curvarse,
hendirse,
de los soportales de la plaza mayor.
En la plaza, al lado
de lo que fue picota y es
¿arrepentimiento?
¿nostalgia?,
apoya un ángel las alas.
Pasas
con una sonrisa
desplegada,
ondeando a la brisa
del ensueño. Siento, al verte
una
inmensa
tristeza.
Ribera del Arlanzón arriba, se me queda prendido el frío en la espalda, de regreso de la capital grande, donde habían llegado ya las calores y los taxistas se quejan de que ha bajado de modo alarmante su clientela y no da el negocio para alimentar a la familia, pero el restaurante está de bote en bote y alarma esa acampada de gente sin convocatoria, precariamente instalada en la Puerta del Sol alrededor y envuelta de pingajos de letreros como divagaciones y consignas sin espontaneidad, imitación de sí misma. Me cuenta, y no acaban, de lo malísima que es la gente, el que no por una cosa, por otra. Y mucha carretera, lagos de amapolas, rebordes de retama. Se advierte que la gente corre menos, desde que encareció la ley el precio de castigo de las infracciones.
De pronto, como si hubiera sido un sueño, estoy en casa, tengo que ir aquí y allá, programa de días, algunos imposibles por superposición, pero no quisiera faltar al día que me pondrán Dios mediante la insignia de haber trabajado profesionalmente durante medio siglo, ni puedo faltar a la asamblea de mi empresa. Las demás citas son de aficiones, como el partido de esta noche, el jurado de la semana que viene o la tertulia de dentro de unos días. Medio siglo de ejercicio profesional es otra cosa y lo de la asamblea es la obligación anual de rendir cuentas es algo muy, pero que muy serio, sobre todo en tiempos de vacas flacas como el que nos aflige.
Ha llegado el tiempo, me informan los periódicos amontonados de estos tres días, de que la gente de la política de la medida de sus capacidades o inepcias. Una vez que salen los votos de las urnas y se recuentan, empieza este período durante que sus destinatarios y beneficiarios tratan de hacer arreglos en su provecho o en el nuestro. Me dicen que más en el suyo, pero ¿quién se atrevería a tirar las primeras piedras? De momento, les concedo, con muchas vacilaciones, el beneficio de la duda y la presunción de buena fe.
De pronto, como si hubiera sido un sueño, estoy en casa, tengo que ir aquí y allá, programa de días, algunos imposibles por superposición, pero no quisiera faltar al día que me pondrán Dios mediante la insignia de haber trabajado profesionalmente durante medio siglo, ni puedo faltar a la asamblea de mi empresa. Las demás citas son de aficiones, como el partido de esta noche, el jurado de la semana que viene o la tertulia de dentro de unos días. Medio siglo de ejercicio profesional es otra cosa y lo de la asamblea es la obligación anual de rendir cuentas es algo muy, pero que muy serio, sobre todo en tiempos de vacas flacas como el que nos aflige.
Ha llegado el tiempo, me informan los periódicos amontonados de estos tres días, de que la gente de la política de la medida de sus capacidades o inepcias. Una vez que salen los votos de las urnas y se recuentan, empieza este período durante que sus destinatarios y beneficiarios tratan de hacer arreglos en su provecho o en el nuestro. Me dicen que más en el suyo, pero ¿quién se atrevería a tirar las primeras piedras? De momento, les concedo, con muchas vacilaciones, el beneficio de la duda y la presunción de buena fe.
miércoles, 25 de mayo de 2011
Están ciegos, entre “el ruido y la furia”. Hay, a toda costa, que cambiar y que permanecer como sea, puesto que para todos es la última oportunidad. Y tras de votar, el pueblo mira atónito cómo se cambian los cromos más repetidos, las papeletas más comunes y los tesoros que siempre, desde que se inventaron las colecciones de sellos, de monedas, de billetes, de lo que sea, han venido siendo los raros y escasos ejemplares debidos al error, a la sutil añagaza o al deliberado propósito de resultar necesario para que el puzzle, el rompecabezas, quede completo.
Ya no hace falta sonreír, no es necesario prometer lo imposible. Ha llegado el momento, ese quid, la ocasión del trueque. En mi cole y mi curso había especialistas en sacarles sus mejores juguetes, los más preciados y apreciados, a los más ricachos, a fuerza de aprovechar el momento, la ocasión, esa debilidad súbita que el timador huele como dicen que huelen los perros el miedo de quien se lo tiene.
Unos pases de mano, el halago justo, los tres deseos del genio de la lámpara y el representante que tiene la llave de ablandará y prometerá y no le valdrá de nada cuando llegue a casa descubrir el pastel, la falacia, que se acabó el juego y empieza la triste realidad del inglés que subió a una montaña y bajó de una colina.
Para todo hay mecanismos y para cada mecanismo, especialistas, expertos. El mono desnudo permanece indefenso en la médula del cerebro serpentino, base y último resquicio y rescoldo de lo que fuimos en el primer rellano de la escalera de la evolución.
Hay quien no quiere dejarlo por nada del mundo y quien no tiene en el mundo donde ir si lo deja, ocurre en todas las formaciones, todos los partidos. Una serie de pequeñas tragedias por cada puñado de votos que se perdieron, ay, para siempre y la inexorable aplicación de la regla d’Hondt marca una delgada línea roja que no pasan, como ocurrió con el Rubicón o con los de la fama de Francisco Pizarro, más que los iluminados, los osados o mejor, en este caso, los elegidos. Un puñado de votos, apenas un racimo maltrecho por falta o exceso de sol, separa aguantar de tener que irse a casa, al duro aprendizaje, algunos, de lo que cuesta aprender a ganar y luego ganar el primer euro. Aquel que los profesionales antiguos clavaban en la pared del despacho, más o menos a la vista, encuadernaban, ponían en un cuadro.
¿Y quién te dice, me dice que al negociar no me cae a mí –se autosugieren como último recurso, proverbial clavo ardiendo-, no me recuperan a mí los míos? No saben que alguien habrá dicho ya la frase tremenda de los naufragios históricos: “¡sálvese quien pueda!”, sin que a nadie se le ocurra lo de que “las mujeres y los niños primero”, que sería anticonstitucional diferenciarlos y se perdería demasiado tiempo con eso de calcular que el número de los salvados fuese “paritario”.
Ya no hace falta sonreír, no es necesario prometer lo imposible. Ha llegado el momento, ese quid, la ocasión del trueque. En mi cole y mi curso había especialistas en sacarles sus mejores juguetes, los más preciados y apreciados, a los más ricachos, a fuerza de aprovechar el momento, la ocasión, esa debilidad súbita que el timador huele como dicen que huelen los perros el miedo de quien se lo tiene.
Unos pases de mano, el halago justo, los tres deseos del genio de la lámpara y el representante que tiene la llave de ablandará y prometerá y no le valdrá de nada cuando llegue a casa descubrir el pastel, la falacia, que se acabó el juego y empieza la triste realidad del inglés que subió a una montaña y bajó de una colina.
Para todo hay mecanismos y para cada mecanismo, especialistas, expertos. El mono desnudo permanece indefenso en la médula del cerebro serpentino, base y último resquicio y rescoldo de lo que fuimos en el primer rellano de la escalera de la evolución.
Hay quien no quiere dejarlo por nada del mundo y quien no tiene en el mundo donde ir si lo deja, ocurre en todas las formaciones, todos los partidos. Una serie de pequeñas tragedias por cada puñado de votos que se perdieron, ay, para siempre y la inexorable aplicación de la regla d’Hondt marca una delgada línea roja que no pasan, como ocurrió con el Rubicón o con los de la fama de Francisco Pizarro, más que los iluminados, los osados o mejor, en este caso, los elegidos. Un puñado de votos, apenas un racimo maltrecho por falta o exceso de sol, separa aguantar de tener que irse a casa, al duro aprendizaje, algunos, de lo que cuesta aprender a ganar y luego ganar el primer euro. Aquel que los profesionales antiguos clavaban en la pared del despacho, más o menos a la vista, encuadernaban, ponían en un cuadro.
¿Y quién te dice, me dice que al negociar no me cae a mí –se autosugieren como último recurso, proverbial clavo ardiendo-, no me recuperan a mí los míos? No saben que alguien habrá dicho ya la frase tremenda de los naufragios históricos: “¡sálvese quien pueda!”, sin que a nadie se le ocurra lo de que “las mujeres y los niños primero”, que sería anticonstitucional diferenciarlos y se perdería demasiado tiempo con eso de calcular que el número de los salvados fuese “paritario”.
martes, 24 de mayo de 2011
Telefonema urgente: “Ni Paco está limitado por Jovellanos ni Jovellanos puede limitarse a Paco”. Y, sin más, sin identificarse siquiera, colgó, creo que airada.
Estamos de acuerdo. No es para ponerse así. Ni uno es otro ni otro es uno, pero Paco es jovellanista, en cuanto está atrapado, con su personalidad propia, diferente y diferenciada, por un dilema muy parecido al que atrapó a Jovellanos en su época: la aparente alternativa entre lo clásico y lo deslumbrante por nuevo, que inexorable nos llega, inunda, condiciona.
Y asimismo estoy de acuerdo en que Jovellanos lo afrontó a su manera y Paco lo hace a la suya, con lo que hay diferencias sustanciales entre los modos de uno y de otro, que se parecen sin embargo en que el mismo esfuerzo, que, repito, cada uno a su manera, hacen, lo hacen para resolver el mismo dilema, que, históricamente, suele reiterarse.
Otro parecido está en la capacidad de abarcar una delimitación del espacio y planificarla, en la medida de lo posible, para tratar de afrontar el futuro que viene, de acuerdo con sus probables características, en parte condicionadas por el pasado y en parte imprevisibles, pero que, en cuanto humanas, de algún modo repito que probables y para las que se necesita tener preparado el ámbito social y económico delimitado.
La osadía de enfrentarse con su tiempo caracteriza a determinadas personas capaces, como primera característica, de anteponer el estudios del problema y la búsqueda de soluciones a su propia utilidad personal. Hace mucho tiempo, leí en un libro cuyo título y autor he olvidado, la que siempre me pareció deslumbrante afirmación de que en una cordada alpina, el miembro que sabe, en caso de necesidad, hacer algo para beneficio del conjunto, está, sin más, obligado a hacerlo.
Estamos de acuerdo. No es para ponerse así. Ni uno es otro ni otro es uno, pero Paco es jovellanista, en cuanto está atrapado, con su personalidad propia, diferente y diferenciada, por un dilema muy parecido al que atrapó a Jovellanos en su época: la aparente alternativa entre lo clásico y lo deslumbrante por nuevo, que inexorable nos llega, inunda, condiciona.
Y asimismo estoy de acuerdo en que Jovellanos lo afrontó a su manera y Paco lo hace a la suya, con lo que hay diferencias sustanciales entre los modos de uno y de otro, que se parecen sin embargo en que el mismo esfuerzo, que, repito, cada uno a su manera, hacen, lo hacen para resolver el mismo dilema, que, históricamente, suele reiterarse.
Otro parecido está en la capacidad de abarcar una delimitación del espacio y planificarla, en la medida de lo posible, para tratar de afrontar el futuro que viene, de acuerdo con sus probables características, en parte condicionadas por el pasado y en parte imprevisibles, pero que, en cuanto humanas, de algún modo repito que probables y para las que se necesita tener preparado el ámbito social y económico delimitado.
La osadía de enfrentarse con su tiempo caracteriza a determinadas personas capaces, como primera característica, de anteponer el estudios del problema y la búsqueda de soluciones a su propia utilidad personal. Hace mucho tiempo, leí en un libro cuyo título y autor he olvidado, la que siempre me pareció deslumbrante afirmación de que en una cordada alpina, el miembro que sabe, en caso de necesidad, hacer algo para beneficio del conjunto, está, sin más, obligado a hacerlo.
lunes, 23 de mayo de 2011
Ultimamente, algo pasa, alguna benéfica conjunción se ha producido de planetas o de galaxias, porque no estoy yo acostumbrado a que ganen mis preferidos con tanta persistencia como ésta de que el Barcelona por un lado haya llegado a Wembley pasando por encima del enemigo tradicional y Paco Cascos a la mayoría de un Principado tradicional feudo de la izquierda más obstinada.
Ni el Barcelona ni Paco son de derechas ni de izquierdas. No juegan a ese juego. El Barcelona es catalanista y Paco jovellanista. Entre catalanistas y jovellanistas los hay de derecha y de izquierda, y esta última diferencia se va borrando, evidentemente, en los últimos tiempos. Lo moderno, lo más al parecer in es indignarse al hilo y de acuerdo con los consejos y las consejas del Stéphane Hessel ese, prologado por José Luis Sampedro.
Observo, sin embargo, que nadie se da por vencido. Ni los acampados en las plazas de la indignación ni el señor presidente del gobierno ni el Madrid. Todos ellos doblegados, entienden al parecer todos que lo han sido sólo provisional y circunstancialmente, razón por la que han decidido mantenerse, aunque sea al rebufo, en sus trece, los primeros porque no han conseguido que les diesen caña para sacarlos de la calle, sitio incómodo y duro para dormir durante muchas noches sucesivas, el segundo porque es especialista en no darse por aludido cuando le hacen ver lo equivocado que está y el tercero porque como han llegado a manifestar públicamente algunos de sus epígonos más al parecer acérrimos, les queda apoyar de manera expresa, explícita y con entusiasmo al equipo inglés que le queda al Barça como único obstáculo para tratar de ganar otra copa de Europa, copa Champion’s o como quiera que se llame ahora la que el Madrid tiene por cierto tan repetida. Al parecer les molesta que la gane otro y peor si ese otro es además español, como sin duda es el Barcelona, por más que haya quien pretenda confundir catalanismo con separatismo. Pienso que el catalanismo, como la asturianía, son modos diferentes de ser español, que precisamente por eso es algo tan rico y complejo de colores, características, caracteres y matices.
Ni el Barcelona ni Paco son de derechas ni de izquierdas. No juegan a ese juego. El Barcelona es catalanista y Paco jovellanista. Entre catalanistas y jovellanistas los hay de derecha y de izquierda, y esta última diferencia se va borrando, evidentemente, en los últimos tiempos. Lo moderno, lo más al parecer in es indignarse al hilo y de acuerdo con los consejos y las consejas del Stéphane Hessel ese, prologado por José Luis Sampedro.
Observo, sin embargo, que nadie se da por vencido. Ni los acampados en las plazas de la indignación ni el señor presidente del gobierno ni el Madrid. Todos ellos doblegados, entienden al parecer todos que lo han sido sólo provisional y circunstancialmente, razón por la que han decidido mantenerse, aunque sea al rebufo, en sus trece, los primeros porque no han conseguido que les diesen caña para sacarlos de la calle, sitio incómodo y duro para dormir durante muchas noches sucesivas, el segundo porque es especialista en no darse por aludido cuando le hacen ver lo equivocado que está y el tercero porque como han llegado a manifestar públicamente algunos de sus epígonos más al parecer acérrimos, les queda apoyar de manera expresa, explícita y con entusiasmo al equipo inglés que le queda al Barça como único obstáculo para tratar de ganar otra copa de Europa, copa Champion’s o como quiera que se llame ahora la que el Madrid tiene por cierto tan repetida. Al parecer les molesta que la gane otro y peor si ese otro es además español, como sin duda es el Barcelona, por más que haya quien pretenda confundir catalanismo con separatismo. Pienso que el catalanismo, como la asturianía, son modos diferentes de ser español, que precisamente por eso es algo tan rico y complejo de colores, características, caracteres y matices.
domingo, 22 de mayo de 2011
Me subiría, si supiera cantar a la tarima,
en la plaza,
enfrente de la casa donde vives,
para echar
a volar,
los pájaros, de mis canciones, al viento.
Escúchame,
diría,
no te vayas
al trabajo, la rutina, el olvido.
Vente a volar como una nube,
a bruñir el azul del cielo,
a encenderme las ristras de luces de los besos,
que soñaré en el nido
acogedor
de tus labios
como plumas de cisne negro.
Vente a decir las palabras mágicas
que nadie sabe aún para qué sirven. Tal vez
para volvernos
locos.
Los locos no saben nade, corren
por su bosque inextricable,
inexplicable
en forma de equis,
como una vaga incógnita algebraica.
en la plaza,
enfrente de la casa donde vives,
para echar
a volar,
los pájaros, de mis canciones, al viento.
Escúchame,
diría,
no te vayas
al trabajo, la rutina, el olvido.
Vente a volar como una nube,
a bruñir el azul del cielo,
a encenderme las ristras de luces de los besos,
que soñaré en el nido
acogedor
de tus labios
como plumas de cisne negro.
Vente a decir las palabras mágicas
que nadie sabe aún para qué sirven. Tal vez
para volvernos
locos.
Los locos no saben nade, corren
por su bosque inextricable,
inexplicable
en forma de equis,
como una vaga incógnita algebraica.
La araña que vive en el patio
-mi mujer dice jardín-
de casa,
es una araña, sin embargo, libre.
No me pidió
-ni a mi mujer tampoco-
permiso
para tejer sus telas en nuestro patio
-jardín-,
cazar allí sus moscas preferidas,
que pasan volando
sin pagar peaje alguno,
por el dichoso patio
-jardín, insisto, dice mi mujer,
que planta allí sus rosas,
tiene su limonero,
unas buganvillas secas,
calas,
margaritas de colores, que se cierran por la noche-,
por donde van, también hacia donde quieren,
cuando les da la gana,
los ciempiés, las hormigas y las salamandras,
una tribu de lagartijas
e infinidad de pájaros silvestres.
La araña es
la que hoy
llama más mi atención,
teje que teje,
implacable.
-mi mujer dice jardín-
de casa,
es una araña, sin embargo, libre.
No me pidió
-ni a mi mujer tampoco-
permiso
para tejer sus telas en nuestro patio
-jardín-,
cazar allí sus moscas preferidas,
que pasan volando
sin pagar peaje alguno,
por el dichoso patio
-jardín, insisto, dice mi mujer,
que planta allí sus rosas,
tiene su limonero,
unas buganvillas secas,
calas,
margaritas de colores, que se cierran por la noche-,
por donde van, también hacia donde quieren,
cuando les da la gana,
los ciempiés, las hormigas y las salamandras,
una tribu de lagartijas
e infinidad de pájaros silvestres.
La araña es
la que hoy
llama más mi atención,
teje que teje,
implacable.
-Yo voto, tu votas, el vota, etcétera.
-Y tu ¿a quién votaste? –me preguntas-
-Voto secreto, en secreto, para el secreto. Sé de muchos que votan una cosa y dicen que votaron otra. No es mal sistema. Decía la abuela que no apostásemos más que después de haber mirado antes y estar bien seguros. La abuela era una mujer prudente. Nunca cocinaba las mermeladas sin cerciorarse de que los grandes potes de cobre estuviesen libres de cardenillo.
Un grupo, miles de personas, pero un grupo, siguen hacinadas en las plazas, acampadas en las plazas, sin saber qué hacer para materializar un sueño que tuvieron, se confiaron unos a otros y salieron a buscar por entre la primavera recién nacida. . Diría don Pío Baroja que les falta la arenga, el tambor y la bandera. Algunos, a falta de tambor, golpean cacerolas. No valen, las cacerolas, para este caso, es evidente. Tan evidente como que al parecer, un día cualquiera, volverán a casa, haciéndose la proverbial pregunta de quien sale de un sueño o de un trance: “¿dónde estoy?”.
Muchas veces antes de ahora, opiné que a la salida de estas crisis que padecemos, habría un mundo nuevo, donde no valdrían las soluciones históricas. Algo así como haber descubierto otro continente. Ahora, muchos, se sorprenden.
Hoy, sin embargo, todavía votaremos como si no hubiera pasado nada. Veremos, cuando caiga la tarde, si las urnas nos dicen algo nuevo o de algún modo apuntan diferencias apreciables.
-Y tu ¿a quién votaste? –me preguntas-
-Voto secreto, en secreto, para el secreto. Sé de muchos que votan una cosa y dicen que votaron otra. No es mal sistema. Decía la abuela que no apostásemos más que después de haber mirado antes y estar bien seguros. La abuela era una mujer prudente. Nunca cocinaba las mermeladas sin cerciorarse de que los grandes potes de cobre estuviesen libres de cardenillo.
Un grupo, miles de personas, pero un grupo, siguen hacinadas en las plazas, acampadas en las plazas, sin saber qué hacer para materializar un sueño que tuvieron, se confiaron unos a otros y salieron a buscar por entre la primavera recién nacida. . Diría don Pío Baroja que les falta la arenga, el tambor y la bandera. Algunos, a falta de tambor, golpean cacerolas. No valen, las cacerolas, para este caso, es evidente. Tan evidente como que al parecer, un día cualquiera, volverán a casa, haciéndose la proverbial pregunta de quien sale de un sueño o de un trance: “¿dónde estoy?”.
Muchas veces antes de ahora, opiné que a la salida de estas crisis que padecemos, habría un mundo nuevo, donde no valdrían las soluciones históricas. Algo así como haber descubierto otro continente. Ahora, muchos, se sorprenden.
Hoy, sin embargo, todavía votaremos como si no hubiera pasado nada. Veremos, cuando caiga la tarde, si las urnas nos dicen algo nuevo o de algún modo apuntan diferencias apreciables.
sábado, 21 de mayo de 2011
Nadie se atreve a decir qué pasa en la Puerta del Sol, donde una pequeña multitud se ha reunido a protestar contra lo que hay y contra lo que se avecina. No apuntan soluciones. Concurren en la idea de que no se debe seguir así-
-¿Cómo es “así”?
Ignoro si hay quien lo sepa o a quien echan la culpa, pero está claro que quieren que algo cambie en los modos de vida de la generación que constituyen.
-Pero es que son de varias …
De todas las que allí están representadas y de las que por diversas razones no fueron, pero están virtualmente.
-¿Cuántos?
Eso le gustaría a mucha gente saber.
Creo que vendrá alguien, o que brotará alguien de toda esta confusión de ahora mismo y este clamor se modulará, formulará, escribirá …
Por de pronto, ni se atreven unos a sacarlos de la calle, ni osan los otros criticar a los “unos” por ello. El sutil equilibrio de la protesta, podría derivar hasta enfrentarse con cualquiera que pudiese querer interpretarlo, prohibirlo o entenderlo.
¿Dónde están los que decían que España iba bien? Seguro estoy de que si se lo explican y demuestran a la masa rebelde, la podrían convertir en pan caliente. Y si no era verdad, ¿por qué insistieron tanto y tantos? ¿Porque iba bien para algunos? Un momento. A lo mejor el quid está ahí, en que iba bien, pero sólo para algunos y no de modo homogéneo. Y si es así, eso tiene un principio de solución relativamente fácil. ¿Habiais –vosotros, los que mandáis- habíais oído hablar de la solidaridad social? Por ahí podría ir el camino, “árduo y difícil”, decía Somerset Maugham, “como el filo de una navaja”. ¿Cuándo dijo alguien que fuese cosa fácil esto de vivir?
Sospecho que ha venido –y, como es tradicional, nadie sabe cómo ha sido- la primavera del futuro. Desapacible, destemplada, como la primavera suele ser, impredecible. El silencio de toda esa gente ahí, con su imposibilidad de ponerse de acuerdo, si inercia, tendría que desazonar a quienes deberíamos estar reflexionando, pero en realidad ya lo teníamos todo decidido sin previa reflexión. Otra posible pista. A lo mejor, el camino, que ya opiné por donde podría empezar, podría también seguir por que nos esforzásemos en una reflexión seria.
Leo en un periódico que dentro de no sé cuántos miles de millones de años, el sol habrá mutado a gigante roja y nos habrá secado el habitáculo, acabado la buena vida, extinguido la especie. Probablemente entonces no estemos aquí para verlo.
-¿Cómo es “así”?
Ignoro si hay quien lo sepa o a quien echan la culpa, pero está claro que quieren que algo cambie en los modos de vida de la generación que constituyen.
-Pero es que son de varias …
De todas las que allí están representadas y de las que por diversas razones no fueron, pero están virtualmente.
-¿Cuántos?
Eso le gustaría a mucha gente saber.
Creo que vendrá alguien, o que brotará alguien de toda esta confusión de ahora mismo y este clamor se modulará, formulará, escribirá …
Por de pronto, ni se atreven unos a sacarlos de la calle, ni osan los otros criticar a los “unos” por ello. El sutil equilibrio de la protesta, podría derivar hasta enfrentarse con cualquiera que pudiese querer interpretarlo, prohibirlo o entenderlo.
¿Dónde están los que decían que España iba bien? Seguro estoy de que si se lo explican y demuestran a la masa rebelde, la podrían convertir en pan caliente. Y si no era verdad, ¿por qué insistieron tanto y tantos? ¿Porque iba bien para algunos? Un momento. A lo mejor el quid está ahí, en que iba bien, pero sólo para algunos y no de modo homogéneo. Y si es así, eso tiene un principio de solución relativamente fácil. ¿Habiais –vosotros, los que mandáis- habíais oído hablar de la solidaridad social? Por ahí podría ir el camino, “árduo y difícil”, decía Somerset Maugham, “como el filo de una navaja”. ¿Cuándo dijo alguien que fuese cosa fácil esto de vivir?
Sospecho que ha venido –y, como es tradicional, nadie sabe cómo ha sido- la primavera del futuro. Desapacible, destemplada, como la primavera suele ser, impredecible. El silencio de toda esa gente ahí, con su imposibilidad de ponerse de acuerdo, si inercia, tendría que desazonar a quienes deberíamos estar reflexionando, pero en realidad ya lo teníamos todo decidido sin previa reflexión. Otra posible pista. A lo mejor, el camino, que ya opiné por donde podría empezar, podría también seguir por que nos esforzásemos en una reflexión seria.
Leo en un periódico que dentro de no sé cuántos miles de millones de años, el sol habrá mutado a gigante roja y nos habrá secado el habitáculo, acabado la buena vida, extinguido la especie. Probablemente entonces no estemos aquí para verlo.
viernes, 20 de mayo de 2011
Nada es lo que era cuando en mi casa de niño no hubo teléfono ni aparato de radio, la nevera se alimentaba con barras de hielo y el agua potable se traía de la fuente del Brujo, que tenía leyenda, en barriles negros, barrigudos, de Chamas del Mouro. Una bicicleta Orbea costaba quinientas pesetas y a mí no me la compraron ignoro si por falta de pesetas sobrantes o para que corriese menos riesgo de romperme la crisma por aquellas estrechas y abruptas carreteras, sin coches todavía, más que los de la media docena de ricachos y la línea de autobuses, que los primeros sacaban el artefacto de Pascuas a Ramos y la línea era perfectamente previsible, con sus horarios y lo suficientemente lenta como para dar tiempo a que nos apartásemos aquellos arrapiezos flacos y ágiles.
Ahora todo es cancerígeno y light, o una de las dos cosas, y la gente no se quita de la oreja el telefonino, está apresurada. crispada, aprende con frecuencia en la tele todos los modos posibles de portarse como cocheros con la debida elegancia y cunden con facilidad la indignación y el desconcierto plurales, la convicción de que los demás vulneran constantemente, con un indebido ejercicio de los suyos, nuestros derechos y no nos permiten ejercitar en cambio los nuestros, lo anormal es hasta elegante y la erudición consiste en no entender con habilidad. A cambio tenemos la casa pletórica de cuantos gadgets puede lograr la economía de cada uno de nosotros y tal vez alguno de más, adquirido al fiado, por si fuera compatible, que ya veremos, con la hipoteca flotante y los adelantos salariales, el precio del pan nuestro de cada día y el progresivo coste de una administración desbordada, autoritaria y desbordante.
Usamos el mismo dinero, formalmente considerado, que la mayoría de los europeos, pero tenemos menos puestos de trabajo y los que tenemos están, en su inmensa mayoría, peor pagados que el resto de los europeos. Carecemos de empresas capaces de competir en un mercado común europeo, y, como consecuencia, de intervenir en el mercado global abierto en el mundo. Tal vez haya demasiada gente que prefiera trabajar solo o mandar y demasiado poca que sepa y quiera trabajar formando equipo y apoyando con lealtad y entrega a los mejores, que casi todos sabemos en nuestros respectivos ámbitos de trabajo quiénes son y dónde están y los podríamos seleccionar y elegir, si no fuese por este ego de cada cual, íntimamente convencido de que el mejor podría ser él y ¿por qué renunciar?
Al no haber grandes empresas, faltan las pequeñas y medianas en su día necesariamente complementarias y suplementarias de aquéllas y que, cuando existan, formarán el tejido empresarial susceptible de distribuir puestos de trabajo en racional abundancia.
Me da la impresión de que los menos hábiles, menos capaces, menos ricos y menos sabios son más numerosos que los más hábiles, los más capaces, los más ricos y los más sabios, y luego, las decisiones se adoptan por mayoría. Por más que se conceda a todos el beneficio de las presunciones de buena intención y mejor fe, como yo estoy dispuesto a hacer y hago, les invito a que saquemos las consecuencias que puedan parecer más probables respecto del futuro de la comunidad.
Ahora todo es cancerígeno y light, o una de las dos cosas, y la gente no se quita de la oreja el telefonino, está apresurada. crispada, aprende con frecuencia en la tele todos los modos posibles de portarse como cocheros con la debida elegancia y cunden con facilidad la indignación y el desconcierto plurales, la convicción de que los demás vulneran constantemente, con un indebido ejercicio de los suyos, nuestros derechos y no nos permiten ejercitar en cambio los nuestros, lo anormal es hasta elegante y la erudición consiste en no entender con habilidad. A cambio tenemos la casa pletórica de cuantos gadgets puede lograr la economía de cada uno de nosotros y tal vez alguno de más, adquirido al fiado, por si fuera compatible, que ya veremos, con la hipoteca flotante y los adelantos salariales, el precio del pan nuestro de cada día y el progresivo coste de una administración desbordada, autoritaria y desbordante.
Usamos el mismo dinero, formalmente considerado, que la mayoría de los europeos, pero tenemos menos puestos de trabajo y los que tenemos están, en su inmensa mayoría, peor pagados que el resto de los europeos. Carecemos de empresas capaces de competir en un mercado común europeo, y, como consecuencia, de intervenir en el mercado global abierto en el mundo. Tal vez haya demasiada gente que prefiera trabajar solo o mandar y demasiado poca que sepa y quiera trabajar formando equipo y apoyando con lealtad y entrega a los mejores, que casi todos sabemos en nuestros respectivos ámbitos de trabajo quiénes son y dónde están y los podríamos seleccionar y elegir, si no fuese por este ego de cada cual, íntimamente convencido de que el mejor podría ser él y ¿por qué renunciar?
Al no haber grandes empresas, faltan las pequeñas y medianas en su día necesariamente complementarias y suplementarias de aquéllas y que, cuando existan, formarán el tejido empresarial susceptible de distribuir puestos de trabajo en racional abundancia.
Me da la impresión de que los menos hábiles, menos capaces, menos ricos y menos sabios son más numerosos que los más hábiles, los más capaces, los más ricos y los más sabios, y luego, las decisiones se adoptan por mayoría. Por más que se conceda a todos el beneficio de las presunciones de buena intención y mejor fe, como yo estoy dispuesto a hacer y hago, les invito a que saquemos las consecuencias que puedan parecer más probables respecto del futuro de la comunidad.
Ser Nadie, para afrontar el peligro de los cíclopes, como Ulises. Pero es difícil, ser Nadie, ahora mismo, en esta estado del mundo, con tantas cámaras vigilando por si llegan los malos cualquier noche, al desamparo de la oscuridad. Noche oscura –dijo el poeta- del alma. El alma, en la oscuridad, por una parte se entristece, pero por otra siente crecer en sí la esperanza de la luz y del alba. Graban el paso de los noctámbulos, con indiferencia. A las cámaras las trae sin cuidado que sean buenos, malos o indiferentes, los que pasan, ellas los retratan y olvidan con objetivo de enfermo avanzado de Alzheimer, ya olvidado incluso de sí mismo, ensimismado así en no ser, ausente. Las cámaras coleccionan así poco a poco, la procesión de los trasnochadores más impenitentes y escriben con ella una desconocida historia del mundo, su mundo, que nadie sabe con plena seguridad si es el mismo.
Un señor sale, escucha, pone una serie de aparatos, graba, sube a la red, reproduce la maravilla, cierras los ojos, vuelves al campo puro, duro, jaras y cigarras, calor, sudor, sol apretándote contra la tierra de la meseta, es como si estuvieras y el señor, paciente, te explica el origen de cada sonido, ya sea pájaro o rana de la charca semiseca de más lejos, ulular de búho o capricho del viento, gota de agua, picapinos insistente … Gracias. En un hermoso regalo.
Unos miles de seres arremolinados en cada plaza de los villorrios y los pueblecitos. En la capital van a la Puerta del Sol, donde mueren y nacen los años. No a la plaza de la diosa Cibeles, donde sus viejos leones, tristes como niños pijos, atletas obsesionados, Hipómenes y Atalanta, suelen mirar con indiferentes ojos ciegos, de piedra, las celebraciones deportivas.
Me voy al camino de la playa. Subo, me aparto del cemento y la civilizada persecución de los coches. Toda la mar y el acantilado, cuajado de silene, graznidos de gaviotas, espuma aferrada al lomo de cada ola. Playa todavía solitaria, en que corre un perro, afanoso, feliz.
Muy lejos, un punto en el horizonte, va lleno de gente atomizada, microscópica por el mero avatar de ir tan lejos hacia sabe Dios dónde.
Cierro los ojos para tratar de salir afuera. Puede hacerse. Se miro uno a sí mismo, dolorido, anciano, desde el mismo sueño que te permite imaginar que corres, nadas, te deslizas.
Resulta increíble esto de dejar de ser todos y ser uno solo, por un instante, antes de volver a ser todos, parte del inestable grupo humano, siempre como un rebaño que se dispersa para tratar de cumplir con la inexorable necesidad de reunirse para echar la culpa a alguien de lo que somos todos culpables en mayor o menor medida.
Descubre cada generación de nuevo el mundo y no acierta a saber cómo manejarlo, y algunos se aprovechan para tratar de cambiarlo a su gusto.
Unos miles de seres arremolinados en cada plaza de los villorrios y los pueblecitos. En la capital van a la Puerta del Sol, donde mueren y nacen los años. No a la plaza de la diosa Cibeles, donde sus viejos leones, tristes como niños pijos, atletas obsesionados, Hipómenes y Atalanta, suelen mirar con indiferentes ojos ciegos, de piedra, las celebraciones deportivas.
Me voy al camino de la playa. Subo, me aparto del cemento y la civilizada persecución de los coches. Toda la mar y el acantilado, cuajado de silene, graznidos de gaviotas, espuma aferrada al lomo de cada ola. Playa todavía solitaria, en que corre un perro, afanoso, feliz.
Muy lejos, un punto en el horizonte, va lleno de gente atomizada, microscópica por el mero avatar de ir tan lejos hacia sabe Dios dónde.
Cierro los ojos para tratar de salir afuera. Puede hacerse. Se miro uno a sí mismo, dolorido, anciano, desde el mismo sueño que te permite imaginar que corres, nadas, te deslizas.
Resulta increíble esto de dejar de ser todos y ser uno solo, por un instante, antes de volver a ser todos, parte del inestable grupo humano, siempre como un rebaño que se dispersa para tratar de cumplir con la inexorable necesidad de reunirse para echar la culpa a alguien de lo que somos todos culpables en mayor o menor medida.
Descubre cada generación de nuevo el mundo y no acierta a saber cómo manejarlo, y algunos se aprovechan para tratar de cambiarlo a su gusto.
martes, 17 de mayo de 2011
Cuando los teóricamente revolucionarios están ya en el poder y acreditaron su fracaso personal y colectivo y lo disparatado de su ideario más característico, la única vía posible hacia la cordura pasa por el restablecimiento del ritmo evolutivo del grupo social que suelen marcar los más retrógrados, para en seguida ponerse el resto de los humanos, en el grupo de los cuales me considero, a la labor de corregirlos y reconducirlos al necesario cambio social impuesto por la mudanza ocurrida en todo cuanto es circunstancial para el hombre de nuestro tiempo.
La mudanza de lo circunstancial, no es sin embargo la medida del cambio necesario, en cuanto procede siempre tratar de conservar, de lo viejo, aquello que todavía sirve, y, singularmente, los principios que todavía no hayan sido sustituidos por otros que parezcan más válidos. Creo que es urgente que los filósofos se dejen de elucubrar en vacío y se pongan a pensar, discernir y seleccionar los principios válidos que nos quedan y los que han brotado de las mudanzas habidas.
La sociedad debe cambiar hacia una administración más racional, que recupere su condición de servicio, mejorado por las nuevas posibilidades técnicas, pero siempre para mejor y más eficaz servicio de todos y cada uno de los ciudadanos. Como Martín Lutero King, me permito yo también el lujo de soñar, y sueño con el restablecimientos auténtico, honesto, veraz, de la división de poderes, única garantía válida y eficaz para un orden de convivencia democrático, y sueño con la desaparición real y verdadera de la profesión política, o que requiera, si no, una formación universitaria previa, con su primera y su segunda enseñanza después, como cualquier otra disciplina, y asimismo me permito soñar con la declaración legal de la condición de inembargable del inmueble que sirva de hogar familiar, previamente registrado como tal y que lo sea en realidad del deudor.
Sueño además con que a partir de ahora por lo menos, cuando se escriba la historia, se escriba la de los fracasos sufridos en cada capítulo por el género humano y cuáles fueron sus consecuencias más tristes, para así tratar de evitárselos a los humanos del capítulo siguiente.
Sueño con la solidaridad total para con los incapaces por vejez, enfermedad o invalidez, y, en general, para con los derrotados en la implacable lucha de la vida.
Sueño con una justicia que le pueda a la injusticia.
Sueño …
La mudanza de lo circunstancial, no es sin embargo la medida del cambio necesario, en cuanto procede siempre tratar de conservar, de lo viejo, aquello que todavía sirve, y, singularmente, los principios que todavía no hayan sido sustituidos por otros que parezcan más válidos. Creo que es urgente que los filósofos se dejen de elucubrar en vacío y se pongan a pensar, discernir y seleccionar los principios válidos que nos quedan y los que han brotado de las mudanzas habidas.
La sociedad debe cambiar hacia una administración más racional, que recupere su condición de servicio, mejorado por las nuevas posibilidades técnicas, pero siempre para mejor y más eficaz servicio de todos y cada uno de los ciudadanos. Como Martín Lutero King, me permito yo también el lujo de soñar, y sueño con el restablecimientos auténtico, honesto, veraz, de la división de poderes, única garantía válida y eficaz para un orden de convivencia democrático, y sueño con la desaparición real y verdadera de la profesión política, o que requiera, si no, una formación universitaria previa, con su primera y su segunda enseñanza después, como cualquier otra disciplina, y asimismo me permito soñar con la declaración legal de la condición de inembargable del inmueble que sirva de hogar familiar, previamente registrado como tal y que lo sea en realidad del deudor.
Sueño además con que a partir de ahora por lo menos, cuando se escriba la historia, se escriba la de los fracasos sufridos en cada capítulo por el género humano y cuáles fueron sus consecuencias más tristes, para así tratar de evitárselos a los humanos del capítulo siguiente.
Sueño con la solidaridad total para con los incapaces por vejez, enfermedad o invalidez, y, en general, para con los derrotados en la implacable lucha de la vida.
Sueño con una justicia que le pueda a la injusticia.
Sueño …
lunes, 16 de mayo de 2011
Me parece aterrador para los asturianos saber que, según el Instituto Nacional de Estadística, el Principado de Asturias:
1.- Perderá, en la próxima década un 3’2% de población.
2.- Tendrá una de las poblaciones más envejecidas de Europa.
3.- Cuenta con el menor índice de emprendimiento de España.
4.- Presenta una tasa de actividad (personas que trabajan o se hallan en disposición de hacerlo) del 51’38% (la más baja del país, tras Extremadura, y 8’6 puntos inferior a la media española).
1.- Perderá, en la próxima década un 3’2% de población.
2.- Tendrá una de las poblaciones más envejecidas de Europa.
3.- Cuenta con el menor índice de emprendimiento de España.
4.- Presenta una tasa de actividad (personas que trabajan o se hallan en disposición de hacerlo) del 51’38% (la más baja del país, tras Extremadura, y 8’6 puntos inferior a la media española).
Nadie da por perdida ninguna competición y ahí están todos alzando el pendón de su casa cuartel, su blasón, el color preferido. Y si no es por una cosa será por otra, pero seremos los mejores, que por debajo del número uno, los demás llegan, todos, después, con las orejas gachas, pero que no se entere nadie. Esto es una cosa pasajera. Mañana mismo, los mejores seremos nosotros. Tal vez otros nosotros, pero siempre nosotros. Lo importante parece ser el disfraz, el uniforme, la camiseta, que se la ponga quien se la ponga, lo que interesa, lo primordial es que les de caña a todos los demás, para que nosotros, quienesquiera que seamos, sigamos siendo nosotros, es decir, los que ganamos a todos los demás. Cosa como el Cid o como el capitán García de Paredes, el Condestable de Borbón y los anónimos lands kenechts del Emperador.
Se ha puesto a hacer frío. Hay calles de este lugar en que habito que parecen haber sido abiertas para que las recorran los vientos del norte y del nordeste. Es como si no hubiera sol-
Nos recorren, abrumadores, unos pelmas con altavoces que insisten cada cual en que votemos a su jefe de filas. De pronto, en un momento dado de la mañana, la alharaca electoral, que un día nos pareció tan importante, resultó algo desmañadamente banal con ribetes de absurdo.
Se ha puesto a hacer frío. Hay calles de este lugar en que habito que parecen haber sido abiertas para que las recorran los vientos del norte y del nordeste. Es como si no hubiera sol-
Nos recorren, abrumadores, unos pelmas con altavoces que insisten cada cual en que votemos a su jefe de filas. De pronto, en un momento dado de la mañana, la alharaca electoral, que un día nos pareció tan importante, resultó algo desmañadamente banal con ribetes de absurdo.
sábado, 14 de mayo de 2011
Borrachos de primavera,
con el regusto, todavía, del polen
acuciándonos,
el remolino,
agua, fuego y viento.
Nubes limpiando las miserias del día,
la luz
acampada en la corteza
del árbol.
Fue ayer, y estábamos recién nacidos,
a punto de morir,
que siempre fue lo mismo:
cada paso,
una
indecisión
que ha de tomar alguien, otro, y sin embargo
nos atañe:
ser o no ser; ser
así o de otra manera.
Cada caricia o cada beso, un anticipo
de lo desconocido,
cada uno de nosotros, un reflejo
dependiente
de la luz.
con el regusto, todavía, del polen
acuciándonos,
el remolino,
agua, fuego y viento.
Nubes limpiando las miserias del día,
la luz
acampada en la corteza
del árbol.
Fue ayer, y estábamos recién nacidos,
a punto de morir,
que siempre fue lo mismo:
cada paso,
una
indecisión
que ha de tomar alguien, otro, y sin embargo
nos atañe:
ser o no ser; ser
así o de otra manera.
Cada caricia o cada beso, un anticipo
de lo desconocido,
cada uno de nosotros, un reflejo
dependiente
de la luz.
miércoles, 11 de mayo de 2011
Un prado pequeño, agostado por la niebla salina que sube de la mar mezclada con finísimas gotas de agua de la rompiente, arrastradas por las corrientes de aire. Todo el norte, horizonte; el sur, desdibujadas montañas, de juguete, grisosocuro o malva, según el día y la hora, ahora mismo, azulencas. A mis pies, escasa hierba endurecida, margaritas ralas y calveras de pedregal. La música de fondo, la ponen, como aquí es frecuente, las gaviotas, si te acercas a los nidos de las cuales, en la abrupta ladera rota del acantilado, incluso te picotean excitadas. Se está bien, en este lugar, casi en soledad, con la respiración, de anciano, de la mar cerrando el paso a la fantasía y las gaviotas recomponiéndolo. Una tapia me separa del cementerio y al final del camino, alza su torre de vigía la capilla blanca. Al lado, agachado, el faro, ya inútil, desde que se inventó el radar para que cada barco pase un dedo largo, invisible, a lo largo de la línea de la costa. Se detendrá, digo yo, donde la blandura cálida de la arena, recién estremecida por el de la espuma, ofrezca al tacto sensación de caricia. No conozco humano a quien no ayude de algún modo una caricia. Instrumento de humanidad que se conjuga con otra y ambas, al rozarse, se apoyan recíprocas. Es un contacto casi siempre intencionado, que una persona inicia y la otra responde, activa o pasiva, hasta que ambas son una en el punto de contacto. Creo que las caricias las inició una luz tenue, como la de la luna, caso de que las haya inventado, en efecto, la luz, puesto que la del sol es más áspera, exagerada. Desde esta burbuja en que estoy, lugar infinitesimal del universo, siento repiquetear sobre mi entendimiento la acuciante pregunta, imposible de contestar para el hombre de mi tiempo, del por qué de la existencia de cada uno de nosotros, tan pequeño en relación con el todo, por ahora al parecer desértico, que nos rodea como si fuésemos los únicos capaces de hacérnosla desde este minúsculo rincón de un espacio tan inmenso, que hay quien dice que fue un punto y se expande, dicen otros, sin cesar. La siguiente es otra no menos inquietante pregunta: ¿por qué somos capaces de hacernos la anterior? ¿por qué capaces de esta curiosidad, al parecer insaciable?. Sueño, por un momento, en la posibilidad de que cuando haya transcurrido un número inimaginable de millares o millones de siglos y la humanidad haya crecido tanto que no quepa en este pedrusco en que vive, deberá ir ocupando todos y cada uno de los habitables del universo. Cada vez más lejos. Hasta olvidarse de dónde vino y cuándo.
martes, 10 de mayo de 2011
Ojos de mirar, mirojos,
enceguecidos
¿por qué
ciegan, al cegar, los ojos,
cuando hay tanto que ver
todavía?
Baja el ciego del lugar,
tanteando con su vara,
me toca:
¿eres tú?
¿Quién tú?
¿Quién va a ser?
Tú.
Cierro los ojos,
me finjo
el terror de ser ciego. Lloro
por el ciego
del lugar.
¿Por qué, buen padre Dios,
por qué
hay ciegos
con la hermosura toda desparramada alrededor?
¿Por qué,
buen padre Dios,
este morir tantas veces
de tantos miedos,
por qué?
¿Y quién
soy yo para preguntarte?
enceguecidos
¿por qué
ciegan, al cegar, los ojos,
cuando hay tanto que ver
todavía?
Baja el ciego del lugar,
tanteando con su vara,
me toca:
¿eres tú?
¿Quién tú?
¿Quién va a ser?
Tú.
Cierro los ojos,
me finjo
el terror de ser ciego. Lloro
por el ciego
del lugar.
¿Por qué, buen padre Dios,
por qué
hay ciegos
con la hermosura toda desparramada alrededor?
¿Por qué,
buen padre Dios,
este morir tantas veces
de tantos miedos,
por qué?
¿Y quién
soy yo para preguntarte?
lunes, 9 de mayo de 2011
Las gaviotas son el sonido del norte. Y sus vigías. Más allá están aún los hielos y el vacío silencioso de los hielos. Las gaviotas necesitan convivir con el hombre. Donde no llega el inuit, ya no hay más que osos blancos y focas. Luego silencio, el límite del mundo, un lugar donde está, dicen, el extremo del eje del planeta, encajado.
Cuenta un historiador cuya obra me recomiendan que la historia es memoria falsa de lo ocurrido. Dice que la escriben siempre quienes pueden y procuran difuminar, y, si pueden, borra, de la historia, a sus enemigos y contradictores.
Luego la emprende, como es costumbre, contra lo que llama “el franquismo”. Incurre en el vicio que denuncia. Dice que el franquismo trató de difuminar la realidad anterior, y él, a continuación, difumina la realidad del franquismo. Que para bien o para mal –me niego a entrar en esa inútil discusión, ese debate por ahora posiblemente interminable-, fue algo que estuvo ahí y fue historia, con claros y con oscuros, como todas las historias, las leyendas y los mitos, unos claros y unos oscuros que son sus hiedras y follajes. Prueba de que la historia, como todo, es relatividad, según la escriben los historiadores, es que puede reescribirse una y otra vez y cada vez que se reescribe parece otra historia.
La historia no es como una novela, que es la vida deformada por el novelista y ahormada por su imaginación. la historia no cabe en una visión ni siquiera colectiva. Un poco más allá de lo que cuenta cualquier historiador, incluidos los de buena fe, que también escriben según su criterio y desde su punto de vista, está la realidad pura, dura, inesperada y multiforme, que, por mucho que se trate de disimular o de ocultar, acaba siempre por manifestarse de algún modo.
Cada pueblo cuenta en cada época su historia, de que forman parte sus mitos y sus leyendas, su pasado y su esperanza de futuros, como conviene a los propósitos culturales de cada época. Cada pueblo trata desesperadamente de homogeneizarse a sí mismo, cosa evidentemente imposible porque aunque él no lo sepa ni individual ni colectivamente, cada pueblo es todos los puebles existentes, posibles, ignorados y extinguidos.
Hay la manía de añorar con la convicción de que hubo un tiempo mejor. No es cierto. Que yo sepa, cada momento histórico del futuro ha sido mejor que su tiempo anterior, y ya no digo si se cuenta por períodos seculares. Progresamos sin cesar, para bien y para mal, ya que cada mejora supone una oscuridad equivalente que se origina, un peligro mayor, un mayor riesgo para la vida.
Cuenta un historiador cuya obra me recomiendan que la historia es memoria falsa de lo ocurrido. Dice que la escriben siempre quienes pueden y procuran difuminar, y, si pueden, borra, de la historia, a sus enemigos y contradictores.
Luego la emprende, como es costumbre, contra lo que llama “el franquismo”. Incurre en el vicio que denuncia. Dice que el franquismo trató de difuminar la realidad anterior, y él, a continuación, difumina la realidad del franquismo. Que para bien o para mal –me niego a entrar en esa inútil discusión, ese debate por ahora posiblemente interminable-, fue algo que estuvo ahí y fue historia, con claros y con oscuros, como todas las historias, las leyendas y los mitos, unos claros y unos oscuros que son sus hiedras y follajes. Prueba de que la historia, como todo, es relatividad, según la escriben los historiadores, es que puede reescribirse una y otra vez y cada vez que se reescribe parece otra historia.
La historia no es como una novela, que es la vida deformada por el novelista y ahormada por su imaginación. la historia no cabe en una visión ni siquiera colectiva. Un poco más allá de lo que cuenta cualquier historiador, incluidos los de buena fe, que también escriben según su criterio y desde su punto de vista, está la realidad pura, dura, inesperada y multiforme, que, por mucho que se trate de disimular o de ocultar, acaba siempre por manifestarse de algún modo.
Cada pueblo cuenta en cada época su historia, de que forman parte sus mitos y sus leyendas, su pasado y su esperanza de futuros, como conviene a los propósitos culturales de cada época. Cada pueblo trata desesperadamente de homogeneizarse a sí mismo, cosa evidentemente imposible porque aunque él no lo sepa ni individual ni colectivamente, cada pueblo es todos los puebles existentes, posibles, ignorados y extinguidos.
Hay la manía de añorar con la convicción de que hubo un tiempo mejor. No es cierto. Que yo sepa, cada momento histórico del futuro ha sido mejor que su tiempo anterior, y ya no digo si se cuenta por períodos seculares. Progresamos sin cesar, para bien y para mal, ya que cada mejora supone una oscuridad equivalente que se origina, un peligro mayor, un mayor riesgo para la vida.
sábado, 7 de mayo de 2011
Puede ser cierto, aunque resulte difícil de creer, que los franceses hayan declarado las corridas de toros bien cultural y en España, una región de gente tan lúcida como Cataluña las haya execrado. Se lo digo yo, a quien los toros y sus corridas ni fu ni fa, sin perjuicio de que me guste su estética y me aburra lo que duran. Algo así me ocurre también, no se escandalicen, con la ética y algunos de los clasificados usualmente como clásicos. Me dirá,: ¡anda con lo que sale éste! Bueno, ¿Qué quieren que les diga?. Cada uno es como es. Lo que ocurre es que muchos, para no quedarse fuera de la fila y de la fotografía, disimulan y tratan, a pesar de todo, de no desentonar cuando, como Vicente, se limitan a ir a donde va la gente. Que no se me moleste ningún Vicente, conocido o no, porque me limito a recordar lo que decía la abuelina, cuando casi todos la teníamos, aquello de: “¿Dónde va Vicente? Donde va la gente” Vicente, en la frase, no es más que el biotipohumano gregario, que trata de inventarse o, de modo evidentemente apócrifo, confesar unos gustos, sin experimentarlos, coincidentes con los de otros en que ciegamente confía. Ya saben, preguntaron al paseante en Cortes para qué le servía el cordelito que llevaba colgando del bolsillo de la chaqueta y respondió que él no sabía, pero que estaba así en el figurín.
No estuve nunca en Nueva York. Y a lo mejor, por eso llegué a todo lo viejo que soy. Andando despacito, trechos cortos, con la imaginación limitada por lo conocido. No se puede imaginar mucho más que lo que por lo menos de lejos se conoce con una forma parecida a lo que luego se imagina. Usted, por ejemplo, sabe que un elefante es como es, y puede imaginárselo con orejas más o manos grandes o pequeñas, con una o dos trompas, alguna si acaso de color de rosa, pero siempre a partir del viejo elefante conocido por las películas de Tarzán, representado por Johnny Weissmuler, que llamaba a Tantor, el elefante, con aquel grito característico, y allá venía, presuroso, el gran paquidermo, en auxilio de su amigo, el gran tarmangani.
Y por qué, me preguntas, dices eso de que no estuviste en Nueva York, y te contesto que porque es cierto que no estuve y por qué no voy a decírselo a quien quiera saberlo. Ni en el gran Cañón, tampoco estuve, ni en ningún lugar de los EE UU, dicen los americanos del norte que paradigma de un mundo más feliz que el de Huxley, cosa que permítanme que les diga que dudo. El mundo más feliz imaginable, ha de tener, aunque las esconda, las partes más oscuras de cualquier mundo. Las cosas son así. Cuanto más grandes, más orondos, más aparentemente felices somos, más grande es nuestra sombra.
Hay americanos sencillos, como Tony Hillerman, que escriben novelas sin grandes pretensiones, y, sin embargo, espléndidas, policíacas, cuyos protagonistas son policías tribales navajos de la reserva y se entera uno de viejas costumbres y convicciones culturales de los indios, sin duda amigos del autor, a su vez amigo de los navajos entre que al parecer creció, según dice su biografía. Una delicia, estarse con ellos a través de la desértica reserva donde cualquier chispear de lluvia es un asomarse al Edén, pero mientras lees, a pesar de todos los pesares y lo duro y casi imposible que debe ser sobrevivir en aquel territorio, te gustaría haber estado. Un mérito de este autor, casi desconocido entre nosotros, la mayoría de cuyas novelas en castellano todavía se encuentran de viejo, para mí verdaderas joyas y una o dos en algún fondo de librería. Ya no hay fondos de librería. Se devuelve lo aparentemente invendible –que es lo que nadie compra en unos días- y se “descataloga” –menuda palabreja-, lo que echan al cubo de las rebajas los almacenes de libros. Hermosos versos clásicos amarillean sin que ni por un euro se los lleve nadie del cajón de la puerta de la librería de viejo que huele a polvo y colillas rancias, si te atreves a entrar y fisgar y hurgar y buscar y a veces encontrar, un pequeño tesoro de lector apasionado.
Y por qué, me preguntas, dices eso de que no estuviste en Nueva York, y te contesto que porque es cierto que no estuve y por qué no voy a decírselo a quien quiera saberlo. Ni en el gran Cañón, tampoco estuve, ni en ningún lugar de los EE UU, dicen los americanos del norte que paradigma de un mundo más feliz que el de Huxley, cosa que permítanme que les diga que dudo. El mundo más feliz imaginable, ha de tener, aunque las esconda, las partes más oscuras de cualquier mundo. Las cosas son así. Cuanto más grandes, más orondos, más aparentemente felices somos, más grande es nuestra sombra.
Hay americanos sencillos, como Tony Hillerman, que escriben novelas sin grandes pretensiones, y, sin embargo, espléndidas, policíacas, cuyos protagonistas son policías tribales navajos de la reserva y se entera uno de viejas costumbres y convicciones culturales de los indios, sin duda amigos del autor, a su vez amigo de los navajos entre que al parecer creció, según dice su biografía. Una delicia, estarse con ellos a través de la desértica reserva donde cualquier chispear de lluvia es un asomarse al Edén, pero mientras lees, a pesar de todos los pesares y lo duro y casi imposible que debe ser sobrevivir en aquel territorio, te gustaría haber estado. Un mérito de este autor, casi desconocido entre nosotros, la mayoría de cuyas novelas en castellano todavía se encuentran de viejo, para mí verdaderas joyas y una o dos en algún fondo de librería. Ya no hay fondos de librería. Se devuelve lo aparentemente invendible –que es lo que nadie compra en unos días- y se “descataloga” –menuda palabreja-, lo que echan al cubo de las rebajas los almacenes de libros. Hermosos versos clásicos amarillean sin que ni por un euro se los lleve nadie del cajón de la puerta de la librería de viejo que huele a polvo y colillas rancias, si te atreves a entrar y fisgar y hurgar y buscar y a veces encontrar, un pequeño tesoro de lector apasionado.
viernes, 6 de mayo de 2011
Llaman arte a lo que sin duda lo es, pero se queda, por incapacidad de quien ha tratado de expresarse o por la mera ficción que constituye su obra, cuando más, en artesanía, y, si no, en mamarracho.
Una obra es de artesanía cuando el autor trata de expresar mediante ella un sentimiento, pero carece de la inspiración para hacerlo de modo adecuado y lo único que es capaz de incorporar honradamente a su obra es la sinceridad; es un mamarracho cuando quien no ha sentido emoción que lo justifique, trata de copiar la forma de cualquier artista y así, unas veces acumula al vacío la torpeza y otras se expresa con precisión, pero sigue sin tener nada que decir.
Qué pena da escuchar un instrumento tocado con precisión profesional exquisita, pero sin la más mínima emoción; que pena, contemplar un cuadro sin contenido, por más que a veces haya sido pintado con inútil precisión fotográfica, digna incluso de encomios que nada que tienen que ver con los que se le deberían si hubiera sido una obra de arte; qué pena que haya perdido tanto tiempo el autor de esa novela o de aquel poema, posiblemente tan bien escritos, pero que ni cuentan ni dicen cosa alguna.
-Pero quién eres tú …
-Nadie, está claro. Un viejo, si quieres que me confiese, atrabiliario, en un rincón, leyendo, escuchando, mirando; tratando de hallar una emoción estética o ética o del conocimiento. Un anciano que no pretende convencer a nadie. Habla solo. Comparte lo que piensa. Sabe que no conoce la verdad absoluta. Define para su capote, para andar por casa. Es torpe, por añadidura, de modo que podría equivocarse y perderse algo que admirar, por haberlo descartado sin fijarse lo indispensable a veces para iniciar el diálogo que cualquier obra de arte suscita. Por pequeña que sea. No es cosa de tamaño ni de espectacularidad. Una obra de arte puede estar constituida por muy pocas palabras, escasos juegos de color y no tener tamaño superior a un grano de arroz. Y aún mucho menor, con todas esas lentes que han ido inventando y que ven incluso en el fondo remoto del pasado, cosas que ya no existen.
Una obra es de artesanía cuando el autor trata de expresar mediante ella un sentimiento, pero carece de la inspiración para hacerlo de modo adecuado y lo único que es capaz de incorporar honradamente a su obra es la sinceridad; es un mamarracho cuando quien no ha sentido emoción que lo justifique, trata de copiar la forma de cualquier artista y así, unas veces acumula al vacío la torpeza y otras se expresa con precisión, pero sigue sin tener nada que decir.
Qué pena da escuchar un instrumento tocado con precisión profesional exquisita, pero sin la más mínima emoción; que pena, contemplar un cuadro sin contenido, por más que a veces haya sido pintado con inútil precisión fotográfica, digna incluso de encomios que nada que tienen que ver con los que se le deberían si hubiera sido una obra de arte; qué pena que haya perdido tanto tiempo el autor de esa novela o de aquel poema, posiblemente tan bien escritos, pero que ni cuentan ni dicen cosa alguna.
-Pero quién eres tú …
-Nadie, está claro. Un viejo, si quieres que me confiese, atrabiliario, en un rincón, leyendo, escuchando, mirando; tratando de hallar una emoción estética o ética o del conocimiento. Un anciano que no pretende convencer a nadie. Habla solo. Comparte lo que piensa. Sabe que no conoce la verdad absoluta. Define para su capote, para andar por casa. Es torpe, por añadidura, de modo que podría equivocarse y perderse algo que admirar, por haberlo descartado sin fijarse lo indispensable a veces para iniciar el diálogo que cualquier obra de arte suscita. Por pequeña que sea. No es cosa de tamaño ni de espectacularidad. Una obra de arte puede estar constituida por muy pocas palabras, escasos juegos de color y no tener tamaño superior a un grano de arroz. Y aún mucho menor, con todas esas lentes que han ido inventando y que ven incluso en el fondo remoto del pasado, cosas que ya no existen.
-¿Qué opina usted de …?
(rápidamente, cortante) –¡No opino!
-Pero hombre …
No opino de Mourinho, no opino del Madrid, no opino de las elecciones, no opino de lo de bin Laden. Me niego a opinar, o, por lo menos, me niego a decir en voz alta lo que opino. Ni siquiera opino de economía ni de religión. Por lo menos hoy, este hermoso, casi brillante, día de mayo. Me iría de buena gana a lo alto de una colina desde que se ve el paisaje de tierra y un ancho horizonte de mar. Todo cuanto alcanza la vista, está a mi alcance visual. Puedo disfrutar de todo ello, respirarlo con la mirada, hundirme en ello. Ser junto con esa ancha porción de tierra con árboles, jardines, canteras y escoriales. Estar solo.
Nunca se está solo, sin embargo. Contigo está tu sombra; contigo está tu destartalada parte oscura. Quiero decir, claro, es este caso, que están conmigo. Y, solos conmigo, como una niebla pertinaz, están mis pensamientos.
No digo lo que pienso. ¿De qué valdría?
No hay “escondida senda”, el humano no está nunca solo, pese a soler estarlo desde que nace solo hasta que, solo, muere. Permitidme que repita que la vida es una sucesión de paradojas. No estoy nunca seguro de poder llegar a alguien, cuando lo necesite, pero todos y cada uno y cada circunstancia, de alguna manera, me condicionan
(rápidamente, cortante) –¡No opino!
-Pero hombre …
No opino de Mourinho, no opino del Madrid, no opino de las elecciones, no opino de lo de bin Laden. Me niego a opinar, o, por lo menos, me niego a decir en voz alta lo que opino. Ni siquiera opino de economía ni de religión. Por lo menos hoy, este hermoso, casi brillante, día de mayo. Me iría de buena gana a lo alto de una colina desde que se ve el paisaje de tierra y un ancho horizonte de mar. Todo cuanto alcanza la vista, está a mi alcance visual. Puedo disfrutar de todo ello, respirarlo con la mirada, hundirme en ello. Ser junto con esa ancha porción de tierra con árboles, jardines, canteras y escoriales. Estar solo.
Nunca se está solo, sin embargo. Contigo está tu sombra; contigo está tu destartalada parte oscura. Quiero decir, claro, es este caso, que están conmigo. Y, solos conmigo, como una niebla pertinaz, están mis pensamientos.
No digo lo que pienso. ¿De qué valdría?
No hay “escondida senda”, el humano no está nunca solo, pese a soler estarlo desde que nace solo hasta que, solo, muere. Permitidme que repita que la vida es una sucesión de paradojas. No estoy nunca seguro de poder llegar a alguien, cuando lo necesite, pero todos y cada uno y cada circunstancia, de alguna manera, me condicionan
miércoles, 4 de mayo de 2011
Elecciones. Va a haberlas dentro de unos días: locales y para los cargos de las Autonomías, esta vez. Toda una multitud de desconocidos, agrupados bajo diferentes siglas.
Me pregunto qué diferencian en la actualidad algunas de las siglas y cuál es su perfil diferenciador de otras.
Y si muchas de ellas bajan a la arena de la competición electoral conscientes de su escasa posibilidad de obtener un mínimo apreciable de votos.
Dos grandes grupos y todo un abanico, un archipiélago insular de diferente contextura y tamaño. Y todos más o manos poblados por un diverso gentío, cada uno con sus jefes y sumos sacerdotes, es decir, sus líderes y mejor o peor fundados ideólogos. Algunos sueñan convertirse en báculo y así complemento de alguno de los mayores, eventualmente necesitado de un puñado de votos para sobrepasar el límite de la mayoría absoluta.
Y al mismo tiempo, llega a mis manos una “Nueva historia de la democracia”, de Francisco Rodríguez Adrados, que peregrina a Grecia y subtitula su obra nada menos que “de Solón a nuestros días”. Nada menos.
Leo el prólogo y de buena gana lo remitiría a Polibio, que ya daba en aquel tiempo claves útiles para un estudio de las razones, sinrazones, ventajas y peligros de cada modo de gobernar un grupo social.
No cabe estudiar una realidad histórica sin situarse previamente en su ámbito, ni entendería probablemente, ni identificaría “su” democracia con el sistema de gobierno de “nuestra” democracia.
Polibio explica ya entonces en su Historia por qué un grupo social de los imaginables en su tiempo recorre los sistemas de gobierno, desde la simple jefatura tribal hasta la soberanía del populacho, pasando por la monarquía, la aristocracia, la oligocracia, la tiranía, la democracia, la oclocracia y vuelta a empezar el ciclo. Tiene que ver con el desgaste de cada sistema, la homogeneidad del grupo, su cultura y su tamaño. Porque la gente, lo que es cierto que pretende es ser libre en paz, poder relacionarse con los demás y disfrutar con dignidad del acervo social, tanto en lo material como en lo moral y que la ampare una justicia comprensible, fundada e imparcial.
Es curioso que la mayor parte de las siglas programen garantizar lo que quiere la gente y no haya habido históricamente ningunas capaces de lograrlo
Me pregunto qué diferencian en la actualidad algunas de las siglas y cuál es su perfil diferenciador de otras.
Y si muchas de ellas bajan a la arena de la competición electoral conscientes de su escasa posibilidad de obtener un mínimo apreciable de votos.
Dos grandes grupos y todo un abanico, un archipiélago insular de diferente contextura y tamaño. Y todos más o manos poblados por un diverso gentío, cada uno con sus jefes y sumos sacerdotes, es decir, sus líderes y mejor o peor fundados ideólogos. Algunos sueñan convertirse en báculo y así complemento de alguno de los mayores, eventualmente necesitado de un puñado de votos para sobrepasar el límite de la mayoría absoluta.
Y al mismo tiempo, llega a mis manos una “Nueva historia de la democracia”, de Francisco Rodríguez Adrados, que peregrina a Grecia y subtitula su obra nada menos que “de Solón a nuestros días”. Nada menos.
Leo el prólogo y de buena gana lo remitiría a Polibio, que ya daba en aquel tiempo claves útiles para un estudio de las razones, sinrazones, ventajas y peligros de cada modo de gobernar un grupo social.
No cabe estudiar una realidad histórica sin situarse previamente en su ámbito, ni entendería probablemente, ni identificaría “su” democracia con el sistema de gobierno de “nuestra” democracia.
Polibio explica ya entonces en su Historia por qué un grupo social de los imaginables en su tiempo recorre los sistemas de gobierno, desde la simple jefatura tribal hasta la soberanía del populacho, pasando por la monarquía, la aristocracia, la oligocracia, la tiranía, la democracia, la oclocracia y vuelta a empezar el ciclo. Tiene que ver con el desgaste de cada sistema, la homogeneidad del grupo, su cultura y su tamaño. Porque la gente, lo que es cierto que pretende es ser libre en paz, poder relacionarse con los demás y disfrutar con dignidad del acervo social, tanto en lo material como en lo moral y que la ampare una justicia comprensible, fundada e imparcial.
Es curioso que la mayor parte de las siglas programen garantizar lo que quiere la gente y no haya habido históricamente ningunas capaces de lograrlo
martes, 3 de mayo de 2011
Voy a arreglar el mundo, me dije. Y desatornillé la esfera del mundo, la aparté y con unas pinzas fui sacando de acá y de allá piececitas que me parecieron flojas, semioxidadas o inútiles. Digo que inútiles porque en apariencia estaban separadas de las otras, independientes, aparte, sin engranaje que pudiera relacionarlas con el resto. Luego aflojé más tornillos que habían ido apareciendo por detrás de esquinas y placas, abajo, en los entresijos de la máquina, cada vez más hondo y más aparentemente envejecido por el uso, gastado, bruñido a veces por roces chirriantes. Y, poco a poco, la máquina se iba haciendo menos rápida, a la vez que yo notaba mayores dificultades para respirar un aire cada vez más espeso. Me asusté. Debo ser yo, con mis manipulaciones, el que altera la marcha de las cosas, su ritmo, la urgencia del tiempo. Ahora mismo, sin embargo, sin planos ni libro de instrucciones, no acierto a recomponer los mecanismos.
Debe ser que no es tan fácil como en su día me pareció, esto de tratar de arreglar la marcha del mundo, con su progresiva carga de mayor número de vociferantes pasajeros. Cada vez más airados, evidentemente nerviosos. Habría que sacarlos a otro mundo alternativo, por lo menos durante las obras de revisión de éste. Y alguien más capacitado que yo, para hacerlo.
Debe ser que no es tan fácil como en su día me pareció, esto de tratar de arreglar la marcha del mundo, con su progresiva carga de mayor número de vociferantes pasajeros. Cada vez más airados, evidentemente nerviosos. Habría que sacarlos a otro mundo alternativo, por lo menos durante las obras de revisión de éste. Y alguien más capacitado que yo, para hacerlo.
domingo, 1 de mayo de 2011
Primero de mayo, cae en domingo, a pesar de todo, salen las manifestaciones vestidas de rojo intenso. Es curioso que los obreros solían llevar mono, o buzo, azul mahón, que luego fue uniforme falangista, mientras que los obreros elegían, en todo el mundo, el rojo más vivo, como color de todas las revoluciones y reivindicaciones pendientes. Dicen que el rojo es un color excitante, al contrario que le verde pálido, tranquilizador y frecuente en sanidad y habitaciones o estancias hospitalarias.
Hoy, el día está inundado de rojo. Globos, banderas, indumentaria, pancartas. Ha salido a la calle un grito estentóreo.
La fiesta, en cambio, pacífica y familiar, se queda para mañana, lunes, que sin embargo, en esta ocasión, estará impregnado de ese enrarecido ambiente de la propaganda electoral, cuando todo es aparentemente distinto. Toca ejecutar numerosos actos de contrición políticos y toda una pequeña multitud o promete enmendarse, si son los que tratan de mantenerse, o promete hacerlo mejor, si son los que intentan o volver o son nuevos en las diferentes plazas.
Mes de flores –ahora todos lo son, porque las hay cualquier día del año, importadas algunas desde lejanos países, pero éste es el clásico para nosotros, de cuando no había más que las del jardín propio, el patio íntimo o las macetas de las rejas o los balcones de casa; mes de asomo del asentamiento del tiempo mejor, a partir del día cuarenta, cuando el refrán dice que podrá quitarse el sayo; mas de santa Rita de Casia, abogada de imposibles. Este año de gracia, mes de elecciones municipales.
A cuya entrada ha muerto uno de los escritores importantes del siglo, Ernesto Sábato, argentino, ya nonagenario, casi centenario. Para nosotros, los viejos, la muerte es un vecino que anda por las calles del pueblo y en cualquier momento nos puede poner la mano en el hombro y decir que ya está bien, ¿no, amigo?. Y tiene razón. A nuestra edad es un hecho lógico, aunque continúe siendo sobrecogedor y sorprendente. Incluso lo familiar puede ser sobrecogedor y sorprendente, cuando el hecho mismo de vivir es todo lo paradójico que es, en sí mismo y a la vez, castigo y privilegio. Cien años serían unos treinta y ocho mil días. Un hermoso rosario de posibilidades, cuyo número ha de equilibrarse sin embargo, proporcionalmente y según el de días de vida real, con sus sombras, los días malos, tristes u horribles. ¿No es una auténtica paradoja que nos aferremos, como hacemos, a la vida, con toda su aleatoriedad?
Se me ocurre otra reflexión. Cuantos, bien o mal, hemos escrito algo, aún muertos, seguiremos hablando para alguien que por lo menos casualmente tome de una estantería o de le hemeroteca algo que dijimos, contamos u opinamos. Hay muchas personas que jamás escribieron más que si acaso una nota ocasional, anónima. ¿Será mejor que se nos olvide pronto o que se nos recuerde? Y ¿por qué cualquiera de las dos respuestas? ¿Lo veis? Incluso ya viejos, pensamos en nuestra proyección, nuestro recuerdo, la sombra y la huella. Tal vez un síntoma más de ese instinto de mantenerse del lado de acá, en este paradójico lugar de la esperanza y el miedo simultáneos. Una vez más, regreso a Luis Rosales: “Gracias, Señor, la casa está encendida”.
Hoy, el día está inundado de rojo. Globos, banderas, indumentaria, pancartas. Ha salido a la calle un grito estentóreo.
La fiesta, en cambio, pacífica y familiar, se queda para mañana, lunes, que sin embargo, en esta ocasión, estará impregnado de ese enrarecido ambiente de la propaganda electoral, cuando todo es aparentemente distinto. Toca ejecutar numerosos actos de contrición políticos y toda una pequeña multitud o promete enmendarse, si son los que tratan de mantenerse, o promete hacerlo mejor, si son los que intentan o volver o son nuevos en las diferentes plazas.
Mes de flores –ahora todos lo son, porque las hay cualquier día del año, importadas algunas desde lejanos países, pero éste es el clásico para nosotros, de cuando no había más que las del jardín propio, el patio íntimo o las macetas de las rejas o los balcones de casa; mes de asomo del asentamiento del tiempo mejor, a partir del día cuarenta, cuando el refrán dice que podrá quitarse el sayo; mas de santa Rita de Casia, abogada de imposibles. Este año de gracia, mes de elecciones municipales.
A cuya entrada ha muerto uno de los escritores importantes del siglo, Ernesto Sábato, argentino, ya nonagenario, casi centenario. Para nosotros, los viejos, la muerte es un vecino que anda por las calles del pueblo y en cualquier momento nos puede poner la mano en el hombro y decir que ya está bien, ¿no, amigo?. Y tiene razón. A nuestra edad es un hecho lógico, aunque continúe siendo sobrecogedor y sorprendente. Incluso lo familiar puede ser sobrecogedor y sorprendente, cuando el hecho mismo de vivir es todo lo paradójico que es, en sí mismo y a la vez, castigo y privilegio. Cien años serían unos treinta y ocho mil días. Un hermoso rosario de posibilidades, cuyo número ha de equilibrarse sin embargo, proporcionalmente y según el de días de vida real, con sus sombras, los días malos, tristes u horribles. ¿No es una auténtica paradoja que nos aferremos, como hacemos, a la vida, con toda su aleatoriedad?
Se me ocurre otra reflexión. Cuantos, bien o mal, hemos escrito algo, aún muertos, seguiremos hablando para alguien que por lo menos casualmente tome de una estantería o de le hemeroteca algo que dijimos, contamos u opinamos. Hay muchas personas que jamás escribieron más que si acaso una nota ocasional, anónima. ¿Será mejor que se nos olvide pronto o que se nos recuerde? Y ¿por qué cualquiera de las dos respuestas? ¿Lo veis? Incluso ya viejos, pensamos en nuestra proyección, nuestro recuerdo, la sombra y la huella. Tal vez un síntoma más de ese instinto de mantenerse del lado de acá, en este paradójico lugar de la esperanza y el miedo simultáneos. Una vez más, regreso a Luis Rosales: “Gracias, Señor, la casa está encendida”.
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