martes, 3 de mayo de 2011

Voy a arreglar el mundo, me dije. Y desatornillé la esfera del mundo, la aparté y con unas pinzas fui sacando de acá y de allá piececitas que me parecieron flojas, semioxidadas o inútiles. Digo que inútiles porque en apariencia estaban separadas de las otras, independientes, aparte, sin engranaje que pudiera relacionarlas con el resto. Luego aflojé más tornillos que habían ido apareciendo por detrás de esquinas y placas, abajo, en los entresijos de la máquina, cada vez más hondo y más aparentemente envejecido por el uso, gastado, bruñido a veces por roces chirriantes. Y, poco a poco, la máquina se iba haciendo menos rápida, a la vez que yo notaba mayores dificultades para respirar un aire cada vez más espeso. Me asusté. Debo ser yo, con mis manipulaciones, el que altera la marcha de las cosas, su ritmo, la urgencia del tiempo. Ahora mismo, sin embargo, sin planos ni libro de instrucciones, no acierto a recomponer los mecanismos.

Debe ser que no es tan fácil como en su día me pareció, esto de tratar de arreglar la marcha del mundo, con su progresiva carga de mayor número de vociferantes pasajeros. Cada vez más airados, evidentemente nerviosos. Habría que sacarlos a otro mundo alternativo, por lo menos durante las obras de revisión de éste. Y alguien más capacitado que yo, para hacerlo.

1 comentario:

MARCELO dijo...

Tal vez si hubieses usado papel de celo...