Me subiría, si supiera cantar a la tarima,
en la plaza,
enfrente de la casa donde vives,
para echar
a volar,
los pájaros, de mis canciones, al viento.
Escúchame,
diría,
no te vayas
al trabajo, la rutina, el olvido.
Vente a volar como una nube,
a bruñir el azul del cielo,
a encenderme las ristras de luces de los besos,
que soñaré en el nido
acogedor
de tus labios
como plumas de cisne negro.
Vente a decir las palabras mágicas
que nadie sabe aún para qué sirven. Tal vez
para volvernos
locos.
Los locos no saben nade, corren
por su bosque inextricable,
inexplicable
en forma de equis,
como una vaga incógnita algebraica.
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