Nada es lo que era cuando en mi casa de niño no hubo teléfono ni aparato de radio, la nevera se alimentaba con barras de hielo y el agua potable se traía de la fuente del Brujo, que tenía leyenda, en barriles negros, barrigudos, de Chamas del Mouro. Una bicicleta Orbea costaba quinientas pesetas y a mí no me la compraron ignoro si por falta de pesetas sobrantes o para que corriese menos riesgo de romperme la crisma por aquellas estrechas y abruptas carreteras, sin coches todavía, más que los de la media docena de ricachos y la línea de autobuses, que los primeros sacaban el artefacto de Pascuas a Ramos y la línea era perfectamente previsible, con sus horarios y lo suficientemente lenta como para dar tiempo a que nos apartásemos aquellos arrapiezos flacos y ágiles.
Ahora todo es cancerígeno y light, o una de las dos cosas, y la gente no se quita de la oreja el telefonino, está apresurada. crispada, aprende con frecuencia en la tele todos los modos posibles de portarse como cocheros con la debida elegancia y cunden con facilidad la indignación y el desconcierto plurales, la convicción de que los demás vulneran constantemente, con un indebido ejercicio de los suyos, nuestros derechos y no nos permiten ejercitar en cambio los nuestros, lo anormal es hasta elegante y la erudición consiste en no entender con habilidad. A cambio tenemos la casa pletórica de cuantos gadgets puede lograr la economía de cada uno de nosotros y tal vez alguno de más, adquirido al fiado, por si fuera compatible, que ya veremos, con la hipoteca flotante y los adelantos salariales, el precio del pan nuestro de cada día y el progresivo coste de una administración desbordada, autoritaria y desbordante.
Usamos el mismo dinero, formalmente considerado, que la mayoría de los europeos, pero tenemos menos puestos de trabajo y los que tenemos están, en su inmensa mayoría, peor pagados que el resto de los europeos. Carecemos de empresas capaces de competir en un mercado común europeo, y, como consecuencia, de intervenir en el mercado global abierto en el mundo. Tal vez haya demasiada gente que prefiera trabajar solo o mandar y demasiado poca que sepa y quiera trabajar formando equipo y apoyando con lealtad y entrega a los mejores, que casi todos sabemos en nuestros respectivos ámbitos de trabajo quiénes son y dónde están y los podríamos seleccionar y elegir, si no fuese por este ego de cada cual, íntimamente convencido de que el mejor podría ser él y ¿por qué renunciar?
Al no haber grandes empresas, faltan las pequeñas y medianas en su día necesariamente complementarias y suplementarias de aquéllas y que, cuando existan, formarán el tejido empresarial susceptible de distribuir puestos de trabajo en racional abundancia.
Me da la impresión de que los menos hábiles, menos capaces, menos ricos y menos sabios son más numerosos que los más hábiles, los más capaces, los más ricos y los más sabios, y luego, las decisiones se adoptan por mayoría. Por más que se conceda a todos el beneficio de las presunciones de buena intención y mejor fe, como yo estoy dispuesto a hacer y hago, les invito a que saquemos las consecuencias que puedan parecer más probables respecto del futuro de la comunidad.
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