lunes, 9 de mayo de 2011

Las gaviotas son el sonido del norte. Y sus vigías. Más allá están aún los hielos y el vacío silencioso de los hielos. Las gaviotas necesitan convivir con el hombre. Donde no llega el inuit, ya no hay más que osos blancos y focas. Luego silencio, el límite del mundo, un lugar donde está, dicen, el extremo del eje del planeta, encajado.

Cuenta un historiador cuya obra me recomiendan que la historia es memoria falsa de lo ocurrido. Dice que la escriben siempre quienes pueden y procuran difuminar, y, si pueden, borra, de la historia, a sus enemigos y contradictores.

Luego la emprende, como es costumbre, contra lo que llama “el franquismo”. Incurre en el vicio que denuncia. Dice que el franquismo trató de difuminar la realidad anterior, y él, a continuación, difumina la realidad del franquismo. Que para bien o para mal –me niego a entrar en esa inútil discusión, ese debate por ahora posiblemente interminable-, fue algo que estuvo ahí y fue historia, con claros y con oscuros, como todas las historias, las leyendas y los mitos, unos claros y unos oscuros que son sus hiedras y follajes. Prueba de que la historia, como todo, es relatividad, según la escriben los historiadores, es que puede reescribirse una y otra vez y cada vez que se reescribe parece otra historia.

La historia no es como una novela, que es la vida deformada por el novelista y ahormada por su imaginación. la historia no cabe en una visión ni siquiera colectiva. Un poco más allá de lo que cuenta cualquier historiador, incluidos los de buena fe, que también escriben según su criterio y desde su punto de vista, está la realidad pura, dura, inesperada y multiforme, que, por mucho que se trate de disimular o de ocultar, acaba siempre por manifestarse de algún modo.

Cada pueblo cuenta en cada época su historia, de que forman parte sus mitos y sus leyendas, su pasado y su esperanza de futuros, como conviene a los propósitos culturales de cada época. Cada pueblo trata desesperadamente de homogeneizarse a sí mismo, cosa evidentemente imposible porque aunque él no lo sepa ni individual ni colectivamente, cada pueblo es todos los puebles existentes, posibles, ignorados y extinguidos.

Hay la manía de añorar con la convicción de que hubo un tiempo mejor. No es cierto. Que yo sepa, cada momento histórico del futuro ha sido mejor que su tiempo anterior, y ya no digo si se cuenta por períodos seculares. Progresamos sin cesar, para bien y para mal, ya que cada mejora supone una oscuridad equivalente que se origina, un peligro mayor, un mayor riesgo para la vida.

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