sábado, 7 de mayo de 2011

Puede ser cierto, aunque resulte difícil de creer, que los franceses hayan declarado las corridas de toros bien cultural y en España, una región de gente tan lúcida como Cataluña las haya execrado. Se lo digo yo, a quien los toros y sus corridas ni fu ni fa, sin perjuicio de que me guste su estética y me aburra lo que duran. Algo así me ocurre también, no se escandalicen, con la ética y algunos de los clasificados usualmente como clásicos. Me dirá,: ¡anda con lo que sale éste! Bueno, ¿Qué quieren que les diga?. Cada uno es como es. Lo que ocurre es que muchos, para no quedarse fuera de la fila y de la fotografía, disimulan y tratan, a pesar de todo, de no desentonar cuando, como Vicente, se limitan a ir a donde va la gente. Que no se me moleste ningún Vicente, conocido o no, porque me limito a recordar lo que decía la abuelina, cuando casi todos la teníamos, aquello de: “¿Dónde va Vicente? Donde va la gente” Vicente, en la frase, no es más que el biotipohumano gregario, que trata de inventarse o, de modo evidentemente apócrifo, confesar unos gustos, sin experimentarlos, coincidentes con los de otros en que ciegamente confía. Ya saben, preguntaron al paseante en Cortes para qué le servía el cordelito que llevaba colgando del bolsillo de la chaqueta y respondió que él no sabía, pero que estaba así en el figurín.

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