Borrachos de primavera,
con el regusto, todavía, del polen
acuciándonos,
el remolino,
agua, fuego y viento.
Nubes limpiando las miserias del día,
la luz
acampada en la corteza
del árbol.
Fue ayer, y estábamos recién nacidos,
a punto de morir,
que siempre fue lo mismo:
cada paso,
una
indecisión
que ha de tomar alguien, otro, y sin embargo
nos atañe:
ser o no ser; ser
así o de otra manera.
Cada caricia o cada beso, un anticipo
de lo desconocido,
cada uno de nosotros, un reflejo
dependiente
de la luz.
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