domingo, 17 de enero de 2010

Es un paisaje de algún modo seleccionado, no sé si preferido o simplemente entendido. Hubo en él dos álamos negros, que otros llaman chopos lombardos, siempre emparejados, que son árboles macho o hembra y se necesitan para reproducirse, y a uno, en este caso, lo partió un rayo, y permanece la otra, siempre un poco más baja, la hembra, se advierte que solitaria, desde que le falta la voz del viento en su vecino. Un poco más allá hay un fresno. Y desde que supe su condición de totem nórdico, me fascina por sus poderosas, invisibles raíces, que dicen que se hunden en todos los mundos, y por ese trajinar de la ardilla, comunicando desde la tortuga hasta el águila los chismes del mundo, como hacen en los pueblecitos y los villorrios los y las correveidiles, que para eso están. Es un paisaje tranquilizador, cerrado por el collado del fondo, a que se trepa por sendero en zigzag, seguramente dibujado por la paciencia de un jumento. Un collado que a diferencia del arco del horizonte de la mar, no amedrenta, cuando imagino lo que podría haber más allá. Depende de los días, no sé si os habréis dado cuenta. Los hay, días, tan sobrecogedoramente tristes, casi siempre porque los miramos desde ese fondo de melancolía que tiene el cansancio, que da miedo un horizonte abierto y se prefieren los caminos entre arbustos o arboladas orillas, que permiten acercarse con la debida cautela a lo desconocido. Otros días, de plenitud personal, se buscan territorios amplios desde que echar a volar la cometa de la imprudencia, como si fuésemos el último eslabón evolutivo, que acabo de leer no sé ya dónde que es probable que no seamos los hombres, sino otro ser, derivado de nuestra incertidumbre, pero más elaborado en capacidades e inteligencias, el que llegue a la etapa final del sol decadente y otra estrella en un paisaje, un horizonte, desconocidos, es posible que incluso más allá del torbellino de un agujero negro. En cualquier caso, entre las manos solícitas de la esperanza de que lo que existe no será definitivamente destruido, sino progresado hacia su destino sin límites, donde todo se explica y sin duda será abrumadoramente sencillo y definitivamente claro.

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