jueves, 14 de enero de 2010

Un paso antes, uno después, y cualquiera de ellos suficiente para entrar, salir de una posibilidad o rehusar la de alcanzarla ya nunca. Esta vida es así, y no puede cambiarse, sino estar atento para entrar o salir cada vez que se entreabre la puerta de la estancia tal vez vacía, pero es la que corresponde al momento y por lo tanto la mejor para cobijarse de la tormenta o participar en la prueba y ganar o perder, que eso en definitiva son caras de la misma moneda, ya que siempre que alguien gana, otro u otros han de perder y de lo contrario se perdería el equilibrio en que consiste la supervivencia, la nuestra o la de nuestro recuerdo, más o menos duradero. Hoy estuve en la ciudad, que permanece sumida en la niebla de la incertidumbre, Vivimos un invierno velado de nieblas, frío, amenazado por olas de diferentes peligros, descentrados por la crisis de lo que era habitual y por la climatología de los modos de vida que solíamos. Dicen que viene otro frente, una ola más de ventisca. Vuelos que se suspenden o se retrasan, el fantasma del terror en el fastidio con que sufrimos que se nos pase por los aros del cacheo y el examen electrónico de nuestras vergüenzas para acreditar que no pensamos destruir el avión ni hacer descarrilar el tren. Catarros, toses, estornudos, gripes de todas las letras del abecedario, que nos sumen en la hipocondría o puede que en el riesgo real de estarnos muriendo con la duda de si llegará o no o llegaremos nosotros a la primavera y serán o no padres osos Tola y Furaco, a quienes, no sé por qué, se estuvo durante todo el celo del pasado año animando para que se cruzaran y reprodujesen y que haya uno o varios esbardos este año aprendiendo a robar miel de los cortines vaqueiros y sirviendo de modelo con cada escorzo a los peluches de osezno que prefieren los más pequeños para dormir abrazados a su blandura. De un lado y otro de la máquina de viajar a través y a lo largo del tiempo, este cuidado de cada oso conocido de la cordillera y las aventuras de temerarios cazadores de osos que llegaron a estar a punto de exterminarlos. Osos, dijo Rubén Darío que misteriosos y que él, Rubén, les iba a decir la canción de su misteriosa evocación, osos encadenados de las ferias, bailando, polvorientos, con la tristeza cansada llorándoles en los ojos. Rebullen, los que quedan, hibernados, cuando revienta la mimosa y anuncia esa que algún conocido mío llamaría cursilería de los campos, de llenarse de margaritas. Y es que lo cursi, aunque algún erudito a la violeta finja ignorarlo, también tiene su estética y es poesía también.

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