Estamos los tres solos:
el cocker, que me mira, incrédulo,
¿seguimos? –me pregunta con ese mirar dulce,
con que desarma-, yo
miro la lavandera,
aterida aún de frío,
que se pasea por la autovía,
moviendo la cola,
coqueta.
Los tres: el pajarillo,
el perro y yo. El todavía inútil
semáforo, nos guiña a los tres su ojo de Polifemo,
ora verde,
ora rojo. Llueve la lluvia menuda,
que flota en el aire, indecisa.
Permanece el día
como en el subconsciente del buen padre Dios,
que todavía duerme
y pienso que nos sueña a los tres
protagonistas del sencillo relato, en que,
descontados la brisa
y el proyecto de rayo de sol,
que nos busca con el tacto
de una caricia apenas
insinuada,
consiste esta mañana en agraz
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