Un equilibrio provisional, eso es lo que somos, de nuestras debilidades y fortalezas humanas, que, en cuanto una prevalece, se manifiesta nuestra condición preferente, eso que llaman el carácter de cada cual, que dura lo que dura el impulso o la debilidad de cada tránsito que a lo largo de la vida vamos haciendo.
Se nota durante los períodos de estudio, en que llegas o no se tambalean tus convicciones y durante cierto tiempo caminas errático y tambaleante, o cuando, como este invierno desapacible de fines del año dos mil nueve y principios del dos mil diez, te van doblegando las gripes sucesivas y cada una te deja hecho un guiñapo de ti mismo a la puerta del desánimo.
Aprovecho el rigor del invierno una cierta sequedad de espíritu para releer versos que había ido almacenando y olvidando. Unos me gustan, otros no, pero dudo si destruirlos o dejarlos en una subcarpeta para cuando otro día el mejor humor me proporcione mayor benevolencia.
Demasiados versos. Quien más escribe o más habla se pone en mayor riesgo de decir tonterías de las que el silencio es el mejor remedio preventivo. Calla –deberíamos advertirnos muchas veces- y no correrás el riesgo de acertar. Y si acertar es un riesgo, qué será errarla y encima buscarme, como los humanos solemos, disculpas, explicaciones y demás eximentes y atenuantes.
Estoy leyendo una novela policíaca, cómo no, de una autora sueca. Se han puesto de moda los autores suecos. Pienso que será por esa manera de contar que tienen, que recuerda los modos de la literatura juvenil, solo que trasladados a un mundo de mayores, que tanto defrauda al autor como los personajes, y es evidente que el autor supone que los lectores, atrapados por otras maneras y una narración que va directa al grano y donde los personajes se tratan siempre de tú, como cada traductor se apresura a explicar a pie de página en cada obra, la gente habla poco y como consecuencia, alternativa de la multiplicación de las posibilidades de error que ocasiona el hablar mucho, se le quedan las cosas y los conceptos sin decir y se le mezclan dentro y allí se pudren, provocando insoportables tensiones que el frío conserva heladas. Otro libro que leo cuenta un prodigioso viaje y lo que sufren los esforzados amantes de las aventuras que se atreven a intentar emular, con nuestros cuerpos debilitados por un civilizado progreso, los esfuerzos de los descubridores de mundos. Claro que a cambio, los descubridores se encontraron con fieras salvajes, algunas imaginarias, que todavía bostezan en los bestiarios de la época, y éstos de hoy con lo peor que se enfrentan, y no menos peligroso por cierto, es con los mosquitos implacables y las hambrientas sanguijuelas.
Viajo yo desde mi sillón, de vez en cuando, sobre todo a la hora de la siesta, marco la página y me quedo dormido. Esta tarde soñé que volvía al colegio mayor de mi juventud y me perdí por los pasillos, buscando mi habitación, que no encontraba, ni encontraba el libro de la asignatura de que tenía que examinarme al día siguiente. Me desperté sobresaltado. Mañana, por lo menos, no será el examen, de modo que puedo reanudar la lectura.
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