sábado, 31 de diciembre de 2011

Entraremos en el año a contrapelo, con esto de la subida de impuestos que ciertamente no esperábamos.

Subir impuestos, por poco que sea, es siempre demasiado y enfría lo económico. Te descuidas un poco y la gente se te encoge en la mano, en parte amedrentada, en parte airada. Mal rollo, el de los impuestos.

Lo sabían los señores feudales y sus recaudadores, que casi siempre tenían que acabar por dar leña para cobrar, impíos ellos.

Nos gusta tener servicios, que alguien tiene que pagar, pero nos indigna que el dinero corra por cauces imprevistos. Y que demasiada gente, que cobra para servir, mande más que sirve.

Siempre tengo a la vista de la imaginación el lema de aquel repostero que leí una vez. Era sencillo, claro y escueto: “para servir, servir”.

Quizá, se me ocurre, el problema no estribe en que los funcionarios cobren mucho, sino en que haya demasiados funcionarios.

Demasiadas administraciones, demasiada gente innecesaria, cobrando dietas demasiado generosas para lo nada que hacen más que estarse y bostezar, ir y venir, seguir el guión de los pocos que hacen falta para administrar adecuadamente.

Una administración demasiado poblada y complicada. Tal vez se estorben, como anunciaba Malthus, para resolver de modo adecuado a las circunstancias de cada caso.

Descentralizar, pero ¿tanto?

Podría ser que entre cuatro y ocho territorios fuera suficiente para evitar que seamos diecisiete personas jurídico administrativas empeñadas en buscarse diferencias respecto del vecino a que tanto nos parecemos habitualmente.

Triste solución, la que no sé quién ideó para satisfacer a dos o tres y multiplicó el problema por diecinueve.

Los servicios no producen, pero gastan. Y si se pagan con la generosidad disparatada de quienes los pagan con dinero ajeno, mucho peor. Y si hay unas pocas o muchas manos que se meten subrepticiamente en la cazuela y la merman, muchísimo peor.

Diecisiete administraciones públicas son a todas luces demasiadas para cuarenta y siete millones de habitantes, veintitantos millones de población laboral actica, casi cinco millones de parados y otros tantos millones enfrascados en diferentes funciones, niveles y disfunciones de la política y la administración. Queda en el recuento demasiado poca gente para producir lo indispensable para que riqueza nueva alimente el caudal económico del conjunto y pague los gastos nuestros de cada día.
Ha caído, don Mariano, en la trampa sutil del ahorro. Lo asustó, supongo, la magnitud inalcanzable de la deuda, y del susto, pasó, un poco aturdido, casi instintivamente, a los gestos defensivos del recorte del gasto y la subida de los impuestos, que ambas son medidas aconsejables, pero para cuando al otro lado de su puente, hay un proyecto de aumento de los ingresos y disminución de los impuestos.

Recortar es romper, destruir, hacerse más pequeño para ser menos vulnerable, y sólo es aconsejable cuando sirve de resorte para saltar más fuerte y más lejos, hacerse mayor, tener capacidad de producción, ser competitivos.

Imponer mayores cargas supone empobrecimiento colectivo.

Del lado de allá del sacrificio, debe ponerse el boceto de la utopía.

Ser mediocre y trabajador, no basta. Tiene que disponerse de un imaginativo creador de sueños y de posibilidades, por improbables que parezcan.

Es ancestral ya el sistema, casi infalible, del palo y la zanahoria.

Del lado de allá de cuanto ocurre, no es que haya una, es que hay manojos de zanahorias. Del lado de allá está el jardín del desarrollo de sabiduría y tecnologías ahora mismo atrapados en sistemas administrativos, modos, maneras y prejuicios que deben ajustarse a lo que ahora sentimos y sabemos las gentes.

A la salida del túnel. Esa salida que ya se advierte cerca -ya vuelven al Arca las palomas con ramos de olivo en el pico-, hay unos continentes distintos de los de antes del diluvio. Hay que hablar su idioma, aprovechar sus recursos, competir con los demás pioneros que están desembarcando, con las herramientas y los medios adecuados. Hay que organizarse de acuerdo con las verdades antiguas, pero vistas con los ojos nuevos.

Hay un equipo excelente para analizar y trabajar. ¿Lo hay para soñar, imaginar e iniciar la construcción de lo nuevo, enorme y competitivo que hará falta pronto, en seguida, ayer, dado el retraso que llevábamos?

viernes, 30 de diciembre de 2011

Café descafeinado, cerveza sin alcohol, mermelada sin azúcar, leche descremada, yo vieyu, anda mal esti mundo traidor y pa colmu bien otru año pa más jodela.

¿Quién mos iba icir, cuando líamos a don Julio Verne, que daba milagros p’al añu dos mil, que taríamos aquí, en el umbral del dos mil doce, sin pites nes caleyes, con güevos desyemaos ya cocacola sin coca ni cola. Viendo cómo estudian la partícula de nome raru que aseguren que entamou tó con ella, ya n’una destes alcuéntranla por un casual ya escóñannos d’una rabotada.

Madre, a la puerta
del año dos mil doce, cuando decían
los indios precolombinos
que no se podía leer más allá, que no sabían
si habría más tierra,
más vida,
algo,

a esta puerta siempre entreabierta del futuro,
que sigue siendo
como cuando me pariste, llena de esperanzas,
apasionante,

estamos hoy
como siempre
temblando porque quién sabe
qué forma adoptarán esos colores, los ruidos
discordantes,
cómo serán los miedos y la ilusión, sin duda,
a la vez,
horribles y hermosos, del tiempo nuevo.

Te lo cuento a ti
porque habéis muerto todos los que estuvisteis
en mi primera
Navidad
del recuerdo, que apenas es ya más que de nuevo papel amarillento,
casi ceniza
y esta gente de ahora tiene demasiado que hacer para escucharme,
a mí,
que ya soy más viejo que padre y que tú,
incluso más viejo que el abuelo
y ¡quién me va a entender
como tú!,
aún hoy, después de tantos años,
me entenderías con una sola mirada,
igual que una caricia
de tus ojos verdesmeralda.
Me dicen en la prensa de hoy que bajó no sé qué décimas el IPC y me echo a reír, por no llorar, puesto que el mismo día pago el gasóleo de la calefacción al doble de cuando la entrada del siglo y el milenio. El doble, maldita sea, euro a euro, y encima hay quien dice que algo baja, cuando la vida, en los últimos diez años ha subido en la realidad de cualquier cesta de la compra de una casa normalita, un cincuenta por ciento por lo menos. Un tercio de lo que se paga ahora mismo.

Mientras la burbuja subía y subía, cada vez más tersa, más tensa, más vulnerable, todos felices. Ahora …

Cala, mientras dea pa comer –dice mi contertulio más bablista, en su mezcolanza de bable occidental y gallego oriental-, y tiene razón. Habrá más gente mucho más angustiada, viendo que la mareona sube y sube, como un tsunami que nadie sabe lo que será capaz de engullir cuando alcance los límites de su enormidad.

El secreto de asuntos como éste –dice el contertulio más viejo, superviviente de varias guerras, postguerras y guerras frías-, es permanecer a flote. No hacer demasiados esfuerzos, pasar desapercibidos y aprender a aprovechar las sobras, las cenizas, los recuerdos.

Y si sube la carne, pasarse a los hidratos de carbono y el hierro, u séase, patatas y lentejas. Las lentejas –aseguraba la abuelina- tienen muchísimo hierro, y, si se ponen en conserva como después de la guerra, traen la proteína de gorgojos incorporados. Y si sube el puñetero gasóleo que nos aseguraron cuando nos pusieron la caldera que iba a ser el combustible barato del porvenir, cójete una manta zamorana, envuélvete, acurrúcate y año nuevo, vida nueva, aprovechando que estamos a fines de enero, adornados por las flores de la escarcha que gratis pone la helada por defuera de las ventanas de esta benevolente entrada de invierno.

Leo asimismo que un tercio largo de los inmigrantes que venían a nuestra Jauja inmobiliaria, ha reemprendido el viaje. Nos toca a nosotros regresar a las arcadias rurales, donde, mientras quede tierra laborable, cabe dejar chanteiros para garantizar las berzas del año que vien, sembrar fabes trepadores, ir alimentando el gochu, trabajarse el güerto como cuando los contrucios. Sobrevivir.

jueves, 29 de diciembre de 2011

Unos se envenenan de modernidad electrónica y otros presumen de que lo electrónico les parece una mierda mangada en un palo. Y no convenceréis más que a pequeños porcentajes de unos o de otros para que se pasen a ser de los otros o de los unos. En eso también consiste la vida, en discrepar.

Lo que pasa es que deberíamos hacerlo de manera y con modos pacíficos, pero no. Nos excita sobremanera que ese amigo nuestro que sabes se haya convertido en appleadicto y ahora diga que en vez de llamarse Fulano, se llama iFulano, susceptible de actualizaciones, modernizaciones y aplicaciones en diversos stores del entorno electrónico, con prolongaciones estocásticas.

Llueve de una manera para cada cual y cada quien lleva o no lleva gorro, capucha, paraguas, boina o lo que se tercie, incluso el placer de ir a pelo, incluso cuando calvo, bajo el chaparrón.

Opino que lo mejor es ir con los de la feria y volver con los del mercado. Según convenga. Usar o no el celular, que los italianos de las novelas de Donna León llaman telefonino, según convenga al humor de cada jornada. Apuntarse a la estilográfica, la máquinona de escribir, el boli o el ordenador, de acuerdo con lo que vayamos a escribir, con ese espíritu modernista, a veces y otras nostálgico, o, como por lo general, pedestre de tercera categoría.

Es todo un experimentos sociológico echar en una red cualquier preferencia y ver cómo se eriza el personal, alineado en varios ejércitos armados hasta los dientes y profiriendo amenazas, rugidos variados y algún que otro improperio con rebuznos incluidos.

Un desahogo para impenitentes lectorescritores como yo, pongo por ejemplo más cercano y evidente, que de otro modo no habríamos visto en letra de imprenta nuestras retahílas y soliloquios. Ya está, ya lo hemos escrito. Ahora podemos hacernos impunemente la ilusión de que centenares de personas lo leerán y gastarán siquiera sea una infinitesimal porción de su tiempo en comentar lo listos o lo burros que les parecemos, lo bien o lo catastróficamente que escribimos y contamos.

Recuerdo aquel viejo pintor, elocuente, conversador y sabio que preguntado a la salida de una exposición de pintura respecto de los valores de los posibles méritos del autor sólo dijo: “es un pintor”.

Respetar a todo aquel que opine, cuente, diga. Podrán ser tonterías, estupideces o disparates, pero la intención era sin duda buena. Incluso un mal escritor es también escritor.
Es lo que hay, dice mi contertulio más conformista, y una clara mayoría de los concurrentes, acompaña con su mudo asentimiento, moviendo la cabeza, su adhesión al criterio de que con eso que hay es preciso arreglarse.

No soy yo un buen contertulio. Molesto con intervenciones que rompen la paradisíaca quietud del remanso en que la mayoría preferiría quedarse. Si no hay otra cosa, redarguyo, habrá que inventarla.

No hay ni grupo social, ni asociación, ni siquiera tertulia que valga, si no se sale del carril. Mirad alrededor, al paisaje, hacia arriba también, al cielo.

El borrico de la noria, empecinado en su lendel, no llegará nunca sino a su propio rastro. Se imitará a sí mismo.

Como estos desechos de tienta que se empeñan en que los repintan y reparen y vuelvan a colocarlos en sus puestos del tiovivo donde seguirán haciendo lo que saben. Con su mejor voluntad, con innegable buena fe, pero sin dar más de sí.

Mientras el común, que somos todos, tiene que desperezarse cada día, ponerse pilas y botas y salir en busca del pan y de la sal.

¡Oh, capitán, mi capitán!, dice Whitman. No se sabe lo que se tiene cuando el que manda asume sus responsabilidades y echa a andar y ensancha, así, el horizonte.

Vamos a darle un puestín a Fulanito, ahora que quedan. Fulanito es lo que antes se llamaba un chusquero, que, de siempre, sabemos lo que le cuesta hacer la o con un canuto, pero, oye, es que tiene que vivir. ¡Anda! ¡Y nosotros! Nosotros somos los mansos contertulios habituales, somnolientos, de la hora de la siesta, que nos enteramos de que la cosa anda mal tarde mal y nunca. Confiábamos en que los responsables estuvieseis atentos, seleccionaseis a los mejores. Nos condujeseis a nosotros, los habituales conformistas, hacia el futuro mejor de que nos soléis hablar con entusiasmo durante los períodos preelectorales.

A Fulanito, que estoy conforme con que tiene que vivir, dadle pan y vino, chorizo, jamón y un porrón, pero no le confiéis la república, ni siquiera una mínima porción de re pública, cosa de todos, organización y administración de la supervivencia del conjunto.

Ni Fulanito ni Menganito ni el otro más o menos bajito tienen idea de lo que vale un peine ni de lo que cuesta a cada currante ganar los euros del salario mínimo por lo menos. Están aferrados a la dominga política desde que salieron del claustro materno. Por su propio bien, debemos echarlos a madurar a la dura evolución del cambio climático.

Eso sí que podría hacer cierto lo de que a año nuevo, vida nueva Y más feliz, como de verdad yo os deseo a todos, desde la a hasta la z, desde el alfa hasta la omega, desde el cero hasta el infinito.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Y muy mala leche, es lo que hay en este rincón del mundo. ¡Dale caña!, instan, y en cuanto se la da, siquiera de momento sea de palabra, que como todas es aire y al aire va, según Becquer decía en su rima, aplauden a rabiar. ¡Dale más caña! –animan, puestos de acuerdo por una vez y sin que sirva de precedente-, y cuanta más, más nos divertiremos, nos sentiremos realizados, equilibrados, iguales.

La sombra de Caín, decía otro poeta, pasó, como el caballo de Atila, otro excelente herbicida, por esta tierra calcinada, secándoles el alma a muchos de sus habitantes. Hay una constante, que pasa por Gabriel y Galán, Miguel Hernández, León Felipe y tantos otros, que reitera, expresa, acredita la cantidad y calidad de la mala uva que nos enfrenta, envidia en ristre, uno de los vicios capitales relacionados por Díaz Plaja entre los que se nos atribuyen.

Concepción Arenal reiteró, al parecer con demasiado escaso éxito, en castellano, la hermosa consigna de Beccaría: odia el delito, pero compadece al delincuente.

No se trata de dar caña, sino de rectificar esa aberración contracultural que al parecer nos aflige e invita, como un irónico Woody Allen, a coger la pasta, dondequiera que se halle y echar a correr no sea que aparezca su dueño. Y que no caracteriza a grupo, partido, facción, sociedad o comunidad de vecinos concreta y determinable, sino que parece constituida en vicio nacional, ya acusado por tanta y tan acertada novela picaresca como figura en el índice de nuestra mejor literatura.

Es tal y tan evidente la proliferación de la mordida que a algunos les ha parecido, mejor que enseñar en la familia y la escuela lo que desde allí debería venir aprendido, escribir, editar, promulgar códigos éticos para mayores. A muchos, cuando les dijeron que había que suscribirlos y jurar o prometer su cumplimiento, les dio mucha vergüenza propia y ajena. Nada menos que tener que jurar o prometer –tiene cierta gracia que se haya hecho costumbre diferenciadora lo de jurar de lo de prometer, circunstancia sociológica significativa, ahora que están de tardía moda local los significantes- que tú, o que yo, gente hecha, derecha y hasta vetusta y se supone que seria, íbamos a gestionar en adelante cumpliendo con nuestras obligaciones morales. Como si hasta el momento hubiese habido por lo menos dudas, que piensa mal, dice el refrán, y acertarás.

Contra la al parecer ingenua presunción constitucional de inocencia.

martes, 27 de diciembre de 2011

Ahí te va eso. Se lo diremos a los chicos del brioso caballo que pasaba, en el grupo escultórico de la ciudad universitaria, al lado del escuálido viejo que entrega la antorcha.

Carrera de relevos y relevo de personas. Las que vienen dicen haberse encontrado con menos tesoros y más telarañas en los cofres de la ínsula en que antaño reposaba el erario público y ahora está el clavo de las facturas.

-Pon otras pocas, que hay clavo.

El clavo es la espina dorsal del estado. Son dos, como en la contabilidad de la abuela: el de los pagos y el de los cobros, el debe y el haber, lo que tendremos, quizá y lo que debemos, seguro.

-Madre –dice el villancico-, a la puerta hay un niño, que dice que tiene frío.

Están cayendo heladas que dejan los prados escarchados y los charcos helados. Hay florones en los cristales de ventanas y ajimeces. Mi perrita, a punto de cumplir sus dos años, equivalentes a catorce humanos, se acurruca en un cojín, cerca del radiador de noche apagado de la calefacción, que le conserva memoria del calor del día, cuando estuvo encendido.

Seguimos felicitándonos las fiestas, Pascua y Año Nuevo, deseándonos felicidad, comprando sueños, en forma de billetes de la lotería “del Niño”.

-¡Si me tocara ….! -pensamos lenta, detalladamente- No nos va a tocar. Sabemos que se compra ilusión en carne viva. Caramelos, ya desenvueltos y despegados del papel, de ilusión de que ¡si me tocase …!

Tuve un amigo entrañable, que, a sus noventa años y pico, decía que la lotería a él, al fin y al cabo, ya podía tocarle, por el poco esfuerzo que representaría, toda vez que el, con poco, habida cuenta de su edad, le bastaría para que pareciese mucho. Y ni aún así.

Gastar menos, ganar más, solicitar quitas y esperas, no contraer nuevas deudas. Si acaso, alargar el período de cumplimiento de las antiguas.

Si gano cien, tengo que aprender a vivir como los que ganan cien. Vivir como los que ganan ciento uno, a la corta o a la larga, me llevará a la quiebra. El legítimo y lícito que procure ganar más para vivir mejor.

Lo que pasa es que para ganar más hay que ser mejor, o hay que trabajar más o hay que tener más suerte. Nos diferencia no querer, no poder o no tener más suerte. De ahí la necesidad de un comportamiento solidario con quienes no pueden, no quieren o no tienen suerte. Lo que pasa es que, salvo quienes no pueden de verdad, los demás no deberían quejarse de paternalismo empresarial, ni de contratos temporales, ni de despidos baratos.

Por cierto, y al hilo de esta convicción, los funcionarios, cualquiera que sea su método de selección, no pueden tener blindado su puesto, y mucho menos en épocas como ésta. Cuando cada uno que no trabaja, multiplica el trabajo del de al lado.
Susto generalizado, que vienen el frío y las medidas. El frío montado en las heladas, como caballos de crines blancas, las medidas de la mano del gobierno de don Mariano, que todavía no ha tenido tiempo de sentarse y ya le piden que mueva la varita y sin que sufra nadie se arregle todo. Y mira por dónde, moverá la varita y sufriremos todos, y, si no se emprende el camino de organizar, estructurar y consolidar una economía competitiva, no nos servirá de nada haber sufrido.

Que paguen ellos, grita la nuestra sociedad desde dondequiera que pongas la mano. Ellos son siempre los responsables. No hay nosotros, cuando se trata de buscar culpables.

Salvo para esa señora juez, o jueza, como ella quiera, que desde su lejanía ultramarina ha pedido antecedentes de unos cuantos españoles por si hubieran sido malos, según su criterio de ella.

Andamos a trompicones, rompiéndonos meninges y neuronas contra las paredes del laberinto que nosotros mismos nos preparamos con un extravagante afán de complicarnos la vida buscando atajos donde ya hay caminos. Y no soy yo nadie para dar lecciones a otro nadie, pero tal vez fuese bueno el consejo de aquel fiscal que recomendaba a sus colaboradores que en la duda, lejos de abstenerse como recomienda el aforismo, estudiasen más, y nos evitaríamos todos el pintoresco espectáculo de andar perdiendo el tiempo hurgando en las cenizas del pasado, cuando hay tanto que hacer con el presente y tanto que proyectar para el futuro.

Ser o no ser, dijo y pienso que con acierto Shakespeare a través de Hamlet, es la cuestión. Lo que creo en cambio que no se puede es ser y no ser a la vez. Y hay multitudes empecinadas en ello, justo aquí, en el umbral de esta nueva época a que nos han traído nuestros propios esfuerzos. Da a veces la impresión de que cuando llegan épocas tan críticas, situaciones de cambio como las que nos afligen en este momento de la historia, la humanidad se hubiera quedado sin resuello, nos sintiéramos colectivamente vacíos y sin fuerzas para respirar. Parece que acabásemos de pasar un examen complicado y nos hubiéramos quedado sin ánimos para pensar con un mínimo de sentido común.

Cuando escasea la esperanza, cuando falla la razón, cuando, derogados arbitrariamente los principios tiene el ser humano la sensación de estar a punto de deshumanizarse, queda, como penúltimo recurso, echar mano del sentido común, una de cuyas premisas fundamentales consiste en entender que nada de lo humano es ajeno a ningún ser humano.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Por san Esteban, que es hoy, día después de la Navidad, dos días antes de los Santos Inocentes, que nos daban, de niños, la inocentada, seguro, y se colgaban las llufas, con un alfiler doblado, de los faldones de los abrigos, se va la gente de nuevo de casa, como cuando emigraron por primera vez, nuestros hijos, ahora con la escolta de nietos e inquietudes. Por san Esteban, la casa se queda en silencio, asustada, enfrascada en nostalgias inexplicables.

No hace nada, vivíamos con gozo la ilusión de que llegasen cargados de espumillón y villancicos, y ya pasó. Menos mal que quedan las fotografías, un libro, los recuerdos pegados cobre otros recuerdos, el texto de sus voces sobre el palimpsesto donde ya hay tantos textos escritos por tanta gente entrañable, ahora escondida entre los pliegues del tiempo que se forman en la impoluta túnica de la Dama del Alba.

Media luz de esta tarde de invierno. Sol casi apoyado en el horizonte, bajo, sol como de chisporroteo, y, muy de mañana, cuando salí en busca de unos bizcochos, que antes iba en un santiamén y ahora gracias si voy semiarrastrando los pies, había una delgada costra de hielo en los charcos crujientes, Para colmo, pasó de madrugada una inesperada excusión y arrasó con los cruasanes. Los patos, en el río, con la cabeza bajo el ala, las gaviotas sobre las farolas, absortas en su meditación de cada mañana, la garza, que este año se ha traído pareja, en un tejado, inmóviles ambas.


No hay novedades, me dice mi vendedora del periódico, ¿para qué madrugó tanto?

No le digo que a comprar cruasanes y que me diesen bizcochos y unas palmeras que cuando yo niño llamábamos orejas.

Apunta, parece que adelantada, más que nunca, este año, la mimosa de la ladera del monte, donde el argayo grande de cuando a un alcalde se le ocurrió, siendo estudiantes nosotros de bachillerato, tratar de hacer allí un túnel para ir a las playas por otros caminos. El argayo casi le tapa el río. Y como entonces no había maquinaria, una brigada, casi un ejército, tardó un mes en retirar los escombros de la idea del señor alcalde mayor o de quien fuese que se la inspirara a él o al ayuntamiento en pleno. Al jefe de la policía municipal se le ocurrió plantar árboles para contener la tierra. Por eso están allí las mimosas que anuncian cada año la primavera desde el costado más solano del monte.

Por san Esteban queda la Navidad como en suspenso, pendiente de la Epifanía, ahora precedida de los papanoeles que tanto ofenden y enojan a los más castizos. Cada vez más, porque ahora los cuelga la gente de los balcones y las ventanas, como si estuvieran subiendo por la fachada, cargados con sacos de regalos. Lo nuestro, dicen, son los tres Reyes Magos. A mí, sin embargo, me parece que tiene cierto sentido práctico poner regalos durante las fiestas, para que los disfruten los niños a tope durante las vacaciones. Cuando los traen los Reyes, al día siguiente ya hay que volver al cole. No da tiempo a formar el ejército, armar el fuerte, atornillar las piezas del mecano o mudar los pañales del muñeco, que ahora hace pis como los niños de verdad. Mi mujer dice que ella prefería los muñecos de antes, que los muñecos tienen que ser muñecos y los niños ser niños.

Lo que si tendría es que ser cada día víspera de la fiesta y que estuviesen llegando, todos alegres y excitados, el enjambre de hijos, paquetes y nietos, abrumándonos a los viejos, aunque nos dejasen en un rincón, nada más que a mirar, escuchar, absorber el hermoso privilegio de vivir otra Navidad.

domingo, 25 de diciembre de 2011

Anoche fue Nochebuena y hoy está siendo Navidad.
El tiempo se ha detenido un instante imperceptible. Ha nacido el Niño.
Hoy empieza otro tiempo, igual que el del año pasado, pero nosotros somos gente nueva. Cada día nos renueva y el de Navidad nos traslada a ser diferentes, un poco mejores, sin duda. Apenas se nota, a veces, cosa que nos parece desesperante porque a nosotros lo que nos gustaría es hacernos buenos como quien se hace rico de golpe al tocarle la lotería. Por desgracia, no suele ningún humano cambiar así, de golpe, como quien cerrase los ojos en un planeta y los abriera en otra galaxia. Somos como somos, lentos por naturaleza. El tiempo, que sigo insistiendo en que no existe y en que no es más que una paradoja, sin embargo nos gana siempre el la carrera que tenemos emprendida, desde que nacimos, para mejorar y hacernos como deberíamos ser. Tal vez lo importante no sea parecernos al esquema imaginario que nos hacemos de nosotros mismos, tratando de parecernos a otros que nos deslumbran por sus valores y virtudes. Tal vez lo verdaderamente importante es llegar a saber ser nosotros mismos, cada uno como es, con la debida humildad. Aprender a ser como somos y aprender a querer a los demás, empezando por los de más cerca, que, al estarlo tanto, es con los que más reñimos y a los que más maltratamos.
Ayer fue Nochebuena y hoy ya va muy avanzado lo de ser Navidad, ya es casi el día siguiente. Estemos alegres, por algo que compartimos por igual, tal vez lo único que tengamos realmente en común y en la misma medida, que es estar vivos y poder compartir la vida.

viernes, 23 de diciembre de 2011

Mis queridos amigos, dos puntos, aparte. Vosotros, los conocidos, los de siempre, los que estáis siempre a mano. Vosotros, los desconocidos, que, sorprendentemente, me habéis ayudado cuando no podía yo suponer de vuestro afecto. Vosotros, los que ni me miráis, o lo hacéis de reojo y de buena gana estrapallaríais cada palabra que digo, a ver si de una puñetera vez me callo.

Mis queridos amigos, todos, sin distinción. Incluso los que me ignoráis. Ni idea tenéis de que voy en el grupo, esta caravana, coincidente en el espacio y el tiempo, que formamos los componentes de esta generación. ¡Los quintos del cincuenta!, como nos llama mi entrañable, querido amigo Pablo, que ya habrá entamao, como todos los años, a repartir décimos de lotería ¡a ver si de una vez vos toca!.

La lotería nunca “toca”. O te abruma como un argayu o pasa de largo, sin ni siquiera reírse de ti. Como si no existiéramos.

Pero, a lo que iba, para todos, justo ahora que entama ‘l’Avientu, ¡felices Pascuas!, y, en seguida, después, ¡feliz Añu!

Unas horas y nacerá el Neñu.
¿Fijásteivos lo feos que son los neñus al nacer?
Tienen una cabecina como esas que encuellen los indios, el pelu moyau.
La cousa ya que nacen y ta toda la familia como loca. Nun saben qué regalai a la madre, qué traei a él, cómo felicitar al pa, que ta como en una nube.
La familia de esti Neñu que ta’puntu nacer ya la humanidá toa.
De cualquier color.
De cualquier pelaje.
Ricos, probes, terciaos. Y de cualquier religión, tamién.
Por eso vos felicito a tos.
Tais, tamos, tan de ‘norabuena. Esto ya la Navidá, en esto consiste.
¡Hasta paran las guerras!
Los que is duel algo, tou seguru que güey duelis menos.
Se d’álgún que siempre ta de mala leche, peru tal día como’l de Navidad, nun sabe que-i-pasa q’hasta-i-dan unas ganas que nun ya capaz d’entender d’amigar co’l vecín.

Dexaivos ir, agora, flotai na más n’este aire que nos sopla diretamente el buen padre Dios n’o más hondo de nuesu corazón en carne viva.

Aprovechai la Navidá pa renacer.

Tiense –dicen- la edá de quien se quier. Aprovechai, tenei la edá del Neñu, que ta’puntu nacer, ta naciendo.

De todo corazón, para todos vosotros y para los otros:

¡Feliz Navidad!
Creo que era ejemplo del primer elemento, los apterigógenos, de la clasificación de los insectos, me refiero al pececillo de plata, que se comía los libros de las bibliotecas. Le ha llegado, a él también, la puñetera crisis de los cojones. Ahora mil libros caben en un soporte informático de tres al cuarto, y doce mil en poco más, que cuando llegué yo a ese número y estuvo mi mujer a punto de ponerme el equipaje en el rellano de la escalera: o los libros o tú; conminatoria.

Esta mañana, en el desván, estadio de fútbol de botones, biblioteca, almacén, sede y territorio de las arañas y de los pececillos de plata, todos escondidos, cada cual en su provincia, ellas denunciadas por sus exquisitas telas, ellos por agujeritos como de carcoma paciente, me doy cuenta de esa llegada de la crisis al mundo fabuloso de los insectos.

Miles de libros en el bolsillo, y, como consecuencia, crisis para las lámparas, flexos y lamparillas de la lectura recogida, absorta, y de la lectura adolescente, bajo las sábanas, secreta, con tus padres vigilantes: ¡deja de una vez el libro, apaga la luz, duerme, descansa, que si no, mañana no hay quien te levante!

Miles de libros portátiles a la vez, como una bandada de patos volando con el guía por delante y dondequiera que se te ocurra, podrás cerciorarte de la cita oportuna, desde Erasmo de Rotterdam, elogiando la locura, hasta Clarasó y sus máximas de Blas, Baltasar Gracián o Aristófanes, con sus Lisistratas en huelga de amores.

Esta mañana me entristece la perspectiva de que esté a punto de mudar el paisaje de los lomos alineados de los libros, ejército de los elfos dormidos, sustituido por otro de libros virtuales, imaginarios, que ¿quién me asegura que no se disolverán o se borrarán de pronto, como por el mismo arte de magia con que se coleccionaron, agruparon, vienen conmigo, van contigo?

Va a resultar cierto aquello de que el saber no ocupa lugar.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Según los días, la vejez se te acumula en cualquier esquina del cuerpo y te acosa la duda de si será el principio de no sabes qué, porque nadie sabe cómo ni cuándo.

No eres como cuando joven, ni siquiera como cuando ya muy mayor, conservabas el equilibrio y el trabajo te borraba, de un soplo, la inquietud casi siempre pasajera.

La vejez ralentiza, desde el paso hasta el pensamiento. Reconduce a la idea esa de que hablan ahora de las ciudades a ritmo lento, que procuran sus regidores convertir en peatonales. Vas y vienes, incluso a veces te paras a recuperar aliento. Hasta la perrita que ya es perra se da cuenta, mira, tuerce un poco la cabeza, ajusta su paso nervioso, ella a que gustaría correr como cuando la suelto y brinca y entonces al mirarme sonríe y me dice: ¿ves? Si no pasa nada.

La vejez te reduce, como el tiovivo, como la noria, a las idas y venidas cotidianas. Estrecha el paisaje.

Basta irse, sin embargo, al rincón y cerrar los ojos, abstraerse en cualquier tiempo pasado, que sin duda no fue mejor, pero era cuando corríamos sin percatarnos de ello. Era natural, ir y venir en un abrir y cerrar de ojos hasta el otro extremo incluso de la península. Por el camino echabas cuentas, pero no de achaques, sino de esperanzadores organigramas resolutorios de intrincadas ecuaciones.

En el rincón, por pasmoso que parezca, cabe imaginar que vas a ir de un salto a hacer esto y aquello que en la realidad suponen para cualquier viejo ejemplar de la especie tomarse tiempo y ejercitar la calma paciente. Una calma con que en realidad, si te fijas, se mueve la mayor parte de las cosas creadas, cada una en su ámbito, y que cuando se salen de esa calma es que algún meteoro las mueve, arremolina y disparata.

Viene la perrita que ya es perra, me dice un ladrido corto y seco, echa a correr y se sube al banco del zaguán, donde está su correa, vuelve, se sienta junto a mi silla, me mira, ladea la cabeza. Claramente me dice: ¿vamos o qué? Me levanto y corre que se las pela, por delante, arrollándolo todo. Es su media hora del paseo de la tarde.
Nadie, en circunstancias como éstas que padecemos, puede decir que tiene poder. Si en realidad lo tuviese, lo arreglaría todo en un santiamén, como sería su deber y responsabilidad. En tiempos como el que atravesamos, lo más que se tiene es el encargo de administrar lo que queda, para, añadiendo lo que venga, reconstruir lo que se pueda de lo que perdimos.

Me asusta que haya quien escriba y diga que alguien tiene el mayor poder. Si se dispone de poder, basta con querer para arreglar. Y creo que no hay en este momento nadie que realmente pueda. No, porque no hay bastante. Y cuando no hay, como cualquier náufrago colectivo sabe, hay que racionar a todos por igual, no ocurra lo que los de la Medusa, que acabaron comiéndose unos a otros.

En horas como éstas, lo que se acepta, que ya tiene mérito por cierto, es una responsabilidad mayor o menor. Y quienquiera a que se le proponga y sea consciente de su incapacidad o su falta de ideas, debe renunciar de inmediato. No hay tiempo que perder en seleccionar a los mejores. Gente con ideas claras, imaginación, osadía y capacidad. Segura de sí misma. Que no deslumbre el oropel a nadie porque vivimos tiempos en que el oropel, si no es de calidad, se aja y mustia en seguida y deja en ridículo y con el culo al aire a cualquiera que se atreva a disfrazarse con su brillo y disfrazar con él su propia opacidad.

Hay mucha gente en cada categoría del paro, y entre muchos, seguro que hay gente de extraordinaria capacidad, que la humanidad y nuestro grupo social en concreto, no están para desperdiciar mientras una horda de dontancredos se pavonea en el proscenio, a pesar de haber acreditado de modo más que cumplido que cuando más, en vez de tratar de repetir como solistas, deberían colocarse en la última fila del coro y procurar no desentonar.
Ha hecho Rajoy un gobierno a su medida. No me preguntéis porque no voy a explicar más. Al que tenga entendederas, bien le basta con lo dicho. Con el gobierno que ha nombrado puede realizar las previsiones de su boceto y desarrollar su esquema. Otra cosa es que funcione. Para que funcione tendrá que haber en la cabeza de Rajoy, como seguramente hay, una estación de destino, que nos irá, supongo y espero, describiendo a medida que le parezca oportuno. Como buen gallego de Pontevedra, en realidad de Santiago según dicen, no tendrá prisa en hablarnos del puerto, de la estación de destino y llegada siquiera sea provisional. De momento ha dejado claro que nos abrochemos los cinturones, que vamos a despegar. Ha mandado subir a las gavias a largar trapo.

Ahora, consultará los mapas y las previsiones del tiempo. Y propondrá la ruta.

La ruta, el camino, la peregrinación, la tiene marcada en sus mapas e irá dando copias a cada ministro, pero mantendrá el importante secreto del destino, el mapa de la entrada a puerto y la descripción de ese puerto, si es o no conocido y lo que tendremos que hacer, una vez llegados, cada cual, en él, que seguro que habrá trabajo para todos.

Para nosotros, los viejos, ya no. Algunos moriremos en el camino. No sé si habrá tiempo para que alguno de los miembros de mi generación llegue a las proximidades del nuevo continente que nos espera.

Ha sido apasionante. Y por lo menos, hemos asistido a los prolegómenos del tiempo nuevo. Nosotros, los que veníamos de aquel otro resplandor de los años treinta del pasado siglo, que acabaron como acabaron, justo cuando yo nací, en 1929, cuando nadie podía suponer lo que se le venía encima.

A la salida de todo esto que nos ha sorprendido con las alcuzas vacías, tiene que haber una era radiante, digan lo que digan los catastrofistas. Porque la gente, cuando atraviesa por un estado de necesidad como el que es probable que dure dos lustros todavía, sale con el ingenio aguzado y el ánimo templado y bien dispuesto.

Costará, y, ya digo, los más viejos ya no llegaremos, pero va a merecer la pena, y por eso, en la medida de lo que podamos, todavía estamos dispuestos a echar las dos manos y empujar. Que no podremos mucho, pero la voluntad estará íntegra, ya que no las fuerzas, porque, repito, merece la pena y sois nuestros hijos y nuestros nietos los que en definitiva tendréis parte en el premio.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Tal vez por ser Navidad, el banco de Europa ha desparramado sobre los bancos una lluvia de euros. Otra medida de espera hasta ver, que me está dando la impresión que incluso los banqueros más conspicuos del mundo empiezan a reconocer que de esto nadie sabe cómo salir cuando lo que falta en la mayoría de los países es producción vendible suficiente para mantener el nivel de vida ensayado por cada cual con su burbuja.

Como siempre, hay que repetir que el dinero no es elástico. Hay el que hay y cuando se gasta de más, hay que devolverlo, y cuando no se puede devolver, uno, de buena o de mala fe, está en concurso, sólo un pasito más acá de la inminente quiebra a que reconduce el saldo final de las cuentas.

Estamos en concurso, el mundo mundial entero, por haber gastado más de lo que se produce y de lo que había, y hay que echar cuentas. Y mucho me temo que el saldo sea muy, pero que muy deficitario.

Y habrá que elegir, cosa sumamente arriesgada y difícil, entre la inflación y la quita, dos males menores entre que la dificultad entraña en saber cuál lo es menos.

A la corta, duele menos la inflación, pero es de efectos provisionales y menos duraderos. La quita supone un bajón súbito del nivel de vida de entre un tercio y un cuarto. Duele a la larga, pero sana, hasta donde ello es posible, la posibilidad de empezar de nuevo.

Para lo que es conveniente que de momento subsistan los paraísos fiscales donde reside un dinero indispensable para realimentar la economía mundial, pero que en seguida habrá que ir, a largo plazo, eliminando hasta que todos entendamos que no hay más que lo que hay, debe estructurarse una economía que lo distribuya con equidad.

Los ricachos deben entender que la justicia, también la económica, ha de ser distributiva. Para ellos también, o mejor, para ellos principalmente.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Agradezco al F.C. Barcelona, de que soy desde hace mucho admirador fiel y desde hace menos socio leal, pero en cualquier caso desde que sólo pretendía llegar y le solían ganar tantas partidas como ganaba, que, ahora mismo, cuando ya soy yo casi tan viejo como los caminos, haya decidido llegar a ser, haya llegado a ser el mejor equipo del F.C. Barcelona de todos los tiempos, y, sucesivamente, el mejor equipo de España, el mejor equipo de Europa y el mejor equipo del mundo.

Ser aficionado, seguidor, admirador y socio de un buen equipo ya es bueno, ya es importante, ya proporciona alegrías, decepciones y participación en el deporte y el juego, pero serlo de un equipo que poco a poco, a fuerza de tesón, entrenamiento y esfuerzo, consigue que unos chavales de su cantera se conviertan en campeones sin igual, a base de juego limpio, proporciona una emoción difícilmente igualable en el nivel de trascendencia a que pueden llegar un deporte o un juego.

No es, en la vida lo más importante, ni siquiera importante, si me apretáis, pero lo es en su ámbito, reducido previamente a la trascendencia que le corresponde.

Por eso, con ocasión de que hayan ganado el decimotercer título de los últimos dieciséis consecutivamente disputados, a la vez que alzan la copa que lo acredita con evidente entusiasmo, alzo yo con el mismo entusiasmo, que asocio al suyo, esta copa de cava y una vez más les doy las gracias a la vez que con ellos me congratulo.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Ventolera, revolera de la mar embravecida, invierno anticipado, tal vez para compensar las benevolencias del otoño, cambio del clima, tal vez como consecuencia de las crisis galopantes.

Se alzan voces airadas, de gestores políticos de chicha y nabo, que todavía no se han enterado de que vienen tiempos duros. Como ni siquiera se han tomado el trabajo de aprender a trabajar, y, así, de lo que vale un peine, cuando peligran sus sinecuras, enloquecen y entorpecen a quienes podrían tratar de paliar la tormenta que se nos viene encima.

Tuvieron tiempo y ocasión de remediar en parte lo que ocurre, pero estaban muy ocupados en su dolce far niente y ahora pasa lo que pasa.

Todavía esperan, ya contra toda esperanza, que el tiempo retroceda, que los males se los lleve un súbito viento inesperado, que no pase nada. No quieren enterarse de que antes de seguir, hay que pagar los vidrios rotos.

Me ordeno y mando callarme, que es Navidad, puesto que está dicha, desde la tarde de ayer en anticipo, la misa del cuarto y último domingo de Adviento. Acaba el tiempo de esperar y la Navidad inminente ha hecho bajar la nieve, según los últimos noticiarios, hasta los seiscientos metros de altitud. Nevará sin duda en la autovía del Huerna, por la que ya no voy a pasar habitualmente como hasta hace bien poco. Y arreciarán las nevadas entre Villalpando y la Mota del Marqués, que hace la carretera una especie de loma donde el temporal suele detenerse y arremolinar ventisca y nieve.

El recuerdo de los tramos de camino habituales hacen más agradable el rincón desde que ahora podemos rememorarlos con un libro al alcance de la mano para seguir corriendo aventuras, investigar crímenes, de la mano de listísimos detectives de papel, detenernos en recovecos inexplorados de la historia, por los que cuando estudiantes habíamos pasado silbando y ahora hay tiempo para recuperar los perfiles de los personajes implicados, casi verlos, adivinar sus propósitos y los porqués de los disparates que hicieron o los aciertos que tuvieron. Y releer. Sólo que releer, a veces, decepciona, sobre todo cuando se trata de libros de esos que deben leerse a una edad determinada, te admiran entonces, pero, fuera de su tiempo, al decepcionar, nos descuajaringan una hermoso recuerdo.

No sé por qué, desde hace dos días, la Vanguardia o no publica o no me permite bajar copia de su crucigrama. Las cosas agradables duran menos que las tristes. O lo parece. Egoístas que somos, bueno, que soy yo.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Cuarto domingo, mañana, Dios mediante, de Adviento. Ayer di con un pregón y un villancico, la bienvenida a la Navidad, con mis mejores deseos para todo el mundo. Lo que pasa es que es éste un mundo de transitoriedades, y todo lo que es transitorio navega por un mar de tristezas, en que no hay más puertos que los de las diversas nostalgias.

El presente, cada momento, tiene los ribetes amarillentos, cuando no ocres de nostalgia de lo que se gasta nada más nacer. Apenas hacemos otra cosa, en nuestro alfar de cada día, en cada vuelta de lendel, que generar recuerdos más o menos antiguos con que alimentamos la esperanza del momento siguiente.

Después, cantaron villancicos. Es tiempo de Navidad. Cuanto muere a lo largo del año, renace en el tiempo de Navidad, este abrir y cerrar de ojos que habías estado esperando y ya está siendo, pero casi ha pasado, al ser.

Hay poca gente por la calle. Se anuncian malos tiempos, de mayor pobreza para demasiada gente. Siempre hay demasiados pobres, y para colmo, alrededor de la pobreza, se forma una corte de milagros, un patio de Monipodio. Un mundo turbio, muy próximo al lindero de la selva social, donde las reglas son más duras, los rencores, las venganzas atroces, porque rigen ahí mismo, a nuestro lado, las leyes de la selva, la del Talión, los agravios imperdonables.

Las noticias se suavizan por el gacetillero de turno, que ya leyó el libro de estilo y asegura que hubo muertos y heridos, pero “no fue más que” un ajusta de cuentas, “no fue más que”, una reyerta entre inmigrantes. Demasiada pobreza que seca los ribetes, las esquinas del grupo social, la “ciudad alegre y confiada”.

-Estás triste. No deberías. Es, tú mismo lo has dicho, Navidad.
-Y tenéis razón. Pero es que justo en Navidad, cuando todos deberíamos estar cantando a coro, es cuando ves más claro que estamos en un lugar de tránsito.

Es difícil este asunto de vivir, este privilegio de vivir, milagroso negocio en que de pronto nos encontramos atrapados, concernidos, complicados … perdidos, como en un laberinto, rodeados de gente y siendo, a la vez, uno más de esa gente que rodea a cada otro, también asustado por nuestro agobiante insistencia, que nos agobia y desorienta, con el temporal encegueciéndonos.

viernes, 16 de diciembre de 2011

No me da tiempo a salir hoy con la perrina, ya perra, que me riñe, nada más llegar y tal vez me informa, lo cierto es que no la entiendo bien del todo, de que ha salido ya, hace mal tiempo y no vale la pena engañarme para obtener otro paseo extra. Si hiciese tanto viento …

Voy, vengo y me llama la atención la poca gente que anda de compras por la capital provincial de la autonomía. Poco dinero y se anuncian restricciones mayores. Vienen malos tiempos para la economía en general y para las economías en particular.

Ha nacido un nuevo autor de novela policiaca, catalán, creo, que firma Toni Hill y escribió una más que aceptable primera novela “El verano de los juguetes muertos”. Habrá que esperar a ver si en la segunda se confirma el buen camino que parece emprender, sin perjuicio de los necesarios retoques que en la “primera” se perdonan a cambio de lo que promete. ¿Por qué no es “de casa” el comisario? ¿Un capricho? ¿Una nostalgia? ¿Una originalidad? Nada que objetar ni a que no lo sea ni a su nacionalidad argentina. Curiosidad. Cierto que Poirot, protagonista inventado por alguien tan evidentemente inglés como Agatha Christie, es incuestionablemente belga.

No sólo es que haya llegado la primera borrasca invernal. Comento con amigos y conocidos, miramos a nuestro alrededor y coincidimos en que corren malos tiempos para Asturias y se anuncian peores. En fin. Incluso cuando aquello del diluvio, que debió ser tremendo, llegó un día en que paró de llover.

Hoy toca leer un pregón. Cada vez que se sale ante un público, más o menos numeroso, más o menos presumiblemente crítico, se siente una sensación que no acierto a describir y es mezcla de inseguridad, duda, gana de huir, esperanza de quedar bien. En cualquier caso, contrae por dentro, a la altura de la boca del estómago. ¿Demasiado largo? ¿Demasiado corto? ¿Tedioso a ratos? ¿Apropiado?

Media hora, tres cuartos, como mucho. En como cuando acabábamos el examen. Primavera de Madrid. Aire transparente. Sentado, sensación de vacío. Un libro, un café, un sueño. Tiempos.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Los pueblos, sobre todo, los pueblos más alejados de las respectivas capitales de las provincias o las comarcas, tenían una especie de economía cautiva, que se desmoronó cuando mejoraron las comunicaciones, cada familia acabó por tener dos o tres coches y se montaron los polígonos de grandes almacenes alrededor de cada capital o ciudad importante.

La primera reacción de los comerciantes de los pueblos, al contabilizar el empobrecimiento de su cuenta de resultados, fue la de elevar los precios para compensar. Y no sólo no lo lograron, sino que aceleraron el proceso de su decadencia, ruina y cierre.

Lo recuerdo a cuenta de que ahora se han abierto los mercados de internet, supranacionales, y en ellos, algunos artículos se pueden comprar en empresas domiciliadas en países más caros, de mayores salarios y mayores impuestos, paradójicamente, por precios que rebajan el de los comercios nacionales nuestros, hasta, hay casos, de alrededor de un treinta y tres por ciento.

Pienso que deberíamos tomar nota y ejercitar también para estas cosas la memoria económica histórica reciente. O es probable que tropecemos de nuevo en la misma piedra.

martes, 13 de diciembre de 2011

Agujerito en el temporal y allá que nos vamos, mi chica y yo, ella yendo y viniendo, yo lento, como el caracol en que te convierte la helada indiferencia del tiempo. Y ya de vuelta, me consuela otra vecina de más arriba de mi cuesta, que con sus dos bolsas del hiper, todavía va más despacio. Me siento corredor de maratón, cuando la adelantamos. Mi chica se amedrenta de pronto, ve la cabezota redonda, grande, luminosa, de una columna del alumbrado público e inesperadamente la asusta, recula, me mira, le digo que no hay peligro, mueve el escaso residuo que le dejaron de rabo al nacer y me agradece que la tranquilice, me pasa la cabeza por la pernera del pantalón, vuelve a mirarme, se asegura de que todo está en orden y sigue.

Duermen, como en un villancico, los patos en el río. Las tres ocas, como siempre, dos con la cabeza bajo el ala y la otra vigilante, un poco apartada. Me recuerda las imaginarias del campamento de la milicia universitaria. ¿Contará también, la oca despierta, como yo contaba cuando me tocaba la tercera, que es la peor, más dura, llena de somnolencias, las estrellas?.

Te equivocas siempre, cuando tratas de contar estrellas, ¿Cómo cuadricular el cielo y apartar las que ya están contadas?

Me llaman y liberan de una comida proyectada. Me queda otra, la lectura del pregón de los belenistas y junta del patronato de la Fundación. Hay que comprar regalos de Navidad, escribir a los tres, ¿o eran más, en qué quedamos? Reyes Magos. Cuenta Jon Juaristi, que anduvo releyendo viejos palimpsestos, que con ellos hasta hay quien dice que si no vino la reina de Saba, mandó representantes. En otros sitios se dice que eran astrólogos. La cosa es que llevan miles de años trayendo, incansables, regalos para los niños del mundo. Una de mis nietas, pálida de invierno, se mete en el ordenador a poner orden en la guerra que mantienen los pájaros airados y los gochos ladrones, toda una algarabía de trinos contra gruñidos.

Y en seguida, la Navidad. En el armario rechinante, salseado, húmedo, de la Navidad, enciendes las luces, pones u poco de espumillón y es como un renacimiento de la alegría. Luego te arrellanas en tu rincón, la butaca de mimbre –regalo de Reyes, si recuerdas- y manoseas las cuentas gastadas de las Navidades idas. Pinchábamos serpentinas, no había otra cosa, con chinchetas, en la escayola del techo, hasta la lámpara que le faltaba alguno de los plafones, pero eran tiempos duros. No estaba la gente de humor, pero éramos niños y nos seguían la corriente, que seguro que les costaba ajustar la sonrisa, pero sonreían, y no había mucho turrón, pero había, y el Gaitero proveyó siempre del mejor cuasichampán dulce del mundo mundial, y, cuando lo descorchas, hasta da el pego y suena como en las películas de ricachos y amor. Es curioso, pero ahora mismo tengo que contar que todos los años recuerdo el sabor de un bocado concreto de turrón, la habitación, dónde estaba yo, dónde los demás, y aquel sabor. No me preguntéis por qué. Fue un año, no sé cuál, de aquellos de incertidumbre, escaseces, media luz. Era hermoso que fuese Navidad.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Hablamos, en el Instituto de Luarca, Jesús Peláez, mi presidente del Foro Jovellanos, y yo, al alimón, de Jovellanos. Escuchan los alumnos y toman abundantes notas.

Una vez más, doy mi versión de Jovellanos, un español castizo, deslumbrado por la modernidad, que cada cual creyó que era de los suyos y al no entender que era su proyecto de síntesis, ambos, tirios y troyanos, lo despreciaron, desterraron y persiguieron hasta que vino a morir a un puerto del lejano oeste de las Asturias de donde sale un increíble número de navegantes y marinos.

Llegan, a la vez, santa Lucía y la sensación de frío.

Se alborota la mar, precisamente hoy, cuando la tradición cuenta que será la noche más larga del año, las antípodas de la del señor san Juan. Por santa Lucía, dicen la tradición y el refrán, mengua la noche y crece el día, el paso de una gallina. Apenas nada, pero es una pizca más de luz para mañana.

En el cajero de un banco, cuando pasamos durante nuestra peregrinación nocturna la perrina, que ya es perra y yo, extiende sus precarias posesiones un vagabundo y se prepara ostensiblemente a cenar y pasar la noche. Me pregunto qué pasaría si alguien viniese a sacar dinero de su cajero habitual. Y se me ocurre que mejor que no se le ocurra a nadie, que el vagabundo duerma en paz y se vaya con el alba, que el sacacuartos deje su extracción para mañana. Al fin y al cabo, en seguida, va a ser Navidad.

Escribo un villancico y lo rompo, escribo otro y lo archivo en el disco duro. Volvemos a casa, gime el viento y como viene del norte, con algunas de las ráfagas, viene el resoplido enojado de las olas, que esta mañana ya, anunciando “mar de fondo”, espumeaban en Punta Muyeres, ese brazo izquierdo que ampara las playas de este lugar donde todo, pienso otra vez, debió empezar con una pesquería nómada amparada por el Focicón, brazo derecho que ampara las playas por el otro lado. En la flexura del Focicón está el barrio que considero más viejo, el Cambaral, que lleva el nombre del pirata que según la leyenda murió abrazado a su amada, mientras daban nombre al puente del Beso.

Ponen las nenas de casa el belén más elemental. Cuando más elemental, el belén da, por lo menos a mí, mayor emoción. Seguro que no se parece en nada a aquel Belén de Judá y mucho menos al Belén de aquel tiempo, pero éste y todos los belenes, cuanto más elementales, repito, para mí, más emocionantes, son actos, muchas veces sólo instintivos, de amor.

Alguien ha publicado un libro antológico de villancicos, lo compro, lo leo. Algunos están en idiomas, dialectos, modos de decir, diferentes del mío habitual. A pesar de todo, son hermosos. Un villancico, al fin y al cabo, no es más que el cascabeleo de una música y algunas palabras elementales. Y sin embargo, cualquier poema escrito en tiempo de Navidad, cuando el espíritu de la Navidad se engancha como una niebla en nuestra envergadura personal y se respira el aire de la Navidad, es un villancico.

Os deseo a todos una larga noche feliz por santa Lucía. Mañana, crecerá el día, aunque no sea más que el paso de una gallina.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Una parte de los problemas del mundo queda aplazada.

A los partidarios del Barcelona CF, nos han hecho un precioso regalo de Navidad.

No quiero hacer más comentarios. Al fin y al cabo, tengo amigos que son partidarios del Madrid.

Lo que hago, solo conmigo mismo, compartiéndolo con quienes sean también de este equipo, es regocijarme.

Y agradecérselo, uno por uno, a los catorce jugadores que fueron saliendo al campo, siquiera fuese unos minutos, al entrenador, que ayer acreditó su valía, y a los ayudantes del entrenador, de los que nadie habla hasta que les chincan los ojos como cuando éramos neños y guajes y chincábamos la oreja a quienes pretendíamos provocar.

Hay que hacer, como la hormiga, provisiones de alegría para cuando llegue el invierno de que otros ganen. Hoy es día de cantar el himno, que así, por añadidura, iremos preparando laringe para en seguida, que llegarán, si el buen padre Dios quiere, los villancicos.

Es tercer domingo de Adviento.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Me llega la noticia de que ha muerto don José Alvarez Domínguez, presidente que fue de la Sala de lo Civil de la antigua Audiencia Territorial de Oviedo.

Cuando yo trataba de llegar a ser buen abogado, ya era él extraordinario Juez, jurista de sobresaliente cum laude. Cuyas sentencias, incluso cuando no me dieron la razón, tuvieron todas contenido de que seguir aprendiendo, como cualquier profesional del Derecho, se pasa la vida tratando de lograr.

Disfrutó de larga dedicación profesional y nos permitió así, beneficiarnos de su ciencia y su ejemplo, como profesional y como persona.

No puedo decir que hayamos sido amigos, puesto que nos separaba, además de casi una generación, el lugar que cada uno ocupaba en el estrado, pero sí compañeros de toga, que a mí me gustaría haber llevado con la elegante sabiduría y la extraordinaria dignidad con que él la llevó, desde el respeto, la consideración, la admiración y hasta el afecto profesional que aún me inspira. Y tercos cooperadores en la cotidiana empresa de aplicar el Derecho sobre las heridas del cuerpo social y de profundizar en la tarea de intentar descubrir e interpretar los perfiles de la Justicia para así proyectarla sobre cada caso concreto, cada cual diferente de todos los demás, puesto de de distinta manera se manifiestas siempre las pasiones humanas en cada relación entre las personas.

Lamento que haya dejado de estar entre nosotros, pero a la vez me reconforta la seguridad de que, del otro lado del espejo, habrá encontrado por fin, liberado del tiempo del espacio, la inimaginable luz de la Verdad y de la Justicia.

Porque, además de contar con la misericordia del buen padre Dios, fue don José un jurista excepcional, un extraordinario juez, pero y sobre todo, un hombre bueno.
Paremos los relojes, -“parlanchina, la dueña, dice cosas banales”- y pongámonos al loro, que esta noche bailan, juegan, batallan, dejémoslo en que se enfrentan el Madrid y el Barcelona.

Media España agita antes de usar, sus banderolas blancas, la otra media ondea las blaugranas.

Algunos iremos, justo a esa hora, a pasear a la perrita, ya perra, que cuando se encienden las farolas del ilmo. ayuntamiento, a algunas, no sé por qué, alza la cabeza y las mira con desconfianza. Recula. Me mira y cuando le aseguro que no pasa nada, que la guerra donde está es hoy en el Bernabeu, se relaja. Ella, pese a ser blanca, no es del Madrid, pero le pregunté si del Barcelona y ni se inmutó. Se ve que los perros residen, moran o habitan en otro mundo, donde juegan otros valores. Lo acredita el hecho de que a veces se para, terca como un asno joven, yo tiro, ella tira, se arrima a una farola y olfatea con evidente interés algún mensaje de un congénere.

Mañana retornaremos al asunto de si seremos importantes o colilleros en la Europa que viene, pero hoy, lo que encalabrina al personal es si la orfebrería del Barcelona se traducirá en goles o si será el Madrid, con su pim, pam, y el fuego de sus cañoneros, el que se lleve el gato al agua.

En el entretanto, el partido que es más que un partido. El partido de que se hablará mañana en todas las tertulias. Para el que pierda, tragedia desproporcionada y vilipendio multitudinario, para el que gane, el éxtasis. Y lo malo en este pícaro mundo es que, en cualquier genero de cosas y de actividades, no hay, en cada pirámide, más que una cúspide, en cada cima más que sitio para un par de pies, y el segundo ya no es casi más que la neblina del atardecer, añoranza, quizá para otra vez …

Que si uno, cuatro, tres, tres, que si tres, cuatro, tres, que si cinco, tres, dos, que si las permutaciones y combinaciones habidas, por haber, imaginables y hasta inimaginables.

Hasta la tremenda realidad de estas navidades tan tristes para tantos, tan alegres para por desgracia demasiado pocos, tan esperanzadoras como querríamos para todos, pero hacemos tan poco para lograrlo, se difuminará y quedará bajo la espesa niebla de la pasión que desatan loe enfrentamientos de los hombres, por banales que sean.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Ser o no ser, es todavía el problema. Ahí fuera, si no eres, por mucho que pretendas aparentar y prometas, te darán con la puerta en las narices, y si eres, te respetarán por lo que eres.

Cosas de Pero Grullo, pero que a fuerza de representar en la corrala, se nos olvida que hay fuera, lejos, gente que no se traga lo de los disfraces y mira por detrás de las caretas y analiza lo que decimos.

Gente experta y experimentada.

Nos contamos tantas veces entre nosotros el cuento de la buena Pipa, nos pasamos tanta falsa monea que nos da la impresión, falsa desde luego, de que es verdad la batallita tal y como la cuenta el abuelo y no como realmente fue; tal y como queda grabada en la memoria la realidad, después de tanto contarla a nuestra manera, pretendemos sustituir con ella la verdad pura y simple.

Y como nada se improvisa, tardaremos en incorporarnos. Traemos un retraso de siglos y no veo yo claro, que ojalá me equivoque, que ninguno de nuestros estamentos parezca dispuesto a empezar por el principio, como debe hacerse, poniendo cimientos, antes que ladrillos. So pretexto de que nadie tiene la culpa, desde su punto de vista, y todas las culpas las tiene algún vecino, la hilera de iracundos reclamantes me hace acordar de cuando se inició cierta obra pública en determinado lugar y se presentaron en busca de trabajo cerca de cien pretendientes. Los especialistas –dijo el encargado-, que den un paso al frente. Lo dieron todos. ¿Y qué clase de especialidad tienen?, volvió a preguntar el boquiabierto capataz. Y todos a una contestaron que la de “listeros”. Lo dijo mi reiteradamente citado y admirado Noel Clarasó por medio de uno de sus protagonistas: “adoro el trabajo, me encanta el trabajo; no puedo vivir sin ver trabajar”.
Vuelve a tener razón la experta estadounidense cuando se pregunta cómo se puede pretender mantener una moneda única si no se existe como persona jurídica.

Puede crearse una moneda única para animar a la creación de esa persona, pero como paso previo, transitorio, escasamente temporal, y si la constitución personal falla, habrá fracasado el invento de la moneda única, que requiere una homogeneidad económica sólo alcanzable previa la fusión, la asociación o la federación política con personalidad jurídica unitaria.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Oigo por fin un coro que nos acerca a lo que estaba visto que tendríamos que ir: por el lado de Europa, a una mayor integración y casi constitución de los Estados Unidos de Europa; por el lado de dentro, habrá que afrontar y resolver la imposibilidad de funcionamiento del sistema admistrativo autonómico.

Ahí y ahora, pienso que por fin hay esperanzas concretas de aproximación a la salida del embrollo en que andábamos.

Nos va a quedar lo asturiano. Lo asturiano es más complejo y se ha complicado con la superposición de planos que nada tienen que ver, pero los intereses creados de unos y otros, por diferentes razones, tratan de relacionar. Asturias necesita un plan, ya sea como autonomía uniprovincial, ya como autonomía pluriprovincial, ya como comarca de descentralización administrativo limitada. Para elaborarlo, una mayoría eligió al Foro. A continuación, se celebraron unas elecciones nacionales en que predominó el temor a que el PP no llegase con Rajoy a la mayoría absoluta. Muchos votantes del Foro, arrastrados por el ”voto útil”, pero sólo con esa finalidad de llegar a la indispensable mayoría absoluta de don Mariano, dieron pie a la suposición inexacta a todas luces, de que habían dejado desasistido y sin apoyo al Foro.

Podría ser útil, para aclarar definitivamente este asunto, convocar nuevas elecciones autonómicas, pero, desde otro punto de vista, esa convocatoria nos reconduciría al torbellino de considerar necesaria una reafirmación cada vez que se produzcan votaciones de diferente alcance, características, finalidades y sentidos.

Considero que lo que de verdad hace falta es más sentido común. Porque ahora que se alumbra luz a lo lejos, convendría estar bien colocados y representados en la parrilla de salida. Cosa que en mi modesta opinión, el Foro podría lograr y los demás han acreditado que no.

martes, 6 de diciembre de 2011

Hay, el buen padre Dios la guarde, costumbre de reunirse a comer o a cenar por Nochebuena y Navidad.

Que lo importante no es lo que se come o se cena, sino el hecho de reunirse, axuntarse la familia, reunirse los compañeros de trabajo.

Cierto que, sobre todo si paga la empresa, se intenta que la carta refleje alegría y optimismo.

Cierto que se dilapida, a veces, lo que no se debería.

Lo importante continúa siendo el hecho de reunirse, compartir, intercambiar presencias y palabras.

Cantar juntos.

Casi siempre predominamos los que cantamos muy mal, tienes –me dijeron alguna vez- un oído como la cerradura de un hórreo. Es decir, grande la oreja, tirando a parecerse a las de ya sabéis quién y escaso el gusto musical y el arte de recombinar e imitar los sonidos.

Pero estar juntos, y más aún, la temporada que nos pasamos algunos resobando el proyecto, imaginando la reunión, que luego apenas es un abrir y cerrar de ojos, pero qué más da si ya es posible disfrutar de los pequeños detalles que cada Navidad nos deja con el valor añadido de haberlos compartido con el resto de la familia, con los demás compañeros.

Ahora que, además, la familia suele estar dispersa y la gente de la empresa se intenta reducir a coste de personal y masa salarial de los costes generales, todavía es más importante que nos acerquemos, nos miremos a los ojos, nos reconozcamos, nos valoremos, nos respetemos y hagamos cuanto sea posible por querernos.

-¿Qué dice este imbécil? (el imbécil soy yo, perspicaz el que pregunta)
-Me aferro a nuestra condición humana.
Lo que los diferentes partidos políticos llamarán sin duda ambigüedad podría ser un mérito constitucional. La Ley Fundamental de un país debe poder servir para que gobierne cualquiera de los partidos de su presente o futuro abanico político y pueda hacerlo con arreglo a cualquier forma de gobierno. Una ley tan general y apoyada en los principios éticos de la cultura de un grupo social, que sirva para desarrollar con arreglo a cualquier forma de gobierno, cualquier programa político, que al final, cada uno de ellos no puede por definición ser más que otra forma de dirigir la conveniencia del conjunto, con base y apoyo en su acervo cultural.

La Constitución debe delimitar el terreno de juego, la estructura esencial del estado, cualquiera que sea después el modo y la forma de jugar quienes tienen que estar conformes con aquella delimitación y las reglas del juego, que también contendrá la Constitución, sin excluir ninguna por mera opinión de alguien no añadir tampoco ninguna, por capricho de otro alguien, ya sean uno u otro personas físicas o jurídicas.

Imaginaos un partido de fútbol: el reglamento determina la forma y medidas esenciales del estadio y determina las reglas esenciales del juego que Mourinho y Guardiola o cualesquiera otros entrenadores proyectarán, plantearán y sus jugadores desarrollarán cada partido, cada uno a su peculiar manera, con arreglo a su peculiar estilo, de acuerdo con sus capacidades características, pero sin salirse ni del campo de juego ni de sus reglas generales, fundamentales y básicas.

Los tres árbitros, en la Constitución los tres poderes, acomodarán la aplicación de las reglas a los eventos concretos que se produzcan en cada campo y cada partido, los tres coordinados, pero los tres independientes. En la coordinación y la independencia conjugadas de los tres poderes, reside la equidad, que es nada más ni menos que la justicia del caso concreto.

Los Estados Unidos de América no han tenido más que una Constitución. Y han sabido aplicarle las enmiendas oportunas y al parecer suficientes.

Uno de los errores humanos más frecuentes es tratar de blindar y perpetuar lo que no es esencial, sino provisional y por naturaleza transitorio. Sin defender, por contraste, lo que debería permanecer durante siglos y sólo moverse –todo se mueve, muda y cambia- con la poderosa lentitud de la historia.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Para país constitucional, el mío. En siglo y medio, siete constituciones y unas leyes fundamentales equivalentes, en total, ocho intentos de regularizar las relaciones entre la tendencia más inquieta y la más pousada, que dicen en mi pueblo.

Aquí, nada de chiquitas, reformas, enmiendas ni remiendos. Fuera con todo y tela nueva que cortar en cada ocasión de cambio. Gente reñidora, decidida a cortar por lo sano y reinventar por completo para que nadie diga que las miserias de ayer degradan las utopías de hoy. Tres guerras carlistas, la guerrilla contra el francés, varios motines, levantamientos y algaradas, las guerras de las independencias, otra con Marruecos y hasta un suicidio contra los yanquis. Don Pío, con su habitual sintética acidez, llegó a decir que en España, con una proclama, una bandera y un tambor ya se había montado una revolución.

Belicosos, es lo que somos, y ahora más, aínda máis, con esto de las crispaciones, las elecciones sucesivas, que cada cual interpreta según sus intereses y preferencias, algún que otro “charrán” –les llaman en mi pueblo- o “charrana”, que se metieron en la cosa pública y es que no callan, y ya se sabe lo que pasa cuando sueles “echar –también lo dicen en mi pueblo- la lengua a pacer” demasiado. Es como si llindias les vaques en prao con trébol, que timpanizan.

Copa Davis número cinco, pentacopa, alborozo tenístico, y se prepara un dramático Madrid – Barcelona, todo ello en torno a la conmemoración de la última Constitución, más, afortunadamente, duradera. Dicen los amigos de novedades que Nadal y el Barcelona están en decadencia y que a la Constitución habrá que meterle pronto mano. A mí este afán de cambios me recuerda un pariente que tuve que tenía dos características fundamentales: la de preguntar, cada vez que te echaba la vista encima, aunque fuesen dos o tres veces en un día, por posibles novedades que hubiera, y la de que siempre, al llegar a una reunión, preguntaba: a ver, a ver, ¿de que estáis hablando, que yo me opongo?

domingo, 4 de diciembre de 2011

4 de diciembre, segundo domingo de Adviento, a veinte días de la Nochebuena y veintiuno de la Navidad.

Antes, la semana del puente nuevo, el puente largo, el puente mantible, de que habló Cervantes y defendía el gigante Fierabrás. Un puente largo, el puente del Guiness de este año de gracia, víspera de bisiesto, cuando don Mariano el del Pepé ha reiterado la promesa de que nos enseñará el camino para salir del túnel de túneles, como una muñeca rusa, con un cilindro metido dentro de otro y nosotros en esa coctelera que ha dicho don Mariano que nos va a enseñar a salir.

Luego, lo de salir o no. Es otra cosa que depende de multitud de factores y de que unos quieran y otros dejen hacer y muchísimos hagan y otros sufran.

Algunos deben a otros esfuerzos suplementarios porque esos otros han venido sufriendo, soportando, temiendo, mientras esos unos tan avispados, perspicaces, sagaces, se cubrían ambos riñones y parte de otros menudillos.

Tocan a dejarse una pizca del botín para que no acabe por darse cuenta el personal de las gavias y vaya a dar en amotinarse.

Por eso es tan probable que cuando don Mariano, el conductor del Pepé, apunte y diga que por ahí seguro que se sale, no se eche nadie atrás y cada palo aguante su vela. Pero, por favor, al que le toque hacer un sacrificio llevadero, que comprenda que hay quien lo lleva sufriendo más de los dos o tres años de habernos ido embarrando con el cuento de que el partido estaba ganado sin necesidad de que nos despeináramos y que nosotros, los más listos de Europa, íbamos a ganar por goleada, dejándoles inventar a ellos y poniéndonos nosotros al rebufo, a comerueda para trepar Alpes y Pirineos y de postre el Angliru de cualquier economía.

No basta, esta vez, el ingenio del lazarillo, ni los ardides de Rincón y Cortado. Pasó la época de las guerrillas y los de echarse a la Sierra con el trabuco terciado. Se inventaron hasta el avión supersónico y el tren de alta velocidad. Incluso puedes reñir con la suegra o reconciliarte con tu mujer llamándolas por el camino y hablándoles de reconciliaciones y amores a través de un artilugio mínimo y portátil, de los que antes no tenían más que los espías más avezados y ahora llevan los niños para decirle a mamá, esta tarde voy a estudiar con Juanito y llegaré a la hora de cenar, pero es mentira y es su primera y más inocente cita e irá con la niña de calcetines y trenzas a la disco y tendrán una discusión, a la puerta, con un señor grande y gordo con la cabeza pelada que tú no tienen ni por el forro los dieciocho, muñeco, cosas que antes no pasaban más que en cine de barrio, que lo cerraron, que ya, el cine, es también historia, como el magnetofón y la máquina de escribir y la fotocopiadora.

El mundo, y nosotros, hemos cambiado, salvo en el hecho inconmovible de que es Adviento y dentro de pocos días, será Navidad, y aunque solo fuera por eso, seguirá habiendo esperanza.
Pronostican nuestros señores representantes en Bruselas, según hoy leo en la prensa, que habrá un reajuste de impuestos para los españoles, ya que no se puede hablar a su juicio de moneda única si no hay unos impuestos únicos.

No se puede hacer afirmación más arriesgada. Creo yo que antes de hablar de impuestos hay que hacerlo de sueldos y salarios, y, por consiguiente, de precios. Y cualquier trasposición y cualquier homologación económicas pasan porque los precios sean análogos y lo sean asimismo los sueldos, los salarios y las diferencias salariales.

No se debería haber podido hablar de moneda única sin esa previa homogeneización económica de precios, sueldos, salarios y diferencias salariales entre los que en cada empresa ganan más y menos, pero, cometido el error, de que por cierto se derivaron otras ventajas dignas de tener en cuenta, sería agravarlo y quizá perder importantes porciones de las ventajas, modificar el peso de los impuestos sin remediar las abismales diferencias de precios y salarios entre los diferentes países de la comarca del euro.

La cuestión se complica cuando se advierte una cierta falta de sentido común y un evidente exceso de demagogia cuando se habla de salir a la calle a protestar contra unas medidas cuyas características y alcance todavía se desconocen, cuando es evidente que sean cuales sean y las acuerde y adopte quien las acuerde y adopte, como son indispensables, no queda más remedio que aceptarlas y lo bueno sería hacer esfuerzos, no para tratar de evitar lo inevitable, sino para lograr que resulten lo menos graves y gravosas para la menor cantidad de gente posible.

Hay precios lo suficientemente caprichosos y disparatados como para efectuar correcciones útiles, y hay unas diferencias salariales entre los elementos personales de cada empresa como para ensayar medidas de solidaridad humana más que aconsejables.

Lo mejor de todo, insisto, sería que, adelantándose a cualquier tentación de perpetuar el mosaico europeo de encontrados intereses artificialmente creados, se lograra de una vez poner en marcha la integración comunitaria, a base de un solo Estado europeo, sin perjuicio de las peculiaridades a la vez diferenciadoras y solidarias de las diferentes comarcas o nacionalidades.

Me temo que todo lo demás no sea más que ganas de jugar con las palabras y “melancólico bucle” nostálgico de lo que fuimos antes de todas las guerras frías y calientes y todas las convulsiones que han cambiado, de la mano de una cada vez más avanzada tecnología, el paisaje del mundo y la capacidad humana de convivir.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Briosos corceles desbocados por el entusiasmo sociopolítico y compitiendo por el mayor y más heroico desafuero, en defensa de sus respectivas verdades. ¡Estamos salvados! Ya hay quien está dispuesto a saltar a la arena y defendernos, a los inanes, a los amedrentados ciudadanos de a pie, a la que llamaba el emperador romano plebe urbana, ociosa y corrompida, de Roma, incapaz de imaginar mayor felicidad que la que podrían suponerle panem et circenses, el pan y los juegos.

No hay más que encauzar, cuando se dispone de ella en tan copiosa abundancia, la tremenda fuerza de la energía latente y aprovecharla para el bien común, tan necesitado de impulsos y mantenimiento. Tiene suerte don Mariano, ahora que llega a la gobernación, de contar con los de la mesa redonda para que resplandezca de nuevo el reino de Arturo sin necesidad siquiera de los trucos y las mañas de Merlín.

Pero sigues, periódico abajo y me encuentro con la declaración en concurso de una notaría. Me acuerdo de haber visto aquello de las notarías congruas y las incongruas, pero creo recordar que las segundas eran de pueblecitos lejanos y despachos de adobes. Algo tremendo ha tenido que ocurrir para que no pase nada, el señor notario vaya a atender puntualmente todos sus pagos y obligaciones, pero la notaría se haya declarado en concurso y pónganse ustedes en ordenada fila para ir cobrando sus deudas.

Sol y sombra. Por un lado, la energía indomable, por otro el humilde reconocimiento de que no hay más cera que la que arde y hasta la aristocracia económico social tiene que pesar, contar y medir, cuando dejan de soplar los vientos desde el fondo de los cuernos de la abundancia, desparramando sin tasa ni medida sus contenidos. Hasta los sombreros de copa de los magos agotan palomas y conejos, papeles de colores y volutas de humo.

Desde aquí, desde donde la plebe urbana amante o no de pan y juegos, asistimos, la ingente masa de los mediocres, boquiabiertos, al tejer y destejer de los importantes, sus tramas, urdimbres, amarradiellas, ideas, recursos y añagazas, nos consuela aquello que dicen que dijo Lincoln de que el buen padre Dios nos prefiere a los mediocres y por eso hizo tantos.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Bajo a la playa, me acerco
a la orilla,
donde las conchas de alma de nácar,
donde la prodigiosa textura
de la espuma,
y miro.

Allá a lo lejos está el mismo horizonte
distinto
cada día que vengo. Miro
en lo más profundo
y está tu probabilidad.

Podrías estar
en la otra playa de más lejos, del otro lado
de todos los mares, esperándome.

Voy en tu busca, amada mía.
Tengo el corazón lleno
de amor,
llevo mis manos heridas
de las caricias
que te debo. Mi boca
rebosa de los besos que deberíamos haber celebrado
cada mañana,
cada tarde,
al parir el alba o declinar la noche adolescente
su lucero.

Bajo a la playa,
encuentro
cadáveres de estrellas de mar,
palitroques retorcidos,
basura que trae la mar, son sus tesoros,
de las huellas de los cruceros errantes, de la estela
del holandés,
del pescador que se ha quedado dormido,
mecido,
absorto en su lejanía de la bocana del puerto
donde se cruzan
las ilusiones que van
y los fracasos que vienen
de la mar.

Soñemos juntos,
amada,
desconocida.
Quiere usted, por favor, aminorar la marcha. Me apeo en al próxima. Esperaré, desde ahora, en un banco de rejilla que creo recordar hay en el apeadero que viene. No hace falta que se detengan. Creo que podré saltar en marcha, si reducen lo suficiente.

Ya se, ya, que probablemente no pasará ningún otro tren hasta sabe Dios cuando, pero ya no tengo prisa. Echaré una siestecita, cuando me aburra, y, si hay un enchufe todavía cerca, tengo mi iPad y algunos juegos, y aún me faltan por leer varios libros de los que llevo almacenados en él. Y si no recuerdo mal, hasta tengo una película.

Y en último término, me queda un macuto lleno de recuerdos. Hurgaré en él hasta el fondo, donde los mendrugos y las migajas. Pero ¡dónde tengo yo la cabeza! Macuto le llamaban los soldados cuando la guerra, y por extensión, nosotros en el campamento de la mili universitaria. Ahora, en tiempo de paz, ha vuelto a ser herramienta de vagabundo y se llama zurrón.

Es igual. Lleva las mismas cosas entrañables, las miserias y las quisicosas o indispensables o preferidas. Algunas, como esa piedra pintada, evidentemente inútiles, pero que siempre significan algo. Por ejemplo, esa esfera, nada más que una bola de madera. Y sin embargo está en el centro mismo de un turbión de recuerdos.

Me preocupa que usted pare. Eso es que me ha visto tan viejecito que le ha parecido probable que me rompa una pata si no se detiene y me ayuda. Bueno, pues mire, en el fondo, por más que parezca enfurruñado, se lo agradezco porque yo había pensado también en esa posibilidad. Lo que pasa es que cuanto más provectos, menos queremos aceptar que el tiempo que nos queda hay que vivirlo despacito y a base de ilusiones más pequeñas que las de antes y parándose aquí y allá, fingiendo admiración por el paisaje, para recuperar el aliento si se va cuesta arriba, que, carallo, no recordaba yo que esta calle fuese tan empinada. Un amigo y yo la subíamos corriendo para llegar en hora a la clase de latín que nos daba aquel cura del hospital que tenía aquel vozarrón para declinar los genitivos de plural.