jueves, 15 de diciembre de 2011

Los pueblos, sobre todo, los pueblos más alejados de las respectivas capitales de las provincias o las comarcas, tenían una especie de economía cautiva, que se desmoronó cuando mejoraron las comunicaciones, cada familia acabó por tener dos o tres coches y se montaron los polígonos de grandes almacenes alrededor de cada capital o ciudad importante.

La primera reacción de los comerciantes de los pueblos, al contabilizar el empobrecimiento de su cuenta de resultados, fue la de elevar los precios para compensar. Y no sólo no lo lograron, sino que aceleraron el proceso de su decadencia, ruina y cierre.

Lo recuerdo a cuenta de que ahora se han abierto los mercados de internet, supranacionales, y en ellos, algunos artículos se pueden comprar en empresas domiciliadas en países más caros, de mayores salarios y mayores impuestos, paradójicamente, por precios que rebajan el de los comercios nacionales nuestros, hasta, hay casos, de alrededor de un treinta y tres por ciento.

Pienso que deberíamos tomar nota y ejercitar también para estas cosas la memoria económica histórica reciente. O es probable que tropecemos de nuevo en la misma piedra.

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