miércoles, 28 de diciembre de 2011

Y muy mala leche, es lo que hay en este rincón del mundo. ¡Dale caña!, instan, y en cuanto se la da, siquiera de momento sea de palabra, que como todas es aire y al aire va, según Becquer decía en su rima, aplauden a rabiar. ¡Dale más caña! –animan, puestos de acuerdo por una vez y sin que sirva de precedente-, y cuanta más, más nos divertiremos, nos sentiremos realizados, equilibrados, iguales.

La sombra de Caín, decía otro poeta, pasó, como el caballo de Atila, otro excelente herbicida, por esta tierra calcinada, secándoles el alma a muchos de sus habitantes. Hay una constante, que pasa por Gabriel y Galán, Miguel Hernández, León Felipe y tantos otros, que reitera, expresa, acredita la cantidad y calidad de la mala uva que nos enfrenta, envidia en ristre, uno de los vicios capitales relacionados por Díaz Plaja entre los que se nos atribuyen.

Concepción Arenal reiteró, al parecer con demasiado escaso éxito, en castellano, la hermosa consigna de Beccaría: odia el delito, pero compadece al delincuente.

No se trata de dar caña, sino de rectificar esa aberración contracultural que al parecer nos aflige e invita, como un irónico Woody Allen, a coger la pasta, dondequiera que se halle y echar a correr no sea que aparezca su dueño. Y que no caracteriza a grupo, partido, facción, sociedad o comunidad de vecinos concreta y determinable, sino que parece constituida en vicio nacional, ya acusado por tanta y tan acertada novela picaresca como figura en el índice de nuestra mejor literatura.

Es tal y tan evidente la proliferación de la mordida que a algunos les ha parecido, mejor que enseñar en la familia y la escuela lo que desde allí debería venir aprendido, escribir, editar, promulgar códigos éticos para mayores. A muchos, cuando les dijeron que había que suscribirlos y jurar o prometer su cumplimiento, les dio mucha vergüenza propia y ajena. Nada menos que tener que jurar o prometer –tiene cierta gracia que se haya hecho costumbre diferenciadora lo de jurar de lo de prometer, circunstancia sociológica significativa, ahora que están de tardía moda local los significantes- que tú, o que yo, gente hecha, derecha y hasta vetusta y se supone que seria, íbamos a gestionar en adelante cumpliendo con nuestras obligaciones morales. Como si hasta el momento hubiese habido por lo menos dudas, que piensa mal, dice el refrán, y acertarás.

Contra la al parecer ingenua presunción constitucional de inocencia.

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