domingo, 18 de diciembre de 2011

Ventolera, revolera de la mar embravecida, invierno anticipado, tal vez para compensar las benevolencias del otoño, cambio del clima, tal vez como consecuencia de las crisis galopantes.

Se alzan voces airadas, de gestores políticos de chicha y nabo, que todavía no se han enterado de que vienen tiempos duros. Como ni siquiera se han tomado el trabajo de aprender a trabajar, y, así, de lo que vale un peine, cuando peligran sus sinecuras, enloquecen y entorpecen a quienes podrían tratar de paliar la tormenta que se nos viene encima.

Tuvieron tiempo y ocasión de remediar en parte lo que ocurre, pero estaban muy ocupados en su dolce far niente y ahora pasa lo que pasa.

Todavía esperan, ya contra toda esperanza, que el tiempo retroceda, que los males se los lleve un súbito viento inesperado, que no pase nada. No quieren enterarse de que antes de seguir, hay que pagar los vidrios rotos.

Me ordeno y mando callarme, que es Navidad, puesto que está dicha, desde la tarde de ayer en anticipo, la misa del cuarto y último domingo de Adviento. Acaba el tiempo de esperar y la Navidad inminente ha hecho bajar la nieve, según los últimos noticiarios, hasta los seiscientos metros de altitud. Nevará sin duda en la autovía del Huerna, por la que ya no voy a pasar habitualmente como hasta hace bien poco. Y arreciarán las nevadas entre Villalpando y la Mota del Marqués, que hace la carretera una especie de loma donde el temporal suele detenerse y arremolinar ventisca y nieve.

El recuerdo de los tramos de camino habituales hacen más agradable el rincón desde que ahora podemos rememorarlos con un libro al alcance de la mano para seguir corriendo aventuras, investigar crímenes, de la mano de listísimos detectives de papel, detenernos en recovecos inexplorados de la historia, por los que cuando estudiantes habíamos pasado silbando y ahora hay tiempo para recuperar los perfiles de los personajes implicados, casi verlos, adivinar sus propósitos y los porqués de los disparates que hicieron o los aciertos que tuvieron. Y releer. Sólo que releer, a veces, decepciona, sobre todo cuando se trata de libros de esos que deben leerse a una edad determinada, te admiran entonces, pero, fuera de su tiempo, al decepcionar, nos descuajaringan una hermoso recuerdo.

No sé por qué, desde hace dos días, la Vanguardia o no publica o no me permite bajar copia de su crucigrama. Las cosas agradables duran menos que las tristes. O lo parece. Egoístas que somos, bueno, que soy yo.

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