martes, 6 de diciembre de 2011

Hay, el buen padre Dios la guarde, costumbre de reunirse a comer o a cenar por Nochebuena y Navidad.

Que lo importante no es lo que se come o se cena, sino el hecho de reunirse, axuntarse la familia, reunirse los compañeros de trabajo.

Cierto que, sobre todo si paga la empresa, se intenta que la carta refleje alegría y optimismo.

Cierto que se dilapida, a veces, lo que no se debería.

Lo importante continúa siendo el hecho de reunirse, compartir, intercambiar presencias y palabras.

Cantar juntos.

Casi siempre predominamos los que cantamos muy mal, tienes –me dijeron alguna vez- un oído como la cerradura de un hórreo. Es decir, grande la oreja, tirando a parecerse a las de ya sabéis quién y escaso el gusto musical y el arte de recombinar e imitar los sonidos.

Pero estar juntos, y más aún, la temporada que nos pasamos algunos resobando el proyecto, imaginando la reunión, que luego apenas es un abrir y cerrar de ojos, pero qué más da si ya es posible disfrutar de los pequeños detalles que cada Navidad nos deja con el valor añadido de haberlos compartido con el resto de la familia, con los demás compañeros.

Ahora que, además, la familia suele estar dispersa y la gente de la empresa se intenta reducir a coste de personal y masa salarial de los costes generales, todavía es más importante que nos acerquemos, nos miremos a los ojos, nos reconozcamos, nos valoremos, nos respetemos y hagamos cuanto sea posible por querernos.

-¿Qué dice este imbécil? (el imbécil soy yo, perspicaz el que pregunta)
-Me aferro a nuestra condición humana.

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