lunes, 5 de diciembre de 2011

Para país constitucional, el mío. En siglo y medio, siete constituciones y unas leyes fundamentales equivalentes, en total, ocho intentos de regularizar las relaciones entre la tendencia más inquieta y la más pousada, que dicen en mi pueblo.

Aquí, nada de chiquitas, reformas, enmiendas ni remiendos. Fuera con todo y tela nueva que cortar en cada ocasión de cambio. Gente reñidora, decidida a cortar por lo sano y reinventar por completo para que nadie diga que las miserias de ayer degradan las utopías de hoy. Tres guerras carlistas, la guerrilla contra el francés, varios motines, levantamientos y algaradas, las guerras de las independencias, otra con Marruecos y hasta un suicidio contra los yanquis. Don Pío, con su habitual sintética acidez, llegó a decir que en España, con una proclama, una bandera y un tambor ya se había montado una revolución.

Belicosos, es lo que somos, y ahora más, aínda máis, con esto de las crispaciones, las elecciones sucesivas, que cada cual interpreta según sus intereses y preferencias, algún que otro “charrán” –les llaman en mi pueblo- o “charrana”, que se metieron en la cosa pública y es que no callan, y ya se sabe lo que pasa cuando sueles “echar –también lo dicen en mi pueblo- la lengua a pacer” demasiado. Es como si llindias les vaques en prao con trébol, que timpanizan.

Copa Davis número cinco, pentacopa, alborozo tenístico, y se prepara un dramático Madrid – Barcelona, todo ello en torno a la conmemoración de la última Constitución, más, afortunadamente, duradera. Dicen los amigos de novedades que Nadal y el Barcelona están en decadencia y que a la Constitución habrá que meterle pronto mano. A mí este afán de cambios me recuerda un pariente que tuve que tenía dos características fundamentales: la de preguntar, cada vez que te echaba la vista encima, aunque fuesen dos o tres veces en un día, por posibles novedades que hubiera, y la de que siempre, al llegar a una reunión, preguntaba: a ver, a ver, ¿de que estáis hablando, que yo me opongo?

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