Café descafeinado, cerveza sin alcohol, mermelada sin azúcar, leche descremada, yo vieyu, anda mal esti mundo traidor y pa colmu bien otru año pa más jodela.
¿Quién mos iba icir, cuando líamos a don Julio Verne, que daba milagros p’al añu dos mil, que taríamos aquí, en el umbral del dos mil doce, sin pites nes caleyes, con güevos desyemaos ya cocacola sin coca ni cola. Viendo cómo estudian la partícula de nome raru que aseguren que entamou tó con ella, ya n’una destes alcuéntranla por un casual ya escóñannos d’una rabotada.
Madre, a la puerta
del año dos mil doce, cuando decían
los indios precolombinos
que no se podía leer más allá, que no sabían
si habría más tierra,
más vida,
algo,
a esta puerta siempre entreabierta del futuro,
que sigue siendo
como cuando me pariste, llena de esperanzas,
apasionante,
estamos hoy
como siempre
temblando porque quién sabe
qué forma adoptarán esos colores, los ruidos
discordantes,
cómo serán los miedos y la ilusión, sin duda,
a la vez,
horribles y hermosos, del tiempo nuevo.
Te lo cuento a ti
porque habéis muerto todos los que estuvisteis
en mi primera
Navidad
del recuerdo, que apenas es ya más que de nuevo papel amarillento,
casi ceniza
y esta gente de ahora tiene demasiado que hacer para escucharme,
a mí,
que ya soy más viejo que padre y que tú,
incluso más viejo que el abuelo
y ¡quién me va a entender
como tú!,
aún hoy, después de tantos años,
me entenderías con una sola mirada,
igual que una caricia
de tus ojos verdesmeralda.
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