martes, 27 de diciembre de 2011

Susto generalizado, que vienen el frío y las medidas. El frío montado en las heladas, como caballos de crines blancas, las medidas de la mano del gobierno de don Mariano, que todavía no ha tenido tiempo de sentarse y ya le piden que mueva la varita y sin que sufra nadie se arregle todo. Y mira por dónde, moverá la varita y sufriremos todos, y, si no se emprende el camino de organizar, estructurar y consolidar una economía competitiva, no nos servirá de nada haber sufrido.

Que paguen ellos, grita la nuestra sociedad desde dondequiera que pongas la mano. Ellos son siempre los responsables. No hay nosotros, cuando se trata de buscar culpables.

Salvo para esa señora juez, o jueza, como ella quiera, que desde su lejanía ultramarina ha pedido antecedentes de unos cuantos españoles por si hubieran sido malos, según su criterio de ella.

Andamos a trompicones, rompiéndonos meninges y neuronas contra las paredes del laberinto que nosotros mismos nos preparamos con un extravagante afán de complicarnos la vida buscando atajos donde ya hay caminos. Y no soy yo nadie para dar lecciones a otro nadie, pero tal vez fuese bueno el consejo de aquel fiscal que recomendaba a sus colaboradores que en la duda, lejos de abstenerse como recomienda el aforismo, estudiasen más, y nos evitaríamos todos el pintoresco espectáculo de andar perdiendo el tiempo hurgando en las cenizas del pasado, cuando hay tanto que hacer con el presente y tanto que proyectar para el futuro.

Ser o no ser, dijo y pienso que con acierto Shakespeare a través de Hamlet, es la cuestión. Lo que creo en cambio que no se puede es ser y no ser a la vez. Y hay multitudes empecinadas en ello, justo aquí, en el umbral de esta nueva época a que nos han traído nuestros propios esfuerzos. Da a veces la impresión de que cuando llegan épocas tan críticas, situaciones de cambio como las que nos afligen en este momento de la historia, la humanidad se hubiera quedado sin resuello, nos sintiéramos colectivamente vacíos y sin fuerzas para respirar. Parece que acabásemos de pasar un examen complicado y nos hubiéramos quedado sin ánimos para pensar con un mínimo de sentido común.

Cuando escasea la esperanza, cuando falla la razón, cuando, derogados arbitrariamente los principios tiene el ser humano la sensación de estar a punto de deshumanizarse, queda, como penúltimo recurso, echar mano del sentido común, una de cuyas premisas fundamentales consiste en entender que nada de lo humano es ajeno a ningún ser humano.

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