martes, 27 de diciembre de 2011

Ahí te va eso. Se lo diremos a los chicos del brioso caballo que pasaba, en el grupo escultórico de la ciudad universitaria, al lado del escuálido viejo que entrega la antorcha.

Carrera de relevos y relevo de personas. Las que vienen dicen haberse encontrado con menos tesoros y más telarañas en los cofres de la ínsula en que antaño reposaba el erario público y ahora está el clavo de las facturas.

-Pon otras pocas, que hay clavo.

El clavo es la espina dorsal del estado. Son dos, como en la contabilidad de la abuela: el de los pagos y el de los cobros, el debe y el haber, lo que tendremos, quizá y lo que debemos, seguro.

-Madre –dice el villancico-, a la puerta hay un niño, que dice que tiene frío.

Están cayendo heladas que dejan los prados escarchados y los charcos helados. Hay florones en los cristales de ventanas y ajimeces. Mi perrita, a punto de cumplir sus dos años, equivalentes a catorce humanos, se acurruca en un cojín, cerca del radiador de noche apagado de la calefacción, que le conserva memoria del calor del día, cuando estuvo encendido.

Seguimos felicitándonos las fiestas, Pascua y Año Nuevo, deseándonos felicidad, comprando sueños, en forma de billetes de la lotería “del Niño”.

-¡Si me tocara ….! -pensamos lenta, detalladamente- No nos va a tocar. Sabemos que se compra ilusión en carne viva. Caramelos, ya desenvueltos y despegados del papel, de ilusión de que ¡si me tocase …!

Tuve un amigo entrañable, que, a sus noventa años y pico, decía que la lotería a él, al fin y al cabo, ya podía tocarle, por el poco esfuerzo que representaría, toda vez que el, con poco, habida cuenta de su edad, le bastaría para que pareciese mucho. Y ni aún así.

Gastar menos, ganar más, solicitar quitas y esperas, no contraer nuevas deudas. Si acaso, alargar el período de cumplimiento de las antiguas.

Si gano cien, tengo que aprender a vivir como los que ganan cien. Vivir como los que ganan ciento uno, a la corta o a la larga, me llevará a la quiebra. El legítimo y lícito que procure ganar más para vivir mejor.

Lo que pasa es que para ganar más hay que ser mejor, o hay que trabajar más o hay que tener más suerte. Nos diferencia no querer, no poder o no tener más suerte. De ahí la necesidad de un comportamiento solidario con quienes no pueden, no quieren o no tienen suerte. Lo que pasa es que, salvo quienes no pueden de verdad, los demás no deberían quejarse de paternalismo empresarial, ni de contratos temporales, ni de despidos baratos.

Por cierto, y al hilo de esta convicción, los funcionarios, cualquiera que sea su método de selección, no pueden tener blindado su puesto, y mucho menos en épocas como ésta. Cuando cada uno que no trabaja, multiplica el trabajo del de al lado.

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