jueves, 29 de diciembre de 2011

Unos se envenenan de modernidad electrónica y otros presumen de que lo electrónico les parece una mierda mangada en un palo. Y no convenceréis más que a pequeños porcentajes de unos o de otros para que se pasen a ser de los otros o de los unos. En eso también consiste la vida, en discrepar.

Lo que pasa es que deberíamos hacerlo de manera y con modos pacíficos, pero no. Nos excita sobremanera que ese amigo nuestro que sabes se haya convertido en appleadicto y ahora diga que en vez de llamarse Fulano, se llama iFulano, susceptible de actualizaciones, modernizaciones y aplicaciones en diversos stores del entorno electrónico, con prolongaciones estocásticas.

Llueve de una manera para cada cual y cada quien lleva o no lleva gorro, capucha, paraguas, boina o lo que se tercie, incluso el placer de ir a pelo, incluso cuando calvo, bajo el chaparrón.

Opino que lo mejor es ir con los de la feria y volver con los del mercado. Según convenga. Usar o no el celular, que los italianos de las novelas de Donna León llaman telefonino, según convenga al humor de cada jornada. Apuntarse a la estilográfica, la máquinona de escribir, el boli o el ordenador, de acuerdo con lo que vayamos a escribir, con ese espíritu modernista, a veces y otras nostálgico, o, como por lo general, pedestre de tercera categoría.

Es todo un experimentos sociológico echar en una red cualquier preferencia y ver cómo se eriza el personal, alineado en varios ejércitos armados hasta los dientes y profiriendo amenazas, rugidos variados y algún que otro improperio con rebuznos incluidos.

Un desahogo para impenitentes lectorescritores como yo, pongo por ejemplo más cercano y evidente, que de otro modo no habríamos visto en letra de imprenta nuestras retahílas y soliloquios. Ya está, ya lo hemos escrito. Ahora podemos hacernos impunemente la ilusión de que centenares de personas lo leerán y gastarán siquiera sea una infinitesimal porción de su tiempo en comentar lo listos o lo burros que les parecemos, lo bien o lo catastróficamente que escribimos y contamos.

Recuerdo aquel viejo pintor, elocuente, conversador y sabio que preguntado a la salida de una exposición de pintura respecto de los valores de los posibles méritos del autor sólo dijo: “es un pintor”.

Respetar a todo aquel que opine, cuente, diga. Podrán ser tonterías, estupideces o disparates, pero la intención era sin duda buena. Incluso un mal escritor es también escritor.

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