Nadie, en circunstancias como éstas que padecemos, puede decir que tiene poder. Si en realidad lo tuviese, lo arreglaría todo en un santiamén, como sería su deber y responsabilidad. En tiempos como el que atravesamos, lo más que se tiene es el encargo de administrar lo que queda, para, añadiendo lo que venga, reconstruir lo que se pueda de lo que perdimos.
Me asusta que haya quien escriba y diga que alguien tiene el mayor poder. Si se dispone de poder, basta con querer para arreglar. Y creo que no hay en este momento nadie que realmente pueda. No, porque no hay bastante. Y cuando no hay, como cualquier náufrago colectivo sabe, hay que racionar a todos por igual, no ocurra lo que los de la Medusa, que acabaron comiéndose unos a otros.
En horas como éstas, lo que se acepta, que ya tiene mérito por cierto, es una responsabilidad mayor o menor. Y quienquiera a que se le proponga y sea consciente de su incapacidad o su falta de ideas, debe renunciar de inmediato. No hay tiempo que perder en seleccionar a los mejores. Gente con ideas claras, imaginación, osadía y capacidad. Segura de sí misma. Que no deslumbre el oropel a nadie porque vivimos tiempos en que el oropel, si no es de calidad, se aja y mustia en seguida y deja en ridículo y con el culo al aire a cualquiera que se atreva a disfrazarse con su brillo y disfrazar con él su propia opacidad.
Hay mucha gente en cada categoría del paro, y entre muchos, seguro que hay gente de extraordinaria capacidad, que la humanidad y nuestro grupo social en concreto, no están para desperdiciar mientras una horda de dontancredos se pavonea en el proscenio, a pesar de haber acreditado de modo más que cumplido que cuando más, en vez de tratar de repetir como solistas, deberían colocarse en la última fila del coro y procurar no desentonar.
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