Pronostican nuestros señores representantes en Bruselas, según hoy leo en la prensa, que habrá un reajuste de impuestos para los españoles, ya que no se puede hablar a su juicio de moneda única si no hay unos impuestos únicos.
No se puede hacer afirmación más arriesgada. Creo yo que antes de hablar de impuestos hay que hacerlo de sueldos y salarios, y, por consiguiente, de precios. Y cualquier trasposición y cualquier homologación económicas pasan porque los precios sean análogos y lo sean asimismo los sueldos, los salarios y las diferencias salariales.
No se debería haber podido hablar de moneda única sin esa previa homogeneización económica de precios, sueldos, salarios y diferencias salariales entre los que en cada empresa ganan más y menos, pero, cometido el error, de que por cierto se derivaron otras ventajas dignas de tener en cuenta, sería agravarlo y quizá perder importantes porciones de las ventajas, modificar el peso de los impuestos sin remediar las abismales diferencias de precios y salarios entre los diferentes países de la comarca del euro.
La cuestión se complica cuando se advierte una cierta falta de sentido común y un evidente exceso de demagogia cuando se habla de salir a la calle a protestar contra unas medidas cuyas características y alcance todavía se desconocen, cuando es evidente que sean cuales sean y las acuerde y adopte quien las acuerde y adopte, como son indispensables, no queda más remedio que aceptarlas y lo bueno sería hacer esfuerzos, no para tratar de evitar lo inevitable, sino para lograr que resulten lo menos graves y gravosas para la menor cantidad de gente posible.
Hay precios lo suficientemente caprichosos y disparatados como para efectuar correcciones útiles, y hay unas diferencias salariales entre los elementos personales de cada empresa como para ensayar medidas de solidaridad humana más que aconsejables.
Lo mejor de todo, insisto, sería que, adelantándose a cualquier tentación de perpetuar el mosaico europeo de encontrados intereses artificialmente creados, se lograra de una vez poner en marcha la integración comunitaria, a base de un solo Estado europeo, sin perjuicio de las peculiaridades a la vez diferenciadoras y solidarias de las diferentes comarcas o nacionalidades.
Me temo que todo lo demás no sea más que ganas de jugar con las palabras y “melancólico bucle” nostálgico de lo que fuimos antes de todas las guerras frías y calientes y todas las convulsiones que han cambiado, de la mano de una cada vez más avanzada tecnología, el paisaje del mundo y la capacidad humana de convivir.
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