Caeríamos, cualquier otro día, es probable que en seguida, en la tentación de regresar, si hoy decidiésemos, mi otro yo, el caballero, y yo, el escudero, ni hablar más de política ni de economía, cuando a la vista de cuanto va pasando, están, los que más mandan, dispuestos a seguirle el compás al viejo lema fisiócrata de que dejemos, ir, dejemos pasar, que el mundo rueda solo.
Lo malo es que el mundo va decelerando, para colmo de males y ya hablan los científicos, desde sus huras de la torre del viejo castillo roquero semidesmoronado, como chovas excitadas, que está cerca la inversión de los polos, y alguno insinúa que algo como lo que se avecina para todavía no se sabe cuándo ni cómo, pudo tener que ver con la extinción de los dinosaurios.
Menos mal que los augurios suelen fallar y la viejísima bola del mundo, con la ayuda del pañuelo que le amarra de vez en cuando Mafalda a la cabeza, sonríe, gira y canta, con Doris Day que no nos preocupemos demasiado porque lo que tenga que ser será lo único que será.
De momento, la mimosa, con las puntas amarilleando a ojos vistos, se resiste a mirar los territorios en conflicto, habla todo el mundo, ay, de impuestos y malo mentar la soga en casa del ahorcado.
No aprovechamos la ocasión que tuvimos. “España va bien”, decían, pienso que de buena fe, pienso que creyéndoselo, y siguiendo el hilo, dedujeron que ¿por qué el milagro no iba a seguir, crecer y florecer en una gloriosa época de vacas gordas?
España no iba bien. España estaba sorprendida, alterada, desmesurada. Vió el cielo abierto, la bonanza del paisaje, la fertilidad posible del futuro y quisimos toda la expedición cosechar antes de haber sembrado.
Se nos va este griposo enero, desparramándosenos el virus como a golpe de “bisoplo”, como llamaba aquel buen y querido amigo que tuve al hisopo, y tosemos, el coro y nos hierve el “pote” bronquios abajo, ominoso, se nos va, ya van dos tercios, sin que hayamos sufrido el invierno que la abuelina aseguraba que de buena tinta sabía ella que jamás se lo comían los lobos. Si no llega, bufando, en estos diez días que le quedan al mes, vendrá cabalgando en febrerillo el loco, que por algo le llamarían así los viejos del refrán y el cayado, la colilla en la comisura y la boina terciada. Siempre que hablo de ella, me acuerdo del contratista aquél de obras de cuando se edificaba con artesanía de constructor de pirámides, que, de acuerdo con una carencia entonces bastante habitual, siempre había sido incapaz de elaborar un presupuesto, y, consultado al respecto por un posible cliente, plana la mano sobre ella, la movía inquieto, rascándose así el meollo: pos verá, la cosa ye que … entamando pensar … ¡qué quier que-i-diga!, esto de las cementeras ..., tan quitándonos de sacar arena de la playa … ‘nuna d’estas pónenseme estos en güelga … De verdad i lo digo ¡qué más quisiera yo! pero esto de los precios lo que tien ye que ye muy cambiante ya la oferta, la demanda, ¡qué sey yo! La verda ya que no-i.puedo icir así, sin más, de principio... Si es caso, puede ir pagándome sigún faigo.
1 comentario:
Sin ánimo de discutir con Bosco Disgresiones no es lo mismo, al menos en español, "dejar ir" que "dejar hacer".
Pero vamos a lo importante. Es verdad que todo el mundo habla, todos hablamos, quizás en demasía. Unos hablan de lo importante y otros de lo que importa.
Yo solo quiero saber cuándo la mimosa, a la que sigo desde hace días, hablará al mundo.
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