sábado, 7 de enero de 2012

Pasa con las herramientas y con las personas. Sólo que las herramientas las eligen libremente las personas, cada persona que ha de utilizarlas y en cambio las personas tienen su dignidad y sus derechos y deben ser muchos lo que opinen y cuando opinan muchos, cuantos más peor, es más fácil equivocarse.

Cuando se pregunta a un grupo de personas su criterio respecto de otra u otras se ponen en marcha infinidad de mecanismos más o menos secretos y más o menos razonables que suelen distorsionar el criterio de muchos, a lo que hay que añadir que cuantos más y más heterogéneos son los encuestados, más fácil es constatar que de lo que no se entiende, opinar es un ejercicio de frivolidad, y que en cualquier grupo, hay siempre más tontos que mediocres o que listos y muchos más mediocres que inteligentes.

Ni predico ni provoco. Me limito a opinar y dejar constancia de un criterio que considero empírico, por más que los criterios personales sean siempre, además, subjetivos.

Y lo digo porque siempre me ha parecido muy triste que con cierta frecuencia, sobre todo en épocas de aparente paz social, resulten desechadas herramientas o personas que parecen buenas, video meliora, y se decida usar de o confiar en lo que parece a veces peor que lo bueno y hasta llega a ser posible, de hecho lo es, que se elija o se seleccione lo peor: proboque deteriora sequor. Resulta así, en lo colectivo, sumada o multiplicada la estadísticamente mayor probabilidad de error.

Comprendo que no resulto políticamente correcto, que lo correcto para un súbdito, contribuyente, hombre de a pie, y más si vejestorio como el que suscribe, sería repetir con aquella francesa a que amó Diderot ( Madeleine de Puisieux, 1750), cuando dijo lo de que “il faut se tromper avec tout le monde plutôt que d’être sage tout seul”, que en nuestro román paladino es tanto como aseverar que “más vale estar equivocado con todos, que estar solo en posesión de la verdad”. Discrepo, con todos los respetos, pero admiro la sagaz recomendación de que nos dejemos llevar, así, sin más, porque sean muchos, por lo que nos aseguran que es lo bueno. Tendremos menos dificultades, sufriremos menos, pero ¿basta con eso? ¿Dónde va Vicente?, pregunta retórico el refranero, y en seguida, a la vez que informa, veladamente aconseja: donde va la gente.

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