Cerré mi calabaza, dentro de que brilla polícromo un mínimo belén sudamericano de no sé qué país, por cierto, donde se nos antojan tan parecidos pero son dan diferentes, en cuanto te fijas un poco. Cerré, como cada año, la calabaza y le puse candado de papel celo. Lo he venido haciendo cada Navidad, desde que lo compré en un mercadillo, deslumbrado por colores e ingenuidad de las figuras: Niño, María, José, los tres Reyes Magos y la mula y el buey, que son los menos definidos, pese a estar en primera fila.
Fuera, en el zaguán de casa, quitaron el otro belén, de las casitas, el castillo, el río que no va a ningún mar, las ovejas, sus pastores, unas deformes estrellas, ángeles y las figuras, también, del misterio, acompañadas desde el día seis por los tres Reyes Magos.
Pasó la Pascua, entró el año, las uvas fueron testigos de mi diente, que se reía el dentista cuando le comenté que se me había roto la estrella de mis sonrisas de más de ochenta años. En la calle, frío. En la ladera, la mimosa a punto de romper, pero nada más que cardosa, por ahora. ¿Qué qué es cardosa? Pues la verdad, no lo sé a ciencia cierta, pero debe ser un color que está a punto de ser otro, puesto que la gente dice que parece cardosa la vegetación cuando están a punto de romper la aulaga o la xiniesta, pero, por otra parte, ya sabéis que la vaqueirada dice aquello de que “los calzones del meu Xuan / son de estameña cardosa / cuando lu vexu venire / pienso que ya la raposa”. El color de la zorra es pardo rojizo o siena oscuro, a veces negro, en ocasiones con la abundosa cola negra. Xuan, a veces, en la vaqueirada, se quitaba los calzones y las vaqueiras cantaban que “los vaqueiros vanse, vanse; / las vaqueiras choran, choran. / ¡Ay meu Xuaniquín del alma! / ¿con quién vou dormirá agora?”
Vienen, de la mano, la mimosa y la gripe, con las xiladas y el súbito fragor, si cambia el viento, de la “mar de fondo”. Concluyo otro libro de que no vale la pena acordarse y que compré subido al engaño de un propagandista de esos que te acarician, melifluos, el oído, desde los sueltos de las revistas cada vez menos especializadas. Todavía recuerdo cuando te podías fiar de lo que decían algunos, y aún ocurre, sobre ciertas firmas, pero cuando la cosa viene sin firmar suele ser un mercenario de la editorial.
Andan, por cierto, de capa caída, ellas y los libreros, con esto de la electrónica, que amenaza con barrer a quien se resista a mudar con las técnicas y los tiempos. Cada vez resulta más cómodo incluso pasar hoja, señalar, seguir sin luz, con la del artefacto, leer bajo las sábanas como en los tiempos heroicos de la adolescencia de cada cual. Y al final de las razones, la de los precios. Un libro puede “editarse” en un santiamén, para cualquier comprador, hasta se podrá comprar directamente y sin intermediarios al autor. Algo, se huele en el aire, está cambiando, con la posibilidad de llevar, además, la biblioteca de Alejandría en un disco duro que te cabe en el bolsillo donde antes iba el pañuelo. Por cierto, por análogas circunstancias, me han dicho que pasa por dificultades el imperio de Kodak. Una razón más para la nostalgia. Aquellas Brownie Baby de baquelita, las cámaras de fuelle y aquellos primeros anuncios de ingenua efectividad: “vacaciones sin Kodak, son vacaciones perdidas”. Mi abuelo me regaló una de aquellas cámaras de baquelita negra que me aficionó para siempre a la fotografía. Convenía hacer las fotos con el fotógrafo de espaldas a la luz, mejor a la luz del sol y a unos tres metros del modelo. Tenía hasta un elemental autodisparador y carretes de papel, de cuatro por seis y medio. Cada carrete daba para ocho fotografías. Conservo, ampliada, una de las primeras que hice, a mis cinco años recién cumplidos. El motivo es mi madre, sentada en la playa en un banco de madera que recuerdo. En la fotografía “salen” algunas personas conocida, en segundo y tercer plano. La foto es preciosa y me salió de casual maravilla. Me apena que Kodak, el edificio de cuya sede revela la importancia de su imperio, pase por dificultades. La noticia del periódico decía que una técnica ideada por su marca, es uno de los motivos de las dificultades.
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