Se enciende y se apaga, rítmico, un anuncio sobre la cabecera del periódico digital, en que dice que las oposiciones no son sólo cuestión de suerte. Y me animo a hablar, después de tantos años, de los míos de opositor fracasado, de una inolvidable experiencia, que guardo como una herida en mi orgullo personal, ese jardín murado del ego por que solemos pasear solos y sin disfraz.
Las oposiciones son cuestión de concentración y constancia repetitiva. Si eres capaz, que yo no, de concentrarte, sintetizar, redactar lo sintetizado y repetir una y otra, vez reiterar su atenta, insistente, concentrada lectura, hasta saber la retahíla como una oración habitual, harás tu examen y ganarás tu plaza por oposición. Si no eres capaz de hacer eso, déjalas cuanto antes. No te empecines. No te dejes convencer. O eso u otra cosa. Se puede ser muchas cosas y al fin y al cabo, no era tan importante.
Hay que resistir, cuando menos, varios meses, cuando más, entre año y medio y dos o hasta tres. Tuve por lo menos dos amigos, uno extraordinariamente inteligente, creo que prodigioso humanista, que sufrieron graves patologías mentales y tuvieron que abandonar.
No era tan importante, pero ellos no lo supieron a tiempo.
No lo es, o te consuelas convenciéndote a ti mismo, que has de sobrevivir, de que no lo es.
Cuanto más leas, aprendas, descubras, te intereses por el conocimiento de cuanto se relacione o no con lo que debe ser tu obsesión, cuanta más imaginación te acose durante el tiempo de estudio, menos probabilidades tendrás de éxito. Lo que aprendas, te servirá para otra u otras cosas.
No tengo datos para comparar, pero me temo que el sistema de oposición no es el mejor para seleccionar a personas aptas para desempeñar por lo menos algunos de los cargos o de las funciones que se ganan por oposición.
Opino que habría que partir de dos fórmulas selectivas: la primera durante los estudios universitarios. Una preparación de grupos de alumnos en número razonable, nunca más de cuarenta en el aula y preferible entre veinte y treinta, permiten a catedráticos vocacionales seleccionar a los más aptos para optar a cada clase de puesto, función o trabajo de cada dedicación profesional. La segunda fórmula haría trabajar más a los tribunales de examen. Supondría la proposición de un caso práctico –preferiblemente sacado de experiencias de la vida real, más o menos adobadas con posibles alternativas o circunstancias- y que los optantes lo resolvieran explicando sus criterios determinantes de una solución que, de estar bien razonada, ni siquiera tendría que ser la oficialmente correcta.
La memoria, opino con la mayor humildad, no es el mejor criterio para ser útil en una dedicación profesional cualquiera.
Creo que una mesurada capacidad imaginativa, vigilada por la razón, asistida progresivamente por la experiencia y si acaso auxiliada por la memoria dan la medida de la clase de inteligencia que hace falta a un juez, a un notario, a un abogado del estado o a un catedrático o un secretario de juzgado o de ayuntamiento, un registrador de la propiedad o un fiscal.
Pero yo, opositor fracasado, no tengo en esto, como en casi todo, más que un criterio subjetivo de que no puedo fiar del todo
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