jueves, 5 de enero de 2012

Melchor, Gaspar y Baltasar, en latín; en griego: Galvalá, Malgalar y Sarathim; en hebreo: Apelio, Américo y Damasco.

También, unos y otros, llamaron a Apelio Apellicón, a Américo, Aremerín y a Damasco Damascón. Y a Galvalá Galgalath, a Malgalar Malgalath y a Sabathim Serakin.

De cualquier modo, tres eran tres, los tres Reyes Magos. O tal vez trescientos. Con uana interminable caravana en que la leyenda incluyó más tarde a la reina de Saba o a sus enviados, curiosos y demás intrigantes personajes que iban tras de la estrella, y la estrella, incansable, hasta llegar a Belén.

Belén es Belén de Judá, dicen unos, pero otros dicen que es Belén de la Montaña, de Luarca, que ahora le llaman Valdés, pero es Luarca, se pongan como se pongan, por lo menos en mi corazón caminante.

Todos los niños del mundo han escrito a estos reyes que vienen de la nada y a la nada van, rememorando con su caravana, ahora de ilusiones, la caravana de camellós y espoliques, reyes y carrozas, palanquines y ¿por qué no elefantes, acémilas y humildes burros?

La caravana llega esta silenciosa noche. De niño, apretaba yo los ojos, me acuerdo, no sea que los vea y se escapen. No sea que el mirar mío los asuste. Cogido a la ventana de casa, oí, os lo juro, estremecido, con los ojos bien apretados, angustiosamente cerrados, el clopetí clop de sus caballos, que puede que fuesen camellos, os juro que no los abrí, los ojos, por miedo a que se desvanecieran en la noche, se fueran, volviesen con el malvado Herodes del castillo del belén, rodeado y protegido por una multitud de solados romanos.

Ellos cumplieron y yo también.

-Mamá, le pregunté a la mía, hay un niño en la escuela que dice que los reyes son los padres, ¿es mucho pecado?

Todavía vienen. Todavía me acuesto y con la del alba, al encender la luz del zaguán, están allí los paquetes de colores y siempre hay alguno que me señala, se me adjudica. Son fieles a mi decisión de aguantar y no haberlos mirado aquel día.

Los niños americanos saben que los renos de Santa Claus se llaman Brioso, Bailarín, Acróbata, Cometa, Cupido, Trueno, Relámpago, Juguetón y Rodolfo. ¿Por qué se han olvidado tan pronto, en sólo dos mil y pocos años, los nombres de los camellos, la acémilas, los burrillos, los elefantes y los caballos y las yeguas de los infinitos Reyes Magos que eran tres: Melchor, Gaspar y Baltasar, cargados con sendos pomos, uno de oro, otro de incienso y el tercero de mirra. Nunca he sabido con exactitud exacta qué era eso de la mirra, hasta ahora mismo, que me asegura don Manuel Seco que es una “resina aromática, roja, semitransparente y brillante, producida por el árbol Commiphora myrrha y otros semejantes, que crecen en Arabia y Abisinia”.

Yo no escribí carta. Si acaso, en postdata de blog, les digo hoy que cualquier cosa que traigan, será bien recibida, y que si deciden que este año ya nada, bueno, pues también. Y les añadiré que un poco de valor, la valentía hace mucha falta a los viejos, y paciencia, que también, y que se lleven cuantas dudas quepa imaginar –cosa imposible, porque vivir es dudar-, ilusionada esperanza inagotable, amor a raudales …

Eso es lo personal. Hay, además, un entorno. Ahí, numerado:
1.- Para Asturias, un plan de organización socioeconómica y políticosocial.
2.- Para España, un mapa definitivo para por lo menos un par de siglos.
3.- Para España, que alguien, por fin, invente la manera de hacer entender a la genta que para la economía que viene hace falta crear sociedades de sociedades de producción diversa, que incluyan hasta bancos.
4.- Para España, que alguien comprenda que hasta que montemos nuestra economía, necesitaremos factorías ajenas por lo menos, para que haya trabajo para todos o casi, casi todos.
5.- Para Europa, la constitución de los Estados Unidos de Europa.
6.- Pediría también, pero ya me parece gollería, que se pusiera un plazo, transcurrido el cual, tuvieran que desaparecer por agrupación con otros las autonomías y los ayuntamientos incapaces de mantenerse por sí mismos. Hasta quedarse, como mucho, en una tercera parte de las actuales y la mitad de los actuales, con un régimen espacial para media docena de ciudades.

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