jueves, 5 de enero de 2012

Te pones a pensar y se te acongoja el ánimo. Por ejemplo, hablábamos el otro día incidentalmente de los indios precolombinos. Llegó Colón, a la altura del ombligo de América, como habían llegado por el norte los infatigables vikingos, a la altura de las vidiayas de lo que después fue América; bueno pues flaco favor que les hicieron uno y otros a los indios precolombinos, de que, a la larga, casi no quedaron ni vestigios. A la vez que idiomas nuevos y religiones para ellos exóticas, les llevaron las buenas y malas costumbres y los entes microbianos mezclados, favorables y malignos. Y el mestizaje.

El mestizaje, ya lo sé, es el probable éxito que permitirá a la larga la supervivencia de la especie, pero cuesta lograrlo. Se retuercen cuerpos y almas como si les aplicásemos el fuego de un alambique, en este caso social, de que se irán destilando, gota a gota, las características humanas de la nueva sociedad.

Se ha dicho que la cara es el espejo del alma, cambiará y es probable que arrastre modificaciones sustanciales en el alma y seamos capaces de entender, al fusionarse en el mestizaje de veras las culturas, en qué consiste el amor.

Ese vínculo de energía que probablemente entendimos y olvidamos los circunspectos occidentales europeos, a lo largo de nuestra sofisticada decadencia, y por eso nos maravilla escucharlo como cosa nueva en los fragmentos de que nos quedan testimonio que pensaban los indios o los maoríes, capaces todavía de recordar que formamos una comunidad racional, rodeada y amparada, auxiliada y lograda gracias a otras irracionales y a la vida de los demás reinos, mineral y vegetal, con que convivimos. Convivir no es una yuxtaposición, cuando, como nos ocurre, dependemos en el planeta unos de otros, de las cosas y del espíritu del aire.

-¿Por qué se acongoja, en vez de alegrarse, el ánimo?
-Pues porque la alegría de vivir, depende de la agonía y la muerte sucesivas de todo, y aún no somos capaces de entender el cómo y el porqué del buen padre Dios y por todo ello la esperanza, camino del amor, es a la vez retranca e impulso, miedo y sueño, caída y vuelo.

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