Llanto, es lo único, por un país decrépito, cuyos dirigentes venden la primogenitura como Esaú por un miserable plato de lentejas. Nada verdad ni mentira. Cristales de colores para las gafas. Verdes para darle hierba seca al burro y que se le haga la bocaza agua, entre rebuzno y rebuzno. Grabaciones que nadie sabe cuándo ni cómo se tomaron de los teléfonos que dice radio macuto, la voz del pueblo que hay unos misteriosos orejudos, atentos en sótanos donde antes los alquimistas, escuchando y el día menos pensado te sorprenden con un mensaje que tú considerabas privado y lo lee el pregonero, tras de tocar su trompetín, en la plaza mayor. Me acuerdo el día que paramos en Medina –entonces se paraba en Medina de Rioseco- y le preguntó uno de mis hermanos al niño que pasaba dónde podía comprar lotería. En la plaza mayor –dijo el niño- ¿Y dónde está la plaza mayor? –insistió mi hermano- ¡Ahí vaaaa! –salió gritando el niño calle abajo- ¡un tío que no sabe dónde está la plaza mayoooor!
Perdónenme que les diga que hay una línea, una raya trazada en el suelo moral, que ciertamente se mueve arriba y abajo. Regalar no es pecado, ni moral ni civil ni mucho menos penal. Ni siquiera regalar a quien mande o a quien obedezca. Lo que opino que lo es, en cambio, es comprar la voluntad y venderla. Pero es muy difícil hacer cálculos, examinar conductas, juzgarlas, separarlas de un entorno social donde hace poco los anuncios proclamaban que regalar entrañaba elegancia social.
El mal, el pecado, la falta o el delito, en estos casos, se enmascara y desdibuja entre usos sociales, costumbres, pillerías, y corrupciones, pero es muy, pero que muy difícil, establecer fronteras, delimitaciones, aplicar el ungüento de la epiqueya, es decir, la justicia del caso concreto a cada supuesto de los que ahora mismo se denuncian, a la vez que códigos “de conducta” endurecen la relación humana y amedrentan a cualquier agradecido que recibe –abogados y médicos rurales lo saben- de quien regala incluso por encima del precio que paga y desgraciado de ti, si cometes la imperdonable grosería de rechazar su regalo, que puede ir del tarro de miel al pito de caleya, al jamón o al décimo de lotería o a la a veces generosa propina.
Ni siquiera me extraña que, según leo hoy, hayan detenido a un Rey Mago por carecer de papeles.
Acabaremos por prohibírnoslos, como medida preventiva.
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