martes, 31 de enero de 2012

Nunca jamás, diría con entusiasmo juvenil hace poco. Nuestro tiempo siempre es poco. Por eso, hace poco, éramos, toda una generación, hoy senecta, adolescente.

Con ese entusiasmo, el adolescente, sería como lo habría dicho y repito: nunca jamás.

Ahora, a la vuelta de la esquina, aprendí que no hay nunca ni jamás, del lado de acá del espejo, mientras la eternidad no es más que una inconcebible esperanza.

Del lado de acá, una nube que pase, estorba la luminosidad de cualquier mañana, o, si el día está sumido en la tristeza, basta que entreabra un ocelo para que el sol, al tocar con un largo dedo distraído la corteza del árbol, ponga una pincelada de alegría en nuestra cavilación.

Nunca jamás.

Una gárrula bandada de chovas gira en torno a mi recuerdo de la espadaña de una iglesia castellana.

Como esa gente que anda siempre girando en torno al eje del tiovivo de la representación y de la gobernanza.

Había, cuando estuve en París, de pronto, tiovivos en lugares inesperados. Colores, luces, espejos. Cuando los vi, quietos, parecían recuerdos. Algo así como el organillo abandonado en lo más hondo, recóndito, olvidado de la enigmática tienda de la ropavejera. Siempre he mantenido la pregunta de por qué no me subí al tiovivo, no giré la manivela oxidada del organillo.

No funciona, este fracaso social del umbral del siglo XXI, del tercer milenio.

Dejamos a hijos y nietos, dos generaciones desamparadas, desconcertadas, desnortadas, un atribulado mundo sumido en el Maelström de la duda, como el capitán Nemo.

No sabemos qué hacer con las ruinas ni de Itálica ni de Roma. Las de Grecia las calcina el sol, en torno al Partenón.

1 comentario:

MARCELO dijo...

La duda es tan antigua como el Mundo,
o, por lo menos, tanto como el hombre,
es herencia, pues, que viene de lejos
que quienes heredan transmiten
porque nadie, en ninguna
de las muchas limpiezas y mudanzas
que la Humanidad ha hecho
a lo largo de los años,
se ha decidido a desecharla,
en la convicción, -libre de duda en este caso-,
de que debe acompañarnos.
¿Por qué?
Como tantas otras cosas que almacenamos,
aparentemente inútiles,
en desvanes y memorias,
guardamos la duda sin más porqué que la duda misma, porque
¿quién nos puede asegurar que no llegará el día en que nos sirva para algo?