Regresar del destierro, del exilio, del ostracismo, volver de casa del señor dentista, hombre amable, amical, de modales y palabras tranquilizadoras, que contratan con el fulgor brillante, duro y cruel de sus artilugios y herramientas implacables, son vueltas análogas.
Vienes con media cara ajena, insensible, de momento, con el alma encogida, hecha un burujo, detrás del ombligo. Aún me queda, piensas, otra cita, otro envite.
Hace frío,
Mercadillo y olor a churros. No sé cuánto hace que no me doy un atracón de churros con chocolate espeso. El chocolate, decía uno de mis contertulios de hace tiempo, es afrodisíaco. Lo que son afrodisíacos con esos años de adolescencia en que el seso todo lo tienes impregnado de malos pensamientos, ¿malos?, ¿Por qué llamamos “malos” a los pensamientos cuando lo único que les pasa es que los ahoga el instinto, recién nacido, de una pubertad ubérrima Otra cosa es que los ordenemos, como diría el de Aquino, a la razón y que civilizadamente los vayamos poniendo en el orden y concierto correspondientes.
Fruteros y carniceros gallegos, que estos últimos te venden desde jamones y cacholas hasta quesos de teta. Subsaharianos que te ofrecen bolsas con olor a marroquinería, relojes y gafas. En un rincón, una joven evidentemente celta, vende cestos y butacas de mimbre, cascabeles, esquilas y cucharas y tenedores de madera y almireces de bronce.
Va promediando enero, dos meses para la primavera. Mentira parece cómo corre el tiempo cuando eres tan viejo como yo,. En el dentista, un personajillo activo, que me dice que tiene dos años y medio y me asegura ser más viejo que yo, comparte, esperando a su madre, sala de espera conmigo, me enseña el tractor que le pusieron los Reyes, con sus luces y su bocina, y se entusiasma con la gaviota de papel que le hago y “vuela”.
Leo por encima los titulares del periódico. Cada cual empecinado en lo suyo. Me asombra darme cuenta, ahora que estoy viendo los juegos económico políticos desde fuera, la imposibilidad que tienen incluso los análogos para sentarse a cambiar impresiones, comparar ideas y proyectos, medirlos con la realidad del futuro que poco a poco se va, como una estalagmita, concretando, desafiante. Y lo productivo que sería que muchos se dejaran de su empecinada soberbia y entrasen en la humildad de comprender que siempre, lo que puede pensar un hombre, aunque sea contradictorio con lo que nos convence, puede ser útil para mejorar los criterios propios.
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