Le vendo, dijo el astuto comerciante, y le pongo en casa, si
usted participa en el módico coste del trasporte, esto y aquello por un mínimo
precio. Lo que se dice una bagatela. Prácticamente, un regalo.
Y compras, y encargas, y te llega un paquete que parece
envuelto con el delicado encanto de los de regalo.
Todo correcto y vestido con la elegancia de un impecable
juego de manos. O casi todo, Porque sumados al precio aquél, del producto
inicial, los gastos de seguro y transporte, más impuestos correspondientes a
todo ello, lo que no es precio supone más des 66% del total general.
Ese mismo día, te llegan las facturas de agua y energía
eléctrica y no podrás, te pronostico, evitar ponerte nervioso, porque, sopapo
de aquí, empellón de allá, mi país y yo somos, me dicen, más pobres, pero a mí
me sube, poquito a poco si quieres, pero inexorable, la cesta de la compra. Y
seguro que a ti te pasará igual. Y suerte tendrás, si al malestar general no se
añaden las vicisitudes sucesivas del ere y el paro.
Quien vende, acuciado por las circunstancias del caso,
rebusca en su zurrón de comerciante antiguo modos de cargar sin que parezca que
lo hace, en quien al final deberá pagar, los gastos generales que deberían
haberse incluido en el escandallo.
Hace ya mucho, en una vetusta ciudad de nuestro azacaneado
país, a un familiar mío, un avispado comerciante le animaba y decía ¿pero no ve
que le pongo precio de nacional español?, y el no menos agudo posible
comprador: ¿y por qué no me pone precio de …?
y aquí el gentilicio de la vieja urbe.
Modos de zoco y regateo, envite y pruebe y compare. Los
melones se vendían a prueba y cala.
Se construyen, destruyen, fingen, desbaratan y atraviesan
estructuras económicas holográficas. Que es otro modo de vivir diferente del en
cierto modo triste de la gente seria, circunspecta, que un amigo que tuve
llamaba aburrida, con su afán de prever y prevenirlo todo, sin los resquicios
que la vida necesita para las sorpresas, las improvisaciones y los fracasos.
Treinta y uno de julio. Fecha aproximada de regresar a casa
el primer batallón de la gente de vacaciones, que, en cada carretera, cada
estación, cada puerto y cada aeródromo, se cruza con los del regimiento del
relevo de agosto. Constituye todo un estudio propio de tesis doctoral de sociología
ver cómo se cruzan la tristeza nostálgica del mirar de los niños que vuelven de
su verano feliz con la ilusión esperanzada de los que corren hacia el suyo.
En medio, como una figura indecisa, hecha de niebla y sueño,
del pensador, es decir, una versión antropomórfica de lo inesperado. No está
triste ni alegre. El es como es, indiferente por naturaleza.