Hay un hecho económico inexorable: cuando un grupo social se
empobrece, los que primero y más sufren son sus miembros más débiles desde la
perspectiva económica.
Añadiría que cuando las limitaciones, minoraciones y presión
llegan hasta las capas más altas, de los más pudientes del grupo, el conjunto
se empobrece, y los más débiles, de nuevo, serán los primeros y los que en
mayor medida sufran las consecuencias.
La única posibilidad conocida de salir de este círculo
vicioso consiste en que el grupo social sea capaz de producir algo que interese
a otros, para, intercambiándose resultados, ambos consideren haber recibido
riqueza de afuera, para incorporarla a su acervo material respectivo.
Para emprender esta aventura, hay que disponer de un grupo
humano dispuesto al sacrificio solidario, capaz de relacionarse y trabajar en
equipo con arreglo a un plan y bajo dirección y representación coherentes y
unitarias. El grupo, para salir al mundo y confrontarse con otros, ha de
disponer de unidades económicas grandes, fuertes, cohesionadas, imaginativas y
creativas.
Ahora mismo, la calle está llena de gente airada, que ha
visto cruelmente cercenada su aparente prosperidad del dinero inexistente, tal
vez futuro en parte, de cuya supuesta garantía disfrutábamos toda la ciudad
alegre y confiada, Gente capaz de derribar a un gobierno. ¿Y luego qué? Otro
vendrá que se verá obligado a hacer algo parecido a lo que tiene que hacer
cualquiera que hoy gobierne, que es pagar nuestras impagables deudas sin
generar otras nuevas. Tanto como ajustarse a nuestra pobreza real, justo cuando
nos habíamos acostumbrado a exigir pan y circo sin límites, puesto que casi
todos éramos ricos y a los que no, cabía soñar con un súbito pelotazo mejor que
la lotería y derivado ce aquel juego de que las cosas más inesperadas
adquiriesen de repente un valor virtual que no tenían.
Seguimos teniéndonos miedo y con miedo a ser culpables de
tratar de restablecer el valor moral de entender colectivamente que o más
pobres o más seria, paciente, creativamente trabajadores.
Seguimos mirándonos de reojo, conscientes de que no podemos
mantener una administración compleja, complicada, sofisticada y sobrecargada,
pero sin atrevernos a ser proponentes de su reestructuración, útil, funcional,
suficiente y productiva.
La alternativa continúa siendo crear Europa como grupo
social único. No parece que de momento sea probable. Recuerdo aquel admirado
amigo que me aterró un día con su sonriente, pero definitiva y para él
ineluctable aseveración de que el dinero de su comarca tenía que ser para su
comarca. Y los demás que trabajen y se arreglen –añadió-, como tiene que hacer
mi comarca, para la que, por cierto, dentro de poco habrá que pedir incremento
de las subvenciones.
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