jueves, 19 de julio de 2012


Me invitan a una que llaman mesa redonda, híbrido de conferencia y una imprevisible participación ciudadana, en que, al parecer, se hablará de urbanismo.

Y no voy a ir. Ya no estoy para esas cosas. Me falta fuelle, me sobre escepticismo y no creo en el urbanismo, sucedáneo sintético de la ordenada evolución del hogar histórico, el refugio más o menos secreto, pero siempre íntimo, de la evolución histórica de la familia.

Asusta la noticia de un español muerto en cualquier lugar de la rubia, supuestamente pacífica y aparentemente civilizada Albión, donde un energúmeno lo ha nada menos que decapitado. Ni detalles ni explicaciones, y supongo que habrá recorrido un escalofrío las carnes de tantísimas personas como ahora mismo tienen allí parientes o amigos perfeccionando su inglés.

Hay siempre, me imagino que reflejando la realidad, en la literatura negra y policíaca inglesa, de más que notable calidad, un elemento de redomada, refinada crueldad, tal vez dimanante de esa preferencia que los ingleses tienen, defienden y actúan de ocultar sus sentimientos, que, así, se recargan y disparan de súbito con implacable violencia.

Ocurre incluso cuando la autora desarrolla su relato en clave irónica de interpretación de lo ocurrido o de cómo resuelve por ejemplo lord Peter Wimsey sus más o menos intrincados casos. Y qué añadir del misterioso Destripador, fantasma jamás hallado en la perplejidad de una desconcertante historia nadie sabe si de amor, fracaso u odio.

Tiempo, este verano, de mochileros. Pasan y pasan, que me pregunto si algunos no lo harán, despistados, dos o tres veces, en su búsqueda del camino de Santiago, o tal vez, este año, que no es Santo, hacia Finisterre. Este año, con sus desvaríos socio políticos y sus desgarros socio económicos, propicia despertar de curiosidades nuevas respecto de cómo es el Finisterre, el final de la Tierra, o, por lo menos, de un tiempo y un modo de tratar de organizar el mundo.

Que hay quien dice que es uno de los grandes errores del tiempo pasado del humano. Que no cabe tratar de organizar el mundo, la sociedad, en definitiva, la vida, con arreglo a, como se ha intentado, cada vez más estrictos patrones. La vida es como el agua. Puede aceptar ser embalsada o sosegarse, encauzarse. Pero si decide ser agua viva y se pone en movimiento lo atraviesa, inunda y arrasa todo. Inter médium montium, decía el viejo lema, pertransibunt acuae.


No hay comentarios: