Me invitan a una que llaman mesa redonda, híbrido de
conferencia y una imprevisible participación ciudadana, en que, al parecer, se
hablará de urbanismo.
Y no voy a ir. Ya no estoy para esas cosas. Me falta fuelle,
me sobre escepticismo y no creo en el urbanismo, sucedáneo sintético de la
ordenada evolución del hogar histórico, el refugio más o menos secreto, pero
siempre íntimo, de la evolución histórica de la familia.
Asusta la noticia de un español muerto en cualquier lugar de
la rubia, supuestamente pacífica y aparentemente civilizada Albión, donde un
energúmeno lo ha nada menos que decapitado. Ni detalles ni explicaciones, y
supongo que habrá recorrido un escalofrío las carnes de tantísimas personas
como ahora mismo tienen allí parientes o amigos perfeccionando su inglés.
Hay siempre, me imagino que reflejando la realidad, en la
literatura negra y policíaca inglesa, de más que notable calidad, un elemento
de redomada, refinada crueldad, tal vez dimanante de esa preferencia que los
ingleses tienen, defienden y actúan de ocultar sus sentimientos, que, así, se
recargan y disparan de súbito con implacable violencia.
Ocurre incluso cuando la autora desarrolla su relato en
clave irónica de interpretación de lo ocurrido o de cómo resuelve por ejemplo
lord Peter Wimsey sus más o menos intrincados casos. Y qué añadir del
misterioso Destripador, fantasma jamás hallado en la perplejidad de una
desconcertante historia nadie sabe si de amor, fracaso u odio.
Tiempo, este verano, de mochileros. Pasan y pasan, que me
pregunto si algunos no lo harán, despistados, dos o tres veces, en su búsqueda
del camino de Santiago, o tal vez, este año, que no es Santo, hacia Finisterre.
Este año, con sus desvaríos socio políticos y sus desgarros socio económicos,
propicia despertar de curiosidades nuevas respecto de cómo es el Finisterre, el
final de la Tierra, o, por lo menos, de un tiempo y un modo de tratar de
organizar el mundo.
Que hay quien dice que es uno de los grandes errores del
tiempo pasado del humano. Que no cabe tratar de organizar el mundo, la
sociedad, en definitiva, la vida, con arreglo a, como se ha intentado, cada vez
más estrictos patrones. La vida es como el agua. Puede aceptar ser embalsada o
sosegarse, encauzarse. Pero si decide ser agua viva y se pone en movimiento lo
atraviesa, inunda y arrasa todo. Inter médium montium, decía el viejo lema,
pertransibunt acuae.
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