sábado, 21 de julio de 2012


El Parque, que los abuelos llamaban La Alameda y el Ayuntamiento la Plaza de Alfonso X el Sabio, está hoy a rebosar de perros descomunales, mastines. Se recuestan, algunos amarrados a los magnolios, otros encadenados, muchos con bozal, sobre el cemento puro y duro o, según su suerte, sobre la hierba reseca, si no de sol,, que este año no hay, de nordestes implacables. Mi perra y yo, ambos atónitos, ella reducida a la magnitud escasa de su nervioso tamaño y yo a la temblequeante, y estos días debilitada, condición de pura vieyera, no nos atrevemos a acercarnos al quiosco de los periódicos, en torno al cual, varios ejemplares nos miran babeantes y aparentemente soñolientos. Disimulamos, y, rezongando, tomamos en camino de la panadería y el hogar, dulce hogar, lejos y parece que a salvo de estos sordos ladridos con que los pequeños gigantes del Parque ignoro si se advierten, saludan o desafían entre sí.

Procuraremos, transijo con mi insensata amiga Laila, enterarnos en casa, en el ordenador, de las buenas noticias.

El Parque tiene su historia, sus leyendas, las historietas de la buena fe y de la mala leche, su ayuntamiento, con el ojo ciclópeo, único, del reloj, que, camino de la Iglesia, te hace la última advertencia de que llegarás a misa por los pelos y sus dos quioscos, el de la música, que toca allí pocas veces y el de  los periódicos, que vende por añadidura chuches para la chiquillería y botellines de agua para los turistas que se le acercan a comprar la prensa y las postales. Sucesivos señores alcaldes, pusieron el busto de un filántropo, un escudo posible, el texto del fuero local, que don Alfonso X otorgó a esta Villa de realengo para animarla a poblar la costa a pesar de enemigos, corsarios y piratas y los mástiles de varias banderas. Cada cual puso y quitó, según su inspiración, humor o falta de él, arriates, fuentes, macizos de flores o juegos infantiles. Ahora mismo, la moda es dejar un espacio libre para en du día poner y quitar carpas donde se celebren carnavales, festejos, conciertos o mercadillos parecidos a aquellos antiguos del tiempo de Maricastaña. En el Parque, vendió avellanas torradas y bailó vaqueiradas la mítica Rogelia, cuyo nieto leí el otro día que había muerto, aproximadamente a mi edad. Todos tendremos que irlo haciendo con prontitud y orden, el buen padre Dios permita que con la mayor dignidad posible y dando la menor lata que quepa al personal de acompañamiento, deudos, amigos y eventuales enemigos que todavía se resistan a nuestro postrer afán conciliatorio.

Loe periódicos digitales cuentan noticias, si no peores, confirmatorias de la mala salud de la sociedad y del mundo. Se cuelan, sin embargo, fotos y declaraciones de gente feliz, que retoza más allá de la niebla y contribuye a que la esperanza no se apague del todo. Si por lo menos esos están alegres es señal de que la alegría, como posibilidad, no se ha extinguido y cabe llegar al valle más o menos secreto en que se esconde.

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