viernes, 6 de julio de 2012


Despertar a cada nuevo día, aunque sea como éstos de nuestro frágil verano de humedades, calor y nubes reticentes en su empeño de agarrarse a la tierra y no arriesgar en un vuelo de imprevisibles destinos, ya es de por sí un milagro, que, por lo frecuente, usual, cotidiano, pasa desapercibido hasta que te haces, como yo, viejo, y cada día se convierte en una agradable sorpresa.

Las redes avisan ahora de que tus amigos y conocidos cumplen años y puntean así de luces, de luciérnagas, la penumbra de cuantas crisis se van espesando en el entorno de este inexorable año docenal y bisiesto. Cuantos más amigos y conocidos, más felicidades se pueden desear, y felicitar a los demás es también un modo de darles algo tan valioso como unas palabras de consideración, afecto y buenos deseos. Es lo menos que podemos regalar.

Por más que tenue y grisperla, el verano, a su vez, reparte más luz durante más tiempo. De algún modo, disipa una parte de las hilachas de miedos infantiles que permanecen por las esquinas de todo lo que sea oscuro, desde la noche hasta los malos pensamientos.

El periódico, con ese olor a tinta de algún modo frutal, que hace concebir la esperanza de que por un día venga plagado de buenas noticias, cuenta y no acaba de apuñalamientos, palizas, accidentes, enfrentamientos, acusaciones, en definitiva, de odios y rencores. Da la impresión de que se buscan desahogos y venganzas, más que lo que se invoca como justificación de parte de la violencia, que, paradójicamente, es la justicia. Incluso de llega a escribir con jactanciosa mayúscula inicial: Justicia.

Como si hablar de justicia, delimitar su concepto, entender sus dimensiones, fuera tan fácil y estuviese al alcance de cualquiera, mientras, antes de acercarse a sus linderos, no purifiquemos nuestros corazones como es indispensable.

Da la impresión a veces de que la caravana humana recorre el día con aspecto de desfile paródico, que tal vez lo sean, de los cortejos lúdicos del verano, sus ferias y sus fiestas, los cabezones que corren detrás de las alborotadas mocitas y los niños amedrentados, los gigantones que bailan sin concierto, las bandas, charangas y bandines que convierten la música en algarabía cubista.






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