domingo, 8 de julio de 2012


Por un pelín de cuatro vueltas, un rulo de nada, se le fue el botijo del triunfo en su carrera de hoy domingo a ese asturiano corredor que vuela en lo que llaman fórmula uno, esa especie de circo en que, cada vez más difícil, digo yo que habrá que tener nervios de hierro y frialdad de témpano para lograr conducir aquellos torpedos con ruedas, alerones y un escaparate de relojería en el salpicadero.

Y mientras me siento a escribir, se pelean dos tenistas ilustres por la copa de Wimbledon a que habría querido optar uno vez más otro español, éste balear, insular, mediterráneo, que últimamente se debate en esfuerzos por rebasar el límite de lo físicamente imposible y sus apasionadas habilidades.

Y cuentan los periódicos y la tele que en la carrera mater del ciclismo mundial, “Le Tour”, se caen una y otra vez y resultan progresivamente diezmadas las escuadras de españoles que iban a ir a los juegos olímpicos inminentes, de Londres.

Un torbellino de deportes y Rajoy que peregrina a Santiago a participar en el reintegro a la catedral de su Códice Calixtino, al parecer afortunadamente indemne, provocando así un rumor de vestiduras rasgadas con indignación por toda una pequeña multitud de sedicentes puristas de los modos y maneras con que se debe, se puede y no actuar en el esotérico ámbito de los políticos.

De que tanto sin duda cabe decir, pero añadiendo en seguida que el buen padre Dios los guarde de la maldición ínsita en el desempeño de su cargo, en el que, si hacen, los criticarán por hacer, pero si no hacen, por lo contrario, y últimamente, además, alguien pasará una estricta lupa de relojero sobre sus fracasos, que por paradoja se han pasado a presuponer, contra cualquier presunción de inocencia y de buena fe, indicios de mala fe y peores propósitos.

No me cansaré de recordar que errar es humano y que nada de lo humano es ajeno a cualquiera de nosotros. Ni de aconsejar que procure separarse con escrupuloso cuidado el afán de justicia de cualquier tentación de rencorosa venganza.

La comprensión genera más, la venganza, sólo más violencia.

Llueve y aplazan en Wimbledon la incruenta batalla sobre la hierba de esos dos tenistas enfrascados en el respectivo propósito de llevarse la copa que habríamos preferido para Nadal.

Espero que no le llueva a Iniesta, en el castillo roquero donde se ha ido a casar antes de marcharse este año de vacaciones. Bien ganadas las tiene. Parece modesto, siendo, como sin duda es, uno de los mejores profesionales del mundo en lo suyo. Sin salidas de tono. Con esa naturalidad con que los mejores hacen lo que hacen y parece que ni le dan importancia al generoso esfuerzo que los demás, admirados, les agradecemos. Y si le llueve, que sea buena suerte y felicidad.

Está visto, hoy domingo, tocaban deporte y actualidad.


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