Por un pelín de cuatro vueltas, un rulo de nada, se le fue
el botijo del triunfo en su carrera de hoy domingo a ese asturiano corredor que
vuela en lo que llaman fórmula uno, esa especie de circo en que, cada vez más
difícil, digo yo que habrá que tener nervios de hierro y frialdad de témpano
para lograr conducir aquellos torpedos con ruedas, alerones y un escaparate de
relojería en el salpicadero.
Y mientras me siento a escribir, se pelean dos tenistas
ilustres por la copa de Wimbledon a que habría querido optar uno vez más otro
español, éste balear, insular, mediterráneo, que últimamente se debate en
esfuerzos por rebasar el límite de lo físicamente imposible y sus apasionadas
habilidades.
Y cuentan los periódicos y la tele que en la carrera mater
del ciclismo mundial, “Le Tour”, se caen una y otra vez y resultan
progresivamente diezmadas las escuadras de españoles que iban a ir a los juegos
olímpicos inminentes, de Londres.
Un torbellino de deportes y Rajoy que peregrina a Santiago a
participar en el reintegro a la catedral de su Códice Calixtino, al parecer
afortunadamente indemne, provocando así un rumor de vestiduras rasgadas con
indignación por toda una pequeña multitud de sedicentes puristas de los modos y
maneras con que se debe, se puede y no actuar en el esotérico ámbito de los
políticos.
De que tanto sin duda cabe decir, pero añadiendo en seguida
que el buen padre Dios los guarde de la maldición ínsita en el desempeño de su
cargo, en el que, si hacen, los criticarán por hacer, pero si no hacen, por lo
contrario, y últimamente, además, alguien pasará una estricta lupa de relojero
sobre sus fracasos, que por paradoja se han pasado a presuponer, contra
cualquier presunción de inocencia y de buena fe, indicios de mala fe y peores
propósitos.
No me cansaré de recordar que errar es humano y que nada de
lo humano es ajeno a cualquiera de nosotros. Ni de aconsejar que procure
separarse con escrupuloso cuidado el afán de justicia de cualquier tentación de
rencorosa venganza.
La comprensión genera más, la venganza, sólo más violencia.
Llueve y aplazan en Wimbledon la incruenta batalla sobre la
hierba de esos dos tenistas enfrascados en el respectivo propósito de llevarse
la copa que habríamos preferido para Nadal.
Espero que no le llueva a Iniesta, en el castillo roquero
donde se ha ido a casar antes de marcharse este año de vacaciones. Bien ganadas
las tiene. Parece modesto, siendo, como sin duda es, uno de los mejores
profesionales del mundo en lo suyo. Sin salidas de tono. Con esa naturalidad
con que los mejores hacen lo que hacen y parece que ni le dan importancia al
generoso esfuerzo que los demás, admirados, les agradecemos. Y si le llueve,
que sea buena suerte y felicidad.
Está visto, hoy domingo, tocaban deporte y actualidad.
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