Lo primero, primero, fueron, como tengo dicho, páginas en
alguna de aquellas libretas rayadas, de tapas de hule negro, que en la época de
mi adolescencia pienso debían ser una especie de lujo. Eras apaisadas y tamaño
cuartilla.
Lo que ya tengo duda es, si la primera vez que escribí para
que lo pudiera leer más gente fue en algún folleto local de festejos o el
artículo, una columna, que me publicó “Voluntad”, el periódico de la calle del
Marqués de San Esteban, de Gijón, donde estuvo muchos años mi hermano mayor
como administrador. Me llevó a ver cómo se hacía entonces un periódico y me
enamoré para siempre del olor de la sala de máquinas, tinta reciente y prisa
cansada, urgencia implacable y grandes rollos de papel, que unas veces llegaba
y otras no a tiempo, pero siempre salía el periódico a su hora, y un día allí
iba mi artículo, y como cada quisque que
consigue el milagro de publicar uno por primera vez, pensé yo que podría hasta
ser el inicio de una posible carrera como escribidor, que por cierto, pese a
haber estado toda una vida escribiendo, no se
empezó nunca siquiera.
Un gran periodista, Joaquín Antonio Bonet, era entonces
director de aquel periódico y como supongo que sigue ocurriendo, administrador
y director, ambos grandes amigos, se pasaban la vida en la tensión de necesitar
las escasas páginas publicables en el mínimo de papel disponible, uno para que escribieran
los redactores cosas, noticias y comentarios sugestivos, el otro para publicar
anuncios que fuesen alimentando la posibilidad de sobrevivir y ser mínimamente
una publicación rentable.
Recuerdo aquellas penurias, en esta otra época en que cualquier
día estaré escribiendo ese último escrito, artículo, columna, poema o ensayo,
que no da tiempo a acabar. Días como hoy, en que se muere alguien amigo y por
añadidura se conmemoran otras muertes ya lejanas, pero aún presentes, obligan a
darse cuenta, y más ahora, cuando la vejez aprieta de síntomas indefinibles de
que las cosas son como son, de que ya son muchas palabras, muchas frases,
muchas páginas, mucha vida la que se arrastra y pesa, ayudan a comprender que
otro próximo, la frase, el escrito, se quedará ahí, como un camino sin acabar
de abrir.
Tal vez, sin solución de continuidad, siga del otro lado,
pero no creo. Las cosas acaban donde acaban, aunque no hayan terminado, y lo
que haya más allá será inimaginable, pero nuevo, diferente. ¿Para qué darle
vueltas? Mejor dejarlo todo en manos del buen padre Dios, de cuya misericordia
dependemos para que nuestro balance no se convierta en un desastre definitivo.
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