Las fiestas, en mi tierra de montañeses y vaqueiros,
marineros y marinos, cada fiesta tiene su colofón hipocorístico: el Carmen y el
Carmín, san Roque y san Roquín, santa Ana, que cae hoy y santa Anina, que, de
corrido, hay quien dice Santanina, sin duda para simplificar,
San Timoteo no tiene este tipo de ultílogo. Empieza cuando
termino la fiesta marinera de la Virgen del Rosario, que la celebramos el 15 de
agosto y el la patrona de la Cofradía y acaba por santa Agueda, que,
tradicional y trabajosamente, se arreglaba para organizar y celebrar cada año
Mariano Parellada y ahora se incluye ya al final de la relación de festejos,
muerto ya, hace mucho, aquel inolvidable Mariano.
Ni marinero es lo mismo que marino, ni vaqueiro igual que
montañés, pero esas son otras cuestiones, debatibles en cualquier apacible
sobremesa o de atardecida, cuando ya bajo el sol, deja de apretar con este
insistente agobio, que, cargado de humedad, bate sus marcas cada año.
Se asomó, ayer por la tarde, la tona, aguas vertientes del
Rañadoiro. Afiló truenos sordos y fucilazas lejanos contra las piedras más
altas, que resistieron el envite y rechazaron hacia las calores del sur a los
nubarrones más oscuros y espesos. Hubo hasta quien resistió en la playa, de
donde huía ya la gente más prevenida y previsora. A última hora quedó un sol
jadeante, que se limpiaba el sudor con hilachas de nube.
Les cuesta a veraneantes y peregrinos, entender este tiempo
veleidoso, inquieto, mudable de intención a cada vaivén de la marea. Ah,
preguntan, ¿pero tiene relación? Pues claro. Las mareas, aquí, al lado mismo de
la mar, tienen voz, voto y trascendencia. Hasta si te pincha un escorpión en la
playa, ese que se entierra en la orilla y creo que llaman pez araña, el intenso
dolor suele volver, cada vez más suave, a cada vaivén de la marea, durante las
veinticuatro horas siguientes, es decir, cuatro mudanzas de marea. Alivia mucho
untar de amoniaco la picadura, con un pincel o una torunda de algodón.
Leo e intento comprender las evoluciones catalanas. La
mayoría catalana la integran Convergencia, que es la fuerza centrípeta y Unión,
que es la centrífuga. Ahora toca a la primera encastillarse y decirle al
gobierno central que quiere que su Cataluña vuele por sí sola. Dentro de días o
de horas, la segunda abrirá una ventana, agitará una bandera blanca y avisará
al gobierno central que es hora buena y buena ocasión para parlamentar.
Mientras PP y PSOE insistan y persistan en no ponerse de
acuerdo para enfrentarse a este problema, servirán, alternativa y es probable
que involuntariamente, de fulcro para las palancas independentistas, que los
usarán para debilitar, inexorable y sucesivamente a uno u otro y al final a
ambos. La historia se va escribiendo así, poco a poco, en los márgenes de las
páginas de la historia. Puede que la historia de verdad sean, en el futuro, las
glosas de la historia.
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