jueves, 12 de julio de 2012


A veces, además, el esfuerzo resulta ineficaz, cosa que bien saben los estreñidos habituales, y no vale de nada insistir, porque de la piedra, por mucha alquimia que hayas estudiado y muchos extravagantes esfuerzos hayas realizado para tratar de entran en un bosque esotérico, aún te será imposible obtener oro, y para mayor escarnio, en el hipotético e improbable caso de lograrlo, se produciría el efecto rebote de que el oro se convertiría en piedra.

Más o menos, lo ocurrido con el farol del negocio inmobiliario, que mutó rastrojo y baldíos en oro y a la largo el oro se vino a rastrojos y baldíos, salvo para los avispados ciudadanos de a pie y de a caballo, que, a su tiempo y en su día, recogieron la espuma que sobreflotaba el turbión del soporte virtual de unos pocos euros reales, que giraban, vertiginosos, para generar la imprescindible ilusión.

No se puede sacar de donde no hay, salvo lo que ocurre con las chisteras de magos malabaristas.

Se nos entremezclan, observo, las ideas, y confundimos, ignoro si a propósito, la crisis de la economía doméstica con la de la social y ambas con la económico política. La primera fue cosa de cada cual, embarcado en gastar por adelantado, contra el tradicional consejo de que primero ahorrar y sólo después gastar, de modo que indefectiblemente evitarás los intereses del crédito. La segunda deriva de la inexistencia en nuestro grupo social de una estructura económica susceptible de competir en los gigantescos mercados globales. La tercera es cosa de haberse inventado una organización administrativa que constituye una macroempresa en mi modesta opinión disparatada, cuyos gastos generales y financieros superan el setenta por ciento de los ingresos y que proporciona en bienes y servicios menos de la cuarta parte de lo que recauda.

Hay soluciones, que cuanto más tarde se apliquen, costarán más. Consisten en reestructurar la economía familiar a partir del principio de que no se puede gastar habitualmente más de lo que habitualmente se gana. Reestructurar la economía del grupo social. Reestructurar con la máxima urgencia una estructura administrativa que pueda pagarse sin salir de las previsiones presupuestarias de ingresos reales, a partir de unos impuestos razonables para un país por ahora pobre.

En paralelo hay que presupuestar el pago de las deudas por desgracia pendientes, adelgazando para ello principal y provisionalmente los gastos de la administración.

Ignoro si esas deudas están o no exactamente cuantificadas. Me temo que un porcentaje razonable del presupuesto de veinte o treinta años no bastará para amortizarlas. ¿Qué hasta dónde cabe llegar? Diría que en principio y según una muy poco fundada opinión subjetiva, no se debería pasar de un cinco por ciento del presupuesto.

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