lunes, 30 de julio de 2012


El mes de julio, y con él un tercio de verano, se está yendo monte abajo, el chaleco colgado del hombro, una brizna de yerba en la boca seca y la sugerencia, cuando el sol de la media tarde aprieta, de una canción.

Se canta para aflojar el ánimo. Que parezca que te quitas el agobio del miedo, cuando niño que alguien manda al desván solitario, oscuro, legañoso de polvo, en busca de cualquier bobería, que para el niño entraña su tragedia personal de los miedos nocturnos, Se canta para apartar lo mas riguroso del frío o del calor. Se canta, decía la vieja canción, por no llorar.

Porque es que algunos están terminando ya sus vacaciones. Lo que es la vida. Ellos se entristecen y malhumoran, y, desde su amargura, hay algún parado mirando, que bien le gustaría a él dejar sus vacaciones.

Otra tanda de conciudadanos, abarrotará esta semana las carreteras, ávida de ir donde los mapas del tiempo no pintan esas oscuras previsiones de los cuarenta y pico insoportables grados. Hace mucho, en la posguerra de los milagros, un verano frió un huevo, a mediodía, sobre la acera de la Puerta del Sol, untada de mantequilla, o, lo que es más probable, de cualquiera de sus muchos ingeniosos sucedáneos de aquel tiempo.

Coches de todos los tamaños, colores y precios, vienen ya rugiendo, a invadirnos a los paletos de la periferia, entre que me cuento. A los más viejos, el calor nos acoquina un poco más. ¿Es malestar? ¿Es humedad? ¿Es agobio del verano?

Sacan de un empellón al equipo de fútbol olímpico español de la competición. Pido perdón, pero a mí, su juego, digan lo que digan, me pareció una parodia del que habían venido practicando los diferentes equipos y selecciones de España. ¿Cansancio? ¿Suficiencia? Tal vez las federaciones nacionales e internacionales estén recargando de tal modo los calendarios que llegará un momento en que sea imposible con un mínimo de sosiego y la debida seriedad. Me parece que cada vez hay mayor número de lesionados, que las lesiones son cada vez más complejas. Todo tiene un límite, supongo, incluso la capacidad física y la mental de un atleta.

Huele, en cuanto pisas la calle, como no sea con la luz primer de la amanecida, a gasolina, a comida y fritanga, a botellón rancio, a sudor. Y como la cosa económica y sus consecuencias nos tiene entre amedrentados y crispados, nos miramos con desconfianza unos a otros: ¿Éste es de los buenos? ¿De los malos? Lo que me parece a mí que deberíamos es comprender que nadie bueno ni malo, y todos malos y buenos. El hombre es tan demasiado complejo que lo que hay que buscar con él es cooperación y no enfrentamiento.   

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