jueves, 5 de julio de 2012


Toda una multitud se afana en sobrevivir. Codazos, empellones, obstáculos al otro. Añagazas para tener un poco más de algo que al fin y al cabo, cuando no es soporte de la dignidad, suele ser otra bagatela, un cacharro más para el rincón del desván donde no vamos casi nunca.

Pero también está pasando ahora que la gente se desespera. Pierde una parte de lo esencial del soporte de su dignidad y siente esa horrible sensación de suelo que se mueve. No saben qué hacer y lo peor sería que Yago les sugiriese engaños de Desdémona.

No saben qué hacer. Pienso que ni los que mandan ni los que obedecen. Van a tientas. Palpa aquí, palpa allá. No hace pie el caballo del caballero y tanto el escudero como la hueste toda empiezan a dudar de la vadeabilidad del río. Yo diría que lo primero, fundamental y básico es no tener miedo.

La cosa no está ni en tratar de recuperar lo que ya está perdido ni en poner zanahorias ni en apalear al burro. La cosa está en imaginar una sociedad nueva, que ni tiene por qué prescindir de piedras antiguas ni por qué dejar de inventar y ensayar materiales diferentes. ¿O es que nadie recuerda que en determinado momento, se aligeraron los muros combinando nada que menos que las piedras con aire y cristal.

Todo está en aprovechar la inconmensurable capacidad del cerebro humano, quitando a las decisiones el lastre de la insolidaridad. Se trata, en esa nueva sociedad de que se acabará por dar con el quid, de que nunca se olvide la clave de la solidaridad. Porque en esta caravana que empezó poco antes del nuevo milenio, a la salida del fuego y el horror del siglo XX, lo imprescindible es que, vayamos donde vayamos, lleguemos todos.

Para eso no basta con encontrar y medir la agilidad de los neutrinos, dar con el bosón de Higgs ni con bajar los tipos de interés.

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