Toda una multitud se afana en sobrevivir. Codazos,
empellones, obstáculos al otro. Añagazas para tener un poco más de algo que al
fin y al cabo, cuando no es soporte de la dignidad, suele ser otra bagatela, un
cacharro más para el rincón del desván donde no vamos casi nunca.
Pero también está pasando ahora que la gente se desespera.
Pierde una parte de lo esencial del soporte de su dignidad y siente esa
horrible sensación de suelo que se mueve. No saben qué hacer y lo peor sería
que Yago les sugiriese engaños de Desdémona.
No saben qué hacer. Pienso que ni los que mandan ni los que
obedecen. Van a tientas. Palpa aquí, palpa allá. No hace pie el caballo del
caballero y tanto el escudero como la hueste toda empiezan a dudar de la
vadeabilidad del río. Yo diría que lo primero, fundamental y básico es no tener
miedo.
La cosa no está ni en tratar de recuperar lo que ya está
perdido ni en poner zanahorias ni en apalear al burro. La cosa está en imaginar
una sociedad nueva, que ni tiene por qué prescindir de piedras antiguas ni por
qué dejar de inventar y ensayar materiales diferentes. ¿O es que nadie recuerda
que en determinado momento, se aligeraron los muros combinando nada que menos
que las piedras con aire y cristal.
Todo está en aprovechar la inconmensurable capacidad del
cerebro humano, quitando a las decisiones el lastre de la insolidaridad. Se
trata, en esa nueva sociedad de que se acabará por dar con el quid, de que
nunca se olvide la clave de la solidaridad. Porque en esta caravana que empezó
poco antes del nuevo milenio, a la salida del fuego y el horror del siglo XX,
lo imprescindible es que, vayamos donde vayamos, lleguemos todos.
Para eso no basta con encontrar y medir la agilidad de los
neutrinos, dar con el bosón de Higgs ni con bajar los tipos de interés.
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