Castillos en España, dicen los ingleses, y los españoles, castillos en el aire. Siempre me ha hechizado esta visión del inglés medio que a través de la interpretación española, sitúa a España por encima de las nubes. Donde tal vez esté.
Y nosotros, aquí abajo, perdidos en una proyección de la de verdad, con los castillos en ruinas y las catedrales cayéndose a pedazos de granito que se despanzurran en la girola. Los castillos de verdad seguro que están encima de la nube, a salvo de la riada turística que viene a sacar al gobierno de turno las castañas de la cuenta de resultados del fuego, y eso que llaman balanza de pagos.
Nuestro plan Marshall fueron los guiris. Vienen a comprobar las leyendas de los viajeros de cuando no los había apenas, como el Jorgito de las biblias o, hace mucho menos Cees Noteboom. Camilo José Cela, que tenía el don de la palabra expresiva, recorrió como si fuese uno de ellos la Alcarria y parte de ambas Castillas y les trazó a los guiris de ahora un camino que ellos desdeñan porque ellos ya saben lo que vienen buscando: guitarras, castañuelas, faralaes, navajas y trabucos, cante hondo e imaginería.
Estos españoles, dicen, comen cualquier cosa a cualquier hora, sin más tasa que quitarse del vino, y eso porque ahora oler a vino a través de los soplillos de la guardia civil te arranca puntos del carné de conducir. En seguida aprenden a comer cualquier cosa, es decir, jamón y marisco, filetes de solomillo, cordero, cochino de todas las edades y pescados a la sal y la sidra. Y a beber, que daba pena, cuando llegaron aquellos de aquella noche de mi estancia en el hotel no sé cuántos de Madrid, que cenaron con coca cola y el más viejo, de la leontina y las gafas doradas, sin dejar de masticar un grueso puro aparentemente apagado.
Tenemos que numerar las piedras de España y bajarla de la nube y reconstruirla ahí, en la meseta, donde señalan las cigüeñas desde sus nidos, que ahora, como el estado se ha declarado laico, los quitaron de las espadañas de los campanarios y del cresterío de los viejos palacios de los cascos viejos y los tienen instalados en las columnas de las conducciones de alta tensión que atraviesan los páramos y los trigales.
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