El día es un caleidoscopio de sensaciones, pero se pueden cerrar los ojos y entonces no es más que un túnel de aquellos de montaña de cuando las máquinas del tren eran de vapor y se tardaban minutos en volver a salir de entre el humo, que se colaba por los intersticios de las ventanillas mal cerradas, mal ajustadas, rotas, de las postguerras.
Olor a humo, carbonilla, el tren, resoplando, demasiados vagones, poca energía para tirar de ellos o empujarlos. Para subir el puerto y pasar a la meseta, ponían dos máquinas, una delante, otra empujando desde la cola del tren.
Más que mediado noviembre, se atisban Navidad y Año Nuevo, allá a lo lejos, pero no demasiado. Escasea el dinero, con esto de las crisis y el paro y se convierten en un obsceno espectáculo los despilfarros que según nos cuentan la televisión, la radio y los periódicos se siguen haciendo como si tal cosa por unos cuantos especímenes desaforados.
La vieja sociedad se arruga y cuartea. No es capaz de generar, parece, modos, maneras y personas capaces de construir las nuevas catedrales, que tal vez no serán de nada parecido a la piedra. La nueva sociedad podrá parecerse a la antigua, pero será de algún modo radicalmente diferente.
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