Haber estudiado en el mismo colegio que, no sirve más que para acreditar los diferentes beneficios o vicios que según la personalidad de cada cual, una misma serie de oportunidades puede conferir a unos u otros.
Ya sabes –me digo- lo de la parábola: hay tierras preparadas o no para recibir la misma simiente, que cuando cae en la buena da fruto, pero no si en piedra dura.
Viene a cuento de un suelto que acabo de leer en que su autor lo dice. El estudió en el mismo colegio que éste o que aquél. Bueno, pues el resultado fue diferente, según se advierte al comparar lo que cada cual de los tres dice cuando tiene ocasión.
Curioso caso éste de que los humanos seamos tan semejantes y tan diferentes, con y sin igualdad de oportunidades. No se pueden construir las personalidades más que desde dentro de cada cual y aprovechando unas u otras de las mismas oportunidades de que muchos se aprovechan a la vez de tan diversas maneras.
Cambiando bruscamente de tema, miro por la ventana y advierto la llegada del primer ramalazo de frío al ver cómo se arrebuja en su bufanda la moza que pasa. No se parece a la serranilla del señor marqués. A quien puede que le haya llegado noticia de que la aristocracia se siente minusvalorada por el pueblo infiel, según leía ayer en otra noticia. Y es que la virtud en particular y las virtudes en general, como los vicios y las culpabilidades, no son hereditarias por derecho natural, y cada título de nobleza personal, confirmado o no por la concesión correspondiente, son eso: personales. Nacer noble con título es una ficción del Derecho, una presunción iuris tantum. Hacerse noble es nada menos que un comportamiento personal, que, iuris et de iure proporciona a algunas conductas por descontado muy difíciles de mantener, la condición de personalidad noble, con o sin título oficial.
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