miércoles, 17 de noviembre de 2010

Cuando una sociedad se asusta, endurece las leyes. Alguien, tal vez uno solo, capaz de convencer, persuasivo, engañosamente falaz, se le puede ocurrir endurecer la ley, para tratar de corregir a sus conciudadanos y así cambiar el mundo a su antojo. Seréis, supongo les dirá, capaces de mover lo que no pudo Arquímedes porque nadie le proporcionó el punto de apoyo que pedía. Vosotros en cambio, ordenando las palabras, componiendo y recomponiendo las leyes, asustando a la gente, moveréis, tal vez para mejor, el mundo en que vivimos.

Pero yo en cambio, ya ves, me permito opinar que el mundo seguirá empecinado en funcionar con arreglo a las leyes del caos, absolutamente imprevisibles para nosotros, que, cuando les ponemos un dique por aquí, descubrimos que se colaron por allá, como el agua, que nadie lo cree, pero atraviesa los montes y brota del otro lado como un limpio hontanar nuevo, transparente.

Cada época tendrá el privilegio de disfrutar de un grupo de tal vez mediocres, que con sentido común reconstruirán lo indispensable para que la humanidad sobreviva, es decir, más humanidad capaz de adaptarse a las más rigurosas circunstancias, incluida la vesánica locura de esos iluminados que consideran posible poner puertas al campo de la inventiva humana o reducir a los hombres a la estupidez.

Me permitiría, si alguien me pidiera consejo, dar el de que se reconstruyera la solidaridad humana, se hiciese caso de la importante necesidad de que la caridad humanice las relaciones entre las personas.

Hará falta tiempo. A algunos no nos ha tocado vivir con intensidad la última parte de unos modos, su mudanza y el nacimiento de la esperanza de otros. Durante el cambio, la humanidad no ha cambiado, cambiaron las convicciones, pasaron de unas exageraciones a otras, de unos enfrentamientos a otros. Puede que lo más urgente sea hacer que el movimiento pendular de la historia sea menos violento, para que sufre la menor cantidad de gente posible. La gente, la “hermosa gente”, de Saroyan, suele ser inocente de la mayor parte de las cosas que pasan. Pero también es posible que esa aparente inocencia, sea a la vez dejación de parte de la condición humana que nos exige intervenir en lo que nos concierne y no delegar por sistema o, como los fisiócratas aconsejaban “dejar hacer, dejar pasar, que el tiempo transcurre por sí mismo”. Pienso que el tiempo, que no es más que una paradoja, es lo que tenemos para hacer nuestro respectivo camino hacia y hasta dondequiera que vayamos. Todos y cada uno.

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