domingo, 21 de noviembre de 2010

La definición de este domingo otoñal, pasado por agua está acentuada por el dolor de mi pie derecho, aliviado por un antiinflamatorio, el descubrimiento de las cajas de hadas hecho por mis nietas y ese sabor especial de la comida en familia de algunos domingos, cuando es como si la paz tocase una región sensible del alma que hay quien dice que no existe porque no puede verla. Tal vez el alma sea la parte de energía vital que corresponde a cada individuo humano.

Domingo, comida familiar. Todos hablan a la vez y el privilegio consiste en callar y escuchar la algarabía desde tu esquina oeste de la mesa.

Sube y baja el torbellino gárrulo del conjunto. No seas pedante, majadero, me digo, lo que pasa es que hablan todos a la vez y se forma un torbellino de sílabas y palabras, frases, como cuando agitas uno de esos pisapapeles de cristal que contiene una nevada.

-¿Y tú qué opinas?
-Yo –cogido de improviso-, pues … que tenéis alternativamente razón.

Se ríen. El abuelito –gritan con acierto- pensaba en otra cosa.

No en otra cosa. En vuestro conjunto, en los que no están, en los que se fueron más lejos, por más tiempo.

Los más lejanos son los muertos, que estuvieron como ahora estamos éstos. Dicen, y hago el esfuerzo indispensable y creo, que nos esperan en alguna parte, que nos recuperaremos unos a otros, que reconstruiremos algo definitivo, eviterno y luminoso. Como es difícilmente imaginable, casi increíble, hay que hacer el indispensable esfuerzo de la voluntad y creer.

El domingo de otoño, la lluvia, un plato de callos por santa Catalina. Es tradicional comer platos de callos estos días de matanza y fin de año agrícola, que acabó el día de san Martín. Ayer, santa Cecilia y hoy último domingo del año litúrgico, que el domingo que viene será primero de Adviento. Adviento es anuncio de una Navidad inminente. Santa Catalina es el día 25 de noviembre. De antiguo, alrededor de ese día, se celebraban ferias y fiestas en mi pueblo y se vendían xiplas. Las xiplas eran unos globos que se hinchaban a través de un canuto provisto de una lengüeta colocada al revés y se dejaban después desinflar con un largo gemido. Las xiplas de mi niñez costaban tres perrinas y el hijo del estanquero, que las vendía entre otros, se tragó un día una y sonaba, al respirar anhelante, como una enorme xipla humana. Sobrevivió, por increíble que parezca. Que ocurran cosas increíbles facilita realizar el acto de voluntad indispensable para creer otras que asimismo lo parezcan. No es tan increíble como parece que el alma sea inmortal. Es evidente que la vida se sobrevive a sí misma y toda la naturaleza converge sobre sí misma.

Las sucesivas guerras fueron acabando con las antiguas pequeñas cosas, so pretexto de que al parecer había llegado la modernidad. Nos ha costado aprender que la modernidad no es nunca un salto en el vacío. Ahora se mira hacia atrás con una cierta nostalgia, en parte justificada por las crisis que ni somos capaces de interpretar ni de por ahora de remediar. Instintivamente, miramos atrás. De algún modo, sabemos que la solución de todo está en comprender que el futuro es algo nuevo, pero está hecho, al menos en parte, con polvo de estrellas, es decir, de recuerdos. Algo de lo antiguo y algo de lo nuevo. Nada de lo ocurrido es del todo bueno ni del todo malo. Y con lo nuevo que venga, pasará lo mismo. Ni todo será del todo bueno ni del todo malo. Ahí puede que esté el principio del camino que lleve a desvelar la pista de la salida de este laberinto.

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