miércoles, 3 de noviembre de 2010

Plantea un autor la pregunta de si sería mejor un mundo en que todos fuesen intelectuales. Añado al planteamiento si, además de intelectuales, también fuesen sabios, buenos, ricos y ahí me quedo provisionalmente. Y, casi en seguida, respondo que yo creo que no. La intuición me dice que tiene que haber de todo, y para que el mundo de que se tratase fuera mejor, todo tendría que estar equilibrado. Cuidado, que no he dicho que cortada la sociedad en porciones iguales, sino equilibradas. Desconozco la proporción ideal y la razón por la que alguien tenga que sufrir, pero repito que intuyo que es así y así se estabilizarán, a la larga, los estratos sociales, cualquiera que se el punto de partida que elijamos. Y en cada momento de la historia de lo humano, cada cual, con naturalidad o a regañadientes, irá de modo paulatino en busca de su lugar y se colocará en él, o de él saldrá. De acuerdo con las oportunidades, las circunstancias del caso o su capacidad y fuerzas de voluntad y de concentración personales, pero ocurrirá. No parece que sea remediable. Lo paradójico del caso es que de acuerdo con nuestros principios culturales, se debe hacer cuanto sea posible para dar al que no tiene, enseñar al que no sabe y repartir con los demás, aún a sabiendas de que a la larga la situación, la estructura social, tenderá a repetirse. Y que, sin embargo, no cumpliremos con nuestra obligación si no tratamos de remediarlo, respetando la dignidad de los demás, cualquiera que sea su condición, y, lo que es más, todo ello por sinrazón de amor.

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